Saber
encontrar ese momento para nosotros mismos, que no es solo para nosotros
mismos, sino para orar y abrirnos a Dios
1Samuel (3,1-10.19-20); Sal 39; Marcos 1,29-39
Un día me comentaba un amigo que se sentía estresado; había tenido que
trabajar con mucha intensidad aquellos días porque quería sacar adelante unos
proyectos y ahora estaba agotado, necesitaba descansar, hacer una parada en sus
actividades, relajarse, pensar en otra cosa. Cosas así pasan muchas veces, nos
pueden pasar a nosotros también cuando nos vemos inmersos en intensas
actividades y quizá no tenemos tiempo ni para nosotros mismos. Y necesitamos
unos momentos de relax, que descansar no es dormir aunque también se necesita,
sino detenerse en medio de todo ese ajetreo para tener tiempo para uno mismo,
para pensar y para reflexionar, para plantearse quizás mejor las cosas, para
poner orden quizás en su vida.
Esto que sucede y que necesitamos en nuestra vida laboral, en nuestra
vida familiar y social, lo necesitamos espiritualmente también. Quizá nos
materializamos demasiado en la realización de muchas cosas y necesitamos algo
más profundo para nuestra vida o algo que nos haga volar más allá de esas cosas
materiales que nos ocupan todo nuestro tiempo. Es un tiempo de silencio
interior para no dejarnos embrutecer por los ruidos de la vida.
Es la reflexión que necesitamos sobre la vida y su sentido pero que
para el creyente es algo más que llamamos oración. Una oración que nos
trasciende, nos eleva, nos lleva hasta nuestro Creador y Hacedor de nuestra
existencia, que nos introduce en el misterio de Dios en quien encontraremos
verdadera luz y toda la fuerza que necesitamos. No es solo silencio para poner
en orden nuestras cosas sino es también escucha del misterio de Dios. Es
abrirnos a Dios para sentirnos en su presencia, pero también para escucharle.
Muchas veces cuando pensamos en la oración nos hacemos como una lista
de todo lo que tenemos que pedir por nosotros y por nuestras necesidades, y también
por los seres que queremos o por nuestro mundo. Pero la oración va mucha más
allá de lo que es petición, porque es dejarnos envolver por el misterio de
Dios, pero es también escucha para descubrir todo el sentido de Dios en nuestra
vida, lo que Dios quiere de nosotros o los horizontes nuevos que va abriendo
como caminos nuevos delante de nosotros.
Nos cuesta ese tipo de oración y nos podemos quedar en una simple reflexión
en que nosotros mismos nos contestemos a nuestras propias preguntas, o puede
ser un silencio que nos duela y del que queramos salir. Pero tenemos que saber
aprender a gustar esa presencia de Dios; sentir el gusto de cómo nuestro corazón
se abre a Dios para dejarse conducir por El porque es quien de verdad nos lleva
a plenitud. Necesitamos de la oración que nos haga trascender en nuestra vida,
que eleve nuestro espíritu y nos haga profundizar en nuestro propio ser. No es
fácil y necesitamos un aprendizaje que solo se puede hacer queriendo hacer de
verdad oración.
El texto de evangelio que hoy se nos ofrece todo esto nos sugiere,
pero nos pudiera pasar también desapercibido. Nos está narrando la intensa
actividad de Jesús en Cafarnaún con tanta gente que viene hasta El y como El también
quiere ir a otros sitios. Pero hay un renglón en medio que se nos puede pasar
desapercibido. ‘Se levantó de
madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar’.
Lo que nosotros necesitamos
hacer. Saber encontrar ese momento para nosotros mismos, pero que no es solo
para nosotros mismos, sino es para abrirnos a Dios, para orar. No es solo
encontrar ese momento de relax y descanso que también lo necesitamos para poner
quizá en orden muchas de nuestras cosas, sino para algo más, para abrirnos al
misterio de Dios. Ojalá sepamos encontrarlo.
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