Anunciemos la buena noticia a todos de que Dios nos ama, para que todos nos sintamos amados de Dios que es lo mejor que nos puede pasar
Hechos, 18, 23-28; Sal. 46; Juan 16, 23-28
Estamos en las vísperas de la Ascensión. Continuamos aun en el tiempo
pascual que se prolonga aun hasta el próximo domingo en Pentecostés. Este día
de la ascensión que vamos a celebrar mañana domingo, pero que antes hubiéramos
celebrado litúrgicamente el pasado jueves, cronológicamente los cuarenta días
desde la pascua, siempre tuvo una resonancia especial en la piedad popular con
aquellas connotaciones que nos hablaban de los jueves que brillaban mas que el
sol – jueves santo, corpus christi y día de la Ascensión -. Los ajustes
laborales en la sociedad civil cada vez mas laica y alejada del sentido
religioso de la vida ha trasladado a fiestas como esta al domingo, mientras quizás
nos inventamos otras fiestas en el consumismo de la vida moderna.
Pero aparte estos comentarios un tanto ocasionales queremos en nuestra
reflexión seguir dejándonos guiar por los textos que la liturgia nos ofrece
como alimento para nuestro diario caminar. El texto del evangelio que se nos
ofrece sigue la lectura continuada de lo que llamamos el discurso de la última
cena de Jesús.
Las palabras de hoy tienen de nuevo esa resonancia de la despedida. ‘Sali
del Padre y he venido al mundo, nos dice, otra vez dejo el mundo y vuelvo al
Padre’. Ha cumplido su misión, el anuncio del Reino de Dios y nuestra redención.
Como mañana escucharemos ahora nos deja su misión en nuestras manos para que
nosotros anunciemos esa Buena Nueva y sigamos construyendo el Reino de Dios.
Vuelve al Padre donde vamos a tener un intercesor, mediador para
siempre. ‘Yo os aseguro, nos dice, si pedís algo al Padre, en mi nombre os
lo dará’. Sentado a la derecha del Padre, como lo contemplaremos mañana a
partir de la Ascensión y confesamos en el Credo, intercede por nosotros, es el
Mediador definitivo y eterno que por nosotros ha ofrecido su sangre, para
nuestra redención, para el perdón de los pecados. Por eso ahora, por esa
mediación de Jesús, nos sentiremos amados de Dios para siempre. ‘Aquel día,
nos dice, pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogare al Padre por
vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis
que yo salí de Dios’.
Es nuestra fe. Creemos en Jesús enviado del padre, que ‘por
nosotros y por nuestra salvación bajo del cielo’ como confesamos en el
Credo; creemos en Jesús y amamos a Jesús porque nos sentimos inundados de su
amor. Así sentiremos para siempre ese amor de Dios en nosotros. ‘El padre
mismo os quiere’, nos dice. Nos recuerda aquello que ya habíamos escuchado
en el evangelio. ‘Tanto amo Dios al mundo que nos envió a su único Hijo para
que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna’.
Demos gracias a Dios por su infinito amor. Correspondamos con nuestra
fe y con nuestro amor siguiendo el camino de Jesús. Anunciemos esa buena
noticia a todos para que todos sepan que Dios los ama, para que todos nos
sintamos amados de Dios. Sentirse amado de Dios es lo mejor que nos puede
pasar.
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