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sábado, 13 de enero de 2018

Aprendamos a creer en las personas desterrando de nosotros prejuicios y discriminaciones con las que tantas veces llenamos nuestras relaciones

Aprendamos a creer en las personas desterrando de nosotros prejuicios y discriminaciones con las que tantas veces llenamos nuestras relaciones

1Samuel (9,1-4.17-19; 10,1a); Sal 20; Marcos 2,13-17

¡Cómo se te ocurrió contar con esa persona!, fue quizá la reacción y el comentario de alguien cuando decidimos contar con alguna persona en concreto para un trabajo o para una responsabilidad. Salieron todos los prejuicios, comenzaron a contarte toda su historia, se sacaron a relucir los tropiezos que ha tenido en su vida o las cosas en las que ha fracasado, parece que es una persona que no tiene sino defectos y no hay por donde tomarle alguna cosa buena.
Parece exagerado lo que digo, pero por muchos prejuicios nos dejamos llevar en la vida, con muchas rayas negras vamos marcando a muchos, muchas discriminaciones de todo tipo vamos haciendo en la vida. Cuánto nos cuesta confiar en la gente, dar una nueva oportunidad a quien quizás haya cometido un error, qué ansias de efectividad nos entran algunas veces para mirar más los resultados que a las personas. Nos cuesta olvidar y perdonar. Nos cuesta contar con las personas.
¿Es humano ir así por la vida? ¿Es de esa manera como quieres que te traten a ti también? Con posturas así, ¿haremos en verdad un mundo mejor? Seguro que queremos que confíen en nosotros, olviden nuestros errores o se fijen más en nuestros valores. Obremos, pues, en consecuencia.
Algo así había por allí en unos puritanos que querían decirle a Jesús que pensase mejor en las personas de las que se rodeaba. El estilo de Jesús es diferente. Jesús sí quiere contar con las personas. En el corazón de Cristo si hay comprensión y misericordia, resplandece el amor para seguir confiando en el hombre, en la persona.
Había pasado junto al mostrador de los impuestos y allí está Leví afanándose en su trabajo. Y Jesús se fijó en él. Quiso contar con él. ¿Cómo se atrevía Jesús? si los recaudadores de impuestos tenían tanta mala fama; hasta los llamaban publicanos, que era una forma de decir que eran pecadores. Es cierto que algunos se sobrepasaban. Pero es cierto que la misericordia de Dios es grande y es capaz de vencer todas nuestras resistencias y hacer que el corazón del hombre cambie.
No sabemos si Leví se merecía o no esa fama que todos se habían ganado, pero por allá andaban los fariseos y los escribas al acecho. ¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y fariseos? Ya les estaban diciendo a los discípulos, que era una forma de querer desprestigiar a Jesús.
‘Misericordia quiero y no sacrificios’, sentenciaría Jesús. El médico es para los enfermos, los que se creen sanos no sienten la necesidad del médico. Y Jesús había venido a sanar, y no solo enfermedades o limitaciones corporales, sino a sanarnos desde lo más hondo. ¿No necesitarían quienes andaban con aquellos juicios acudir también a Jesús para que los sanase? Además, ¿quiénes somos nosotros para juzgar a los demás?
Muchas reflexiones nos podemos hacer a partir de este texto del evangelio. Admirable es la prontitud con que Leví responde y sigue a Jesús. Había disponibilidad en su corazón. ¡Cómo tendríamos que saber descubrir las señales de la llamada del Señor y responder prontamente a su invitación! Ahí tenemos el ejemplo.
Pero tendríamos que aprender a tener nosotros también esa mirada nueva que tiene Jesús para aprender a mirar a los que están en nuestro entorno y saber contar con los demás. Lejos de nosotros los prejuicios, las discriminaciones, las condenas sin sentido. Aprendamos a confiar en las personas. Nos llevaríamos gratas sorpresas si fuéramos más confiados para saber estar, para saber escuchar, para saber mirar, para saber contar con el otro.  Desterremos reticencias, recelos, desconfianzas; aprendamos a abrir el corazón, demos amor y recibiremos mucho amor y de donde menos lo esperamos quizás. Aprendamos a creer en las personas.

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