Que
el Señor arranque ese espíritu maligno de la indiferencia, de la desgana, de la
insensibilidad que se nos ha metido en el corazón
1Samuel (1,9-20); Sal: 1Sam 2,1-8; Marcos (1,21-28)
Se suele decir que ‘obras son amores y no buenas razones’. Y es que por
sus obras los conoceréis, como el árbol se conoce por su fruto. Así en la vida
nuestras obras hablan por nosotros. No significa que no podemos hablar, que no
podemos dar un consejo bueno o hablar una cosa buena para enseñar. Tenemos que
hacerlo también, pero que nuestra vida y nuestras obras estén compaginadas,
vayan a un mismo ritmo, o sea que no vayan nuestras palabras bonitas por una
parte mientras lo que se dice hacer, actuar no actuamos nada.
El evangelio de Marcos, que además es el más breve, es parco en
palabras en labios de Jesús. Nos trasmite, por supuesto, también sus
enseñanzas, su mensaje, pero lo vemos actuando. Así en estos versículos del
primer capitulo de su evangelio. Anuncia el Reino de Dios y nos dice que iba
predicando por todos sitios; ahora nos habla de que viene a Cafarnaún, allí se
va a establecer, y va a la sinagoga a enseñar; pero no nos dice lo que ha
enseñado, el evangelista más bien nos muestras un signo de Jesús.
El Reino de Dios que ha comenzado a anunciar significará que Dios es
el único Rey y Señor de nuestra vida; reconocer la soberanía de Dios sobre
nosotros, viene a significar creer en el Reino de Dios. Significa que no hay
otros dioses, otros señores de nuestra vida; tampoco el mal se puede enseñorear
de nosotros, no nos puede dominar. Y ahí está el signo que Jesús realiza. En el
lenguaje del evangelio se nos habla de que hay un hombre poseído por el espíritu
inmundo y Jesús lo expulsa de él. Es el mal que domina al hombre y Jesús viene
a decirnos que El vence al mal, al maligno, y no puede dejar que nos domine,
que se enseñoree de nuestra vida.
Es un signo que comprende muy bien aquella gente. Un signo que viene a
corroborar las palabras de Jesús. Por eso dicen que habla con autoridad. '¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad
es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen’. Y la gente
habla de Jesús de manera que su fama se va extendiendo por todas partes. Es la
señal de que comienza un mundo nuevo, de que un mundo nuevo es posible donde
desterremos el mal para siempre.
¿No será esa nuestra lucha?
¿Podemos permitir que el mal siga dominándonos a nosotros y siga haciéndose
presente en nuestro mundo? Con Jesús tenemos la victoria asegurada. Pero
¿estaremos contando con Jesús? ¿Estaremos los cristianos, los que decimos que
tenemos puesta toda nuestra fe en El, luchando de verdad contra el mal, dejando
que el mal no nos domine y arrancándolo de nuestro mundo?
Parece que se nos debilita
nuestra fe, se nos muere nuestro amor. Sigue habiendo en nuestro corazón egoísmo
y orgullo, rivalidades y envidias, resentimientos y deseos de venganza,
violencias y vanidades… no terminamos de liberarnos de todo ese mal. Es de lo
que está contagiado nuestro mundo y nosotros nos dejamos contagiar por él.
Sigue habiendo sufrimiento en nuestro mundo, y nos insensibilizamos tanto que
parece que no queremos darnos cuenta de todos los que sufren a nuestro lado.
Un cristiano eso no lo tendría
que permitir. Un cristiano tendría que ser la persona más comprometida del
mundo. Un cristiano tendría que ser el primero que estuviera delante de todos
en su lucha contra el mal. Pero nos escondemos, miramos a otro lado, dejamos
pasar las cosas, vivimos encerrados en nosotros mismos, algunas veces hasta nos
escudamos en nuestros rezos y en nuestras devociones, pero no vamos más allá.
Es hora de despertar. Es
hora de hacer un anuncio del evangelio con nuestra vida. Es hora de que seamos
más congruentes con nuestra fe, entre lo que decimos y lo que hacemos. Que el
Señor arranque ese espíritu maligno de la indiferencia, de la desgana, de la
insensibilidad que se nos ha metido en el corazón.
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