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martes, 23 de mayo de 2017

Porque quizás no vivimos una fe intensa nos amargamos, las soledades nos llenan de angustias, nos sentimos débiles y nos falta valentía para dar el testimonio de Jesús

Porque quizás no vivimos una fe intensa nos amargamos, las soledades nos llenan de angustias, nos sentimos débiles y nos falta valentía para dar el testimonio de Jesús

Hechos 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11
¡Que duras son las despedidas! Cuando parte un ser querido, cuando un amigo se aleja porque su vida tomas otros rumbos parece que algo se rompe dentro de nosotros. Confieso que es algo que desde siempre me ha costado mucho. Para mi la imagen de una despedida la tengo en un barco que se aleja en el horizonte y se lleva al ser querido. Cualquier despedida de alguien que aprecio mucho siempre es algo que me rompe el corazón, aunque con la madurez de la vida aprenda uno a tomarlo con otro sentido y otras fuerzas quizás.
Son los sentimientos de tristeza que embargan los corazones de los discípulos en la noche de la cena pascual. Había Jesús anunciado lo que había de suceder y ahora habla de su marcha. Como explicaría mas tarde el discípulo amado al trasmitirnos el evangelio ‘habia llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos…’ es el comienzo de estos capítulos del evangelio de Juan.
Son palabras de Jesús ahora de despedida y de recomendaciones. Había que preparar a los discípulos para la tormenta inmediata que habían de soportar, pero era preparación también para que descubrieran su nueva forma de presencia en medio de ellos. El mundo no le vera, pero ellos podrán verle; quienes no crean serán incapaces de verle, pero quienes mantienen su fe en Jesús podrán seguir viéndole y sintiendo la alegría esperanzada de su presencia.
‘Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré…’  Es la promesa de Jesús. Es el Espíritu que nos hace sentir su fuerza, su presencia junto a nosotros. No lo veremos con los ojos de la carne, pero los ojos de la fe nos lo harán ver de forma distinta pero no menos real. Su presencia la podremos vivir de una forma  mas intensa allá donde estemos o en la situación en que nos encontremos. Con la fuerza del Espíritu en nosotros todo será distinto.
Lo podrían ver y sentir vivo y resucitado entre ellos y sentirían su fuerza en sus corazones para anunciarlo valientemente ante el mundo. Tenemos nosotros también que despertar nuestra fe. Lo necesitamos porque su ausencia seria dura para nosotros. Porque quizás no vivimos esa fe intensa tantas veces nos amargamos en la vida, las soledades nos aturden y nos llenan de angustias, nos sentimos débiles y cobardes para dar nuestro testimonio y nos falta esa valentía en el corazón para seguir haciendo el anuncio de Jesús en medio de nuestro mundo de hoy.
Por eso despertemos nuestra fe, avivemos nuestra fe. Sentiremos el gusto de la presencia de Jesús y seremos valientes en nuestro testimonio.

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