No bajemos la guardia sino que en todo momento luchemos, sí, pero busquemos la gracia de los sacramentos que alimenten y fortalezcan nuestra vida.
Jeremías 7,23-28; Sal 94; Lucas 11,14-23
No podemos bajar la guardia. Es cosa que todos sabemos. Esta frase tiene
sus connotaciones quizá militares o de estrategia de defensa porque al que se
le ha confiado la guardia de un puesto o una ciudad tiene que estar vigilante y
no se puede dormir; en cualquier momento aparece el ladrón o el que ataca la
ciudad y si nos coge desprevenidos nos robará o nos vencerá.
Pero es la vida de cada día, las metas que nos propongamos, los
negocios en que nos metamos, las responsabilidades que hemos de asumir en
cualquier ámbito social. Es aquel hombre que luchó y luchó para sacar adelante
un proyecto y cuando estaba comenzando a pregustar las mieles del triunfo, de
la meta conseguida, bajó la guardia, perdió la intensidad de sus preocupaciones
y responsabilidades y pronto las cosas comenzaron a ir para detrás y el fracaso
se atisbaba en el horizonte.
Es la tarea de la construcción de la propia vida con sus esfuerzos y
sus luchas, con nuestro deseo constante de superarnos, de quitar malas
costumbres o no dejar que el mal se vaya adueñando de nuestro corazón, es la
intensidad con que hemos de vivir nuestro amor para que no se merme ni se enfríe,
son esas ganas de mantener bien altas nuestras metas y no olvidarnos de adonde
queremos ir o queremos llegar.
Es el camino de santidad que como cristianos queremos emprender y en
donde tenemos que estar vigilantes para no caer en la tentación que nos lleve
al pecado de nuevo, pero también la tentación de la tibieza o del cansancio que
nos puede acechar en cualquier momento. Experiencia quizás tenemos de momentos
de gran fervor, donde nos parecía que ya aquellas pasiones las teníamos
controladas o aquellas situaciones difíciles las teníamos superadas y creíamos
que no volveríamos a tropezar, pero un día nos encontramos débiles y volvimos a
tropezar y caer en el mismo pecado.
Es como nos dice hoy Jesús en el evangelio el enemigo está al acecha,
como león que nos está rondando, y las tentaciones se pueden volver más fuertes
y sutiles y quizás nos habíamos debilitado, no manteníamos la misma tensión
para luchar y parecía que todo se nos venia abajo. Nos sucede también en el
ámbito de la fe, que si no la cuidamos nos aparecerán las dudas, nos entrará
confusión con todo lo que vemos a nuestro alrededor e influye en nosotros y
tenemos el peligro de perder la fe.
La vida del hombre en todos los aspectos, la vida del cristiano en
este ámbito de la fe y de la gracia ha de ser siempre una ascesis, un deseo de
crecimiento pero limando asperezas, enderezando lo torcido que nos pueda ir
apareciendo en la vida aunque muchas veces nos duela, pero es la certeza de poder
llegar a la meta.
El cristiano sabe que no puede enfriarse en su espíritu de oración,
que no puede dejar de lado los sacramentos, que necesita continuamente
revisarse y renovarse, que tiene que buscar siempre ese alimento de gracia que
recibe en los sacramentos. Qué importante para todo cristiano el sacramento de
la Penitencia; que necesaria y fundamental la Eucaristía alimento de su alma,
viático para nuestro caminar.
No bajemos la guardia. Luchemos, sí, pero busquemos la gracia de los
sacramentos que alimenten y fortalezcan nuestra vida.
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