Aprendamos a escuchar la voz del Señor que nos habla a través de diversas mediaciones, pero no olvidemos que hemos de ser mediación para que otros saboreen también la voz de Dios
1Samuel 3, 3b-10. 19; Sal 39; 1Corintios 6, 13c-15a. 17-20;
Juan 1, 35-42
En la vida somos mediaciones unos de los otros para muchas cosas. No
podemos ser testigos directos de todo; no podemos estar en todos los lugares
cuando suceden las cosas; por eso, digo, somos mediaciones los unos de los
otros. Alguien que nos cuenta, noticias que nos llegan por distintos medios y
hoy tenemos poderosos medios de comunicación que nos trasmiten al momento lo
que pueda suceder en cualquier lugar del mundo.
Aunque también nosotros podemos leer en los mismos acontecimientos
algo que va más allá del hecho en si descifrando algún tipo de mensaje o de lección
que podemos recibir o aprender. Claro que para esto último tenemos que tener
una especial sensibilidad, aprender a leer esos signos, tener una cierta
profundidad en nuestra vida, en nuestro pensamiento o un sentido espiritual que
nos haga trascender de verdad en la vida.
Esto en ocasiones nos cuesta porque quizá no tenemos bien calibrada
esa sintonía del espíritu, o porque quizá nadie nos haya ayudado a descubrirlo.
Vivimos quizá tan materializados en el día a día de las cosas presentes o que
nos puedan dar una satisfacción en el momento que no nos hace gustar esos
valores del espíritu y que pueden darnos una mayor altura a nuestra vida.
Tendríamos también que tener la humildad de dejarnos guiar, de acudir
a donde podamos encontrar esa espiritualidad para nuestra vida, a esas personas
que Dios va haciendo surgir también en nuestro entorno y que nos pueden ayudar
en ello. Tenemos que pensar que solo por nosotros mismos no siempre conseguir
mirar a esas metas más altas para nuestra vida.
Un poco de todo esto podemos ver reflejado en el evangelio que hoy se
nos ofrece. Estamos en el comienzo de la vida pública de Jesús y son los
momentos de los primeros encuentros, de los primeros discípulos. Dos discípulos
del Bautista, allá en el desierto, se dejan guiar por el Precursor. Había, es
cierto, una cierta sintonía en su corazón porque hasta las orillas del Jordán habían
acudido para escuchar a aquel profeta que decía que preparaba los caminos del
Señor.
Pero es la palabra de Juan las que les señala los primeros pasos.
‘Fijándose en Jesús que pasaba Juan lo señala: ‘Ese es el Cordero de Dios’.
Y aquellos jóvenes inquietos se van tras Jesús; pero van preguntando buscando:
‘¿Qué buscáis?... Maestro, ¿Dónde vives?... Venid y lo veréis…’ y se fueron
con Jesús. Juan, podíamos decir, había sido el medio, pero ellos se dejaron
conducir. Juan les daba la noticia, pero ellos creyeron en su palabra y se
fueron a buscar. Nos tiene que hacer pensar.
Encontraron lo que ansiaban sus corazones. Ya a la mañana siguiente
Andrés que era uno de los dos discípulos del Bautista, va comentarle a su
hermano Simón. ‘Hemos encontrado al Mesías’. Siguen las mediaciones.
Ahora es Andrés el que trasmite la noticia, el que sirve de cauce, de camino
para que Simón venga también al encuentro con Jesús. La cadena continuará.
¿Cómo podrán creer en El si nadie se los ha anunciado?, se
preguntaba Pablo en una de sus cartas. Esto es importante por una parte para
que nosotros vayamos cada día más a un encuentro con Jesús, pero también para
que pensemos qué es lo que nosotros estamos trasmitiendo. Es necesario el
anuncio del Evangelio. ¿Cómo van a creer si nadie se los anuncia? Algunas veces
tenemos la tentación de dar por sentado que ya el evangelio está anunciado y
todos los conocen. Pero bien nos damos cuenta que la realidad es otra.
A cuántos en nuestro entorno, en esta sociedad en la que vivimos no
les dice nada el evangelio, la religión, el hecho religioso, el cristianismo.
Pero no les dice nada porque no se han encontrado con el evangelio, porque no
se han encontrado con Jesús, porque no han descubierto de verdad el sentido
cristiano, aunque luego todos hablen de religión y todos quieran expresar su
opinión de lo que tiene que ser la Iglesia y lo que tendrían que hacer los cristianos.
Y en esto tenemos nuestra parte los que nos decimos cristianos, los que venimos
a la Iglesia. Quizá a nosotros mismos nos falte esa verdadera sintonía con el
evangelio y con el mensaje de Jesús.
Pero además es que nosotros tenemos que hacernos portavoces de ese
evangelio con nuestra vida, con nuestro testimonio, pero también con nuestra
palabra. Juan no se calló, señalo a Jesús como el Cordero de Dios. Andrés no se
calló, contó a Pedro que habían encontrado el Mesías. ¿A quien le contamos
nosotros nuestra fe?
Hoy la Palabra nos ha hablado del niño Samuel que en sueños escuchaba
la voz de Dios que le llamaba y no entendía quien le estaba llamando. Fue el
Sacerdote Heli el que le ayudó a descubrir que Dios quería hablarle en su corazón.
Le enseñó a decir ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’. Tenemos que aprender a
decirlo, a hacer silencio también en nuestro corazón para escuchar esa voz de
Dios. Tenemos que ayudar a los demás a que también escuchen esa voz de Dios en
su corazón. Qué hermosa sería la tarea de los padres que enseñan a rezar a sus
hijos, que no solo le enseñaran oraciones aprendidas de memoria, sino que les
enseñaran a sintonizar con Dios en su corazón. ¿Será esa también la tarea de
nuestros catequistas en nuestras parroquias?
Escuchemos la voz de Dios que nos llama, que nos habla quizá a través
de tan diversas mediaciones, pero no olvidemos que nosotros somos también mediación para que
otros puedan escuchar y saborear la llamada del Señor.
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