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domingo, 21 de mayo de 2017

Aunque haya oscuridades y sufrimientos, carencias y soledades, momentos de amargura o situaciones difíciles no nos faltara la esperanza y siempre podemos sembrar la semilla de un mundo mejor

Aunque haya oscuridades y sufrimientos, carencias y soledades, momentos de amargura o situaciones difíciles no nos faltara la esperanza y siempre podemos sembrar la semilla de un mundo mejor

Hechos 8,5-8.14-17; Sal 65; 1Pedro 3,1.15-18; Juan 14,15-21
La esperanza es lo ultimo que se pierde, solemos decir quizás algunas veces para consolarnos a nosotros mismos cuando en la vida todo se nos vuelve turbio y parece que no encontramos una salida. ¿De verdad tenemos esperanza? ¿Es lo último que perdemos? Seria algo que para empezar tendríamos que preguntarnos.
Será el enfermo sumido en el dolor de su enfermedad que le parece o puede ser incurable o al menos no encuentra la mejoría tan pronto como quisiera; largas noches de espera y de silencio, y es el silencio que se le mete hasta los huesos, son las miradas inquisitivas buscando alguna señales en los que nos rodean o los que nos atienden.
Pero es también el pobre que se ve desposeído de todo y al que parece que le han quitado su dignidad, que se siente abandonado, que lucha y que busca pero no encuentra y que le parece que cada día se le hunde mas la tierra y el mundo bajos sus pies; son los que se ven envueltos en esas crisis sociales, políticas o de humanidad que palpamos en el mundo en que vivimos y que nos parece que estamos metidos en una espiral sin fin que cada vez nos hunde mas o hace a nuestro mundo mas injusto o mas inhumano.
Podíamos pensar en muchas situaciones en que la gente vive con amargura, donde contemplamos parejas rotas y familias destrozadas y en donde no se encuentra nunca el más mínimo acuerdo para salvar al menos a los más débiles e indefensos. En esas y en otras muchas situaciones que ahora exhaustivamente no podemos relatar aquí vemos que la gente pierde la esperanza, los corazones se llenan de amargura, el mundo de cada uno se llena de negros nubarrones que todo lo oscurecen y en donde quizás no sabemos dar una respuesta.
Y esto, creo, tiene que interrogarnos a nosotros los cristianos. ¿Sabemos dar una respuesta? ¿Sabemos dar una razón de esperanza, de nuestra esperanza si es que no la hemos perdido? Si la hubiéramos perdido también todo nuestro mundo creyente se nos vendría abajo y perdería sentido nuestra vida. Por eso es bueno que nos interroguemos.
Precisamente hoy san Pedro nos dice que tenemos que dar razón de nuestra esperanza. Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor, nos dice, y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere…’ Y es que los que nos rodean tienen que ver en nosotros esperanza, aunque no lo entiendan. Por eso nos dice que tenemos que dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos lo pidiere.
Y es que tendríamos que vernos decididos en la lucha, firmes a pesar de todos los vendavales que podamos sufrir y es cuando quizás tenemos que dar a entender a cuantos nos miran quizás con ojos de extrañeza que a nosotros no nos falta esperanza y en donde ponemos nuestra esperanza.
Porque es cierto que muchas veces nos podemos ver envueltos en esas negruras porque nos sentimos débiles, porque también a nosotros los problemas nos cercan, porque somos humanos y también nos llenamos de dudas, porque también nos cuesta mantener la altura y la densidad de nuestro amor, porque en ocasiones nos puede parecer que nos sentimos solos y abandonados, porque se nos puede debilitar nuestra fe, por tantas cosas – todo aquello que mencionábamos al principio - que de una forma o de otra nos pueden suceder.
Las palabras de Jesús son consoladoras y animan de verdad nuestra esperanza. ‘No os dejare huérfanos…’ nos dice. Viene a nosotros y aunque el mundo no lo vea nosotros por nuestra fe si lo podemos ver, si podemos sentir su presencia. ‘Vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con el Padre y vosotros conmigo y yo con vosotros’. El mundo no lo ve y no tendrá esperanza, pero nosotros en nuestra fe lo vemos y nos llenamos de esperanza.
El nos ha prometido la fuerza y la presencia de su Espíritu. Esto no lo podemos olvidar; pero no olvidarlo no es solo decir que lo sabemos, sino que en el día a día de nuestras luchas y de nuestros problemas, de nuestros deseos de hacer el bien y de nuestro trabajo comprometido lo hacemos sabiendo, teniendo la certeza de que esta con nosotros y entonces nos llenamos de su amor, de su vida, y hacemos su voluntad, y nos sentiremos llenos de Dios. ¿Cómo es que no vamos a tener esperanza? Es de esa esperanza de la que tenemos que dar razón con las razones de nuestro testimonio, de nuestra vida.
Habrá oscuridades, habrá sufrimiento, habrán carencias y soledades, habrán cosas que nos puedan llenar de amargura, habrá situaciones difíciles en nuestro mundo, pero nosotros vemos una luz, tenemos la certeza de que de esas oscuridades podemos salir, confiamos en que en verdad podemos ir sembrando una buena semilla que podrá hacer que nuestro mundo sea mejor; no nos sentiremos débiles o impotentes aunque tengamos la tentación, porque sabemos que no estamos solos, porque con nosotros esta la fuerza del Espíritu del Señor que nos ayuda de verdad a caminar.

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