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domingo, 14 de enero de 2018

Aprendamos a escuchar la voz del Señor que nos habla a través de diversas mediaciones, pero no olvidemos que hemos de ser mediación para que otros saboreen también la voz de Dios

Aprendamos a escuchar la voz del Señor que nos habla a través de diversas mediaciones, pero no olvidemos que hemos de ser mediación para que otros saboreen también la voz de Dios

1Samuel 3, 3b-10. 19; Sal 39; 1Corintios 6, 13c-15a. 17-20; Juan 1, 35-42

En la vida somos mediaciones unos de los otros para muchas cosas. No podemos ser testigos directos de todo; no podemos estar en todos los lugares cuando suceden las cosas; por eso, digo, somos mediaciones los unos de los otros. Alguien que nos cuenta, noticias que nos llegan por distintos medios y hoy tenemos poderosos medios de comunicación que nos trasmiten al momento lo que pueda suceder en cualquier lugar del mundo.
Aunque también nosotros podemos leer en los mismos acontecimientos algo que va más allá del hecho en si descifrando algún tipo de mensaje o de lección que podemos recibir o aprender. Claro que para esto último tenemos que tener una especial sensibilidad, aprender a leer esos signos, tener una cierta profundidad en nuestra vida, en nuestro pensamiento o un sentido espiritual que nos haga trascender de verdad en la vida.
Esto en ocasiones nos cuesta porque quizá no tenemos bien calibrada esa sintonía del espíritu, o porque quizá nadie nos haya ayudado a descubrirlo. Vivimos quizá tan materializados en el día a día de las cosas presentes o que nos puedan dar una satisfacción en el momento que no nos hace gustar esos valores del espíritu y que pueden darnos una mayor altura a nuestra vida.
Tendríamos también que tener la humildad de dejarnos guiar, de acudir a donde podamos encontrar esa espiritualidad para nuestra vida, a esas personas que Dios va haciendo surgir también en nuestro entorno y que nos pueden ayudar en ello. Tenemos que pensar que solo por nosotros mismos no siempre conseguir mirar a esas metas más altas para nuestra vida.
Un poco de todo esto podemos ver reflejado en el evangelio que hoy se nos ofrece. Estamos en el comienzo de la vida pública de Jesús y son los momentos de los primeros encuentros, de los primeros discípulos. Dos discípulos del Bautista, allá en el desierto, se dejan guiar por el Precursor. Había, es cierto, una cierta sintonía en su corazón porque hasta las orillas del Jordán habían acudido para escuchar a aquel profeta que decía que preparaba los caminos del Señor.
Pero es la palabra de Juan las que les señala los primeros pasos. ‘Fijándose en Jesús que pasaba Juan lo señala: ‘Ese es el Cordero de Dios’. Y aquellos jóvenes inquietos se van tras Jesús; pero van preguntando buscando: ‘¿Qué buscáis?... Maestro, ¿Dónde vives?... Venid y lo veréis…’ y se fueron con Jesús. Juan, podíamos decir, había sido el medio, pero ellos se dejaron conducir. Juan les daba la noticia, pero ellos creyeron en su palabra y se fueron a buscar. Nos tiene que hacer pensar.
Encontraron lo que ansiaban sus corazones. Ya a la mañana siguiente Andrés que era uno de los dos discípulos del Bautista, va comentarle a su hermano Simón. ‘Hemos encontrado al Mesías’. Siguen las mediaciones. Ahora es Andrés el que trasmite la noticia, el que sirve de cauce, de camino para que Simón venga también al encuentro con Jesús. La cadena continuará.
¿Cómo podrán creer en El si nadie se los ha anunciado?, se preguntaba Pablo en una de sus cartas. Esto es importante por una parte para que nosotros vayamos cada día más a un encuentro con Jesús, pero también para que pensemos qué es lo que nosotros estamos trasmitiendo. Es necesario el anuncio del Evangelio. ¿Cómo van a creer si nadie se los anuncia? Algunas veces tenemos la tentación de dar por sentado que ya el evangelio está anunciado y todos los conocen. Pero bien nos damos cuenta que la realidad es otra.
A cuántos en nuestro entorno, en esta sociedad en la que vivimos no les dice nada el evangelio, la religión, el hecho religioso, el cristianismo. Pero no les dice nada porque no se han encontrado con el evangelio, porque no se han encontrado con Jesús, porque no han descubierto de verdad el sentido cristiano, aunque luego todos hablen de religión y todos quieran expresar su opinión de lo que tiene que ser la Iglesia y lo que tendrían que hacer los cristianos. Y en esto tenemos nuestra parte los que nos decimos cristianos, los que venimos a la Iglesia. Quizá a nosotros mismos nos falte esa verdadera sintonía con el evangelio y con el mensaje de Jesús.
Pero además es que nosotros tenemos que hacernos portavoces de ese evangelio con nuestra vida, con nuestro testimonio, pero también con nuestra palabra. Juan no se calló, señalo a Jesús como el Cordero de Dios. Andrés no se calló, contó a Pedro que habían encontrado el Mesías. ¿A quien le contamos nosotros nuestra fe?
Hoy la Palabra nos ha hablado del niño Samuel que en sueños escuchaba la voz de Dios que le llamaba y no entendía quien le estaba llamando. Fue el Sacerdote Heli el que le ayudó a descubrir que Dios quería hablarle en su corazón. Le enseñó a decir ‘habla, Señor, que tu siervo escucha’. Tenemos que aprender a decirlo, a hacer silencio también en nuestro corazón para escuchar esa voz de Dios. Tenemos que ayudar a los demás a que también escuchen esa voz de Dios en su corazón. Qué hermosa sería la tarea de los padres que enseñan a rezar a sus hijos, que no solo le enseñaran oraciones aprendidas de memoria, sino que les enseñaran a sintonizar con Dios en su corazón. ¿Será esa también la tarea de nuestros catequistas en nuestras parroquias?
Escuchemos la voz de Dios que nos llama, que nos habla quizá a través de tan diversas mediaciones, pero no olvidemos que  nosotros somos también mediación para que otros puedan escuchar y saborear la llamada del Señor.

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