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lunes, 5 de marzo de 2018

Tratemos siempre de descubrir lo que Jesús quiere trasmitirnos que nos ayude a crecer espiritualmente y a vivir el compromiso de nuestra fe con intensidad


Tratemos siempre de descubrir lo que Jesús quiere trasmitirnos que nos ayude a crecer espiritualmente y a vivir el compromiso de nuestra fe con intensidad

2Reyes 5,1-15ª; Sal 41; Lucas 4,24-30

Orgullo de un pueblo son sus hijos; cuando se ve que alguien nacido en nuestro pueblo sobresale en la vida por las cosas que hace o por su saber todos se sienten orgullosos y todo se vuelve alabanzas hacia esa persona que todos quieren y, repito, por la que se sienten orgullosas. Todos son familia o todos son amigos de la infancia aunque quizá nunca antes habían tenido mucha relación con esa persona. Es un orgullo en cierto modo egoísta porque puestos a su lado nosotros queremos también destacar y aparecer como importantes.
Pero bien sabido es enseguida se quiere sacar partido; que esa persona que destaca haga cosas especiales por los suyos, todos se sientan beneficiados; pero bien sabemos que si no salen bien esas consecuencias de la misma manera que lo elevamos por las alturas en nuestras alabanzas, también pronto estamos dispuestos a tirarlo del pedestal y hasta en cierto modo renegar de esa persona a la que ya desde entonces queremos desconocer. Así somos variables, cambiantes en la vida.
¿Sería algo así lo que le sucedió a Jesús en su pueblo de Nazaret? Ya sabemos de la admiración que sintieron por Jesús cuando aquel sábado se levanto en la Sinagoga para hacer la lectura de la Ley y los Profetas y su comentario. Todo eran alabanzas, elogios, reconocían que había salido de su pueblo, que allí estaban sus parientes y de alguna manera parecía que en aquel pequeño pueblo todos eran parientes de Jesús.
Pero pronto comenzaron a preguntarse de donde le había salido toda aquella sabiduría porque solo era el hijo del carpintero. Y cuando esperaban que hiciera los milagros que habían oído que hacia en Cafarnaún y en otros sitios, esperaban que allí también se prodigara obrando prodigios. Y ahora Jesús comienza a hablarles con cierta dureza para hacerles comprender qué era en verdad lo que habían de buscar en él.
No eran las obras prodigiosas su principal mensaje, sino que en ellos se despertara la verdadera fe. Los signos eran solamente eso, signos, algo que quería llevarles a lo que verdaderamente era importante, pero eso ya les constaba entender. Pero ¿qué les iba a enseñar Jesús a ellos que se creían muy seguros en su manera de entender las cosas? Eso nuevo que les enseñaba Jesús que tendría que hacerles profundizar en su vida ya no les gustaba tanto. Y vemos como termina el episodio.  ‘Todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo’.
Un pasaje del evangelio que tiene que hacernos reflexionar en muchas cosas. Nunca los orgullos fueron buenos. Ni en nombre de nuestros orgullos querer manipular las cosas y las personas queriendo buscar provechos personales. Ya sabemos cuan interesados nos volvemos tantas veces.
Pero por otra parte tenemos siempre que saber ir a lo fundamental. Pero es también en el camino de nuestra fe. Siempre abiertos a un crecimiento espiritual, siempre atentos al Espíritu del Señor que nos habla al corazón, siempre con deseos de saber escuchar para crecer espiritualmente, siempre en camino de un verdadero compromiso de amor que nos lleve a aceptar a las personas, a comprender, a amar, a darnos por los demás.




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