Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas que llevemos en el alma y sabremos lo que es el gozo del amor y del perdón
Daniel
3,25.34-43; Sal 24; Mateo 18,21-35
Los que usamos lentes o gafas ya sean de visión o para protegernos del
sol sabemos bien que hemos de tener muy limpios sus cristales porque la
suciedad nos dará una visión borrosa o llena de manchas que nos impiden ver con
nitidez y claridad y que con el reflejo de una luz intensa del sol la visión
casi se hace imposible porque poco menos que se nos convierten en un espejo.
Nos preocupamos habitualmente de tener limpias esas lentes pero quizá
olvidamos otras lentes que nos pueden hacer borrosa la vida o darlos una mala
imagen o visión. Es ese filtro que ponemos entre nosotros y el mundo que nos
rodea, que ponemos entre nosotros y las otras personas con las que nos
encontramos o con quienes convivimos y que nos producen en muchas ocasiones
reacciones negativas. Y eso es lo que tendríamos que cuidar con mucho detalle y
mimo.
Las gafas o lentes con que miramos la vida están muchas veces
manchadas por nuestras malicias o desconfianzas, por nuestra falta de amor o
por nuestra poca sensibilidad y así miramos a los demás con lo que llevamos de
negativo en nuestro corazón. Por eso nos cuesta tanto amar de verdad; por eso
nos cuesta tanto perdonar. Para amar y para perdonar tenemos que mirar siempre
con una mirada limpia, porque de aquello que llevamos en el corazón tintamos
los cristales de nuestras lentes.
Si tenemos sombras con sombras miraremos, si hay negatividad en
nuestra con ese mismo sentido miramos a los demás para ver solo lo negativo, si
ennegrecemos demasiado ese cristal no dejará traspasar nunca la luz y a lo mas
se convertirá en un espejo donde solo veamos lo que llevamos en nosotros, pero
si hay ternura y compasión en nuestro corazón nuestra mirada será bien
distinta.
Tenemos que limpias esos cristales quitando desconfianzas y poniendo
amor, arrojando lejos de nosotros los orgullos y poniendo mucha humildad,
desterrando de nosotros los recelos o las envidias para poner confianza y búsqueda
de entendimiento. Y limpiar esos cristales comienza por curarnos a nosotros
mismos por dentro para sanar las heridas que con la vida se hayan ido
produciendo en nosotros, porque mientras mantengamos esa herida en nuestro corazón
veremos con dolor al otro y fácilmente lo llenares de la pus de la infección de
maldad que tenemos en nosotros. Tengamos paz en nuestro corazón porque hayamos
curado esas heridas y llenaremos de la paz del perdón y del amor a todo el que
quizá un día nos haya podido dañar en algo.
Pedro le preguntaba a Jesús cuantas veces había que perdonar al que le
hubiera ofendido y ponía algunas cifras significativas y bien simbólicas. Pero no
decía nada del otro mundo que nosotros no hayamos pensado más de una vez. Conocemos
la respuesta de Jesús y la parábola que nos propone. Aquel hombre al que le habían
perdonado su deuda no soboreó el perdón que se le concedió porque no quiso
curarse por dentro. Por eso con aquella misma ponzoña que llevaba dentro quiso
ser poco menos que un tirano para quien le debía una minucia. No había querido
aprender lo que es el amor y el amor que antes quería derramarse en el con el perdón
que le habían concedido. Nos puede pasar a nosotros muchas veces.
Aprendamos a limpiar el cristal de nuestra mirada curando las heridas
que llevemos en el alma. Sabemos que siempre hay un bálsamo de amor que se
puede derramar sobre nosotros y que nos curará y nos llenará de paz para
llevarla también a los demás.
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