Hemos de aprender a vivir toda la experiencia de la pascua, renaciendo de
nuevo a nueva vida, reencontrándonos con el Señor y llenándonos de alegría
Hechos
18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20
‘¿Estáis discutiendo de eso
que os he dicho: Dentro de poco ya no me veréis, pero poco más tarde me
volveréis a ver? Pues sí, os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros,
mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra
tristeza se convertirá en alegría…’
No terminaban de entender los discípulos
lo que Jesús les estaba diciendo. Lo comprenderían mas tarde; después de la
experiencia de la pasión, muerte y resurrección, después de la experiencia
pascual; lo comprenderían desde la presencia del Espíritu que Jesús les prometía
y que les haría comprender todas las cosas. Es desde esa presencia del Espíritu
desde el que podrán reconocer que Jesús es el Señor; será con la fuerza del Espíritu
con el que pedro el día de Pentecostés proclamara que Dios ha constituido Señor
y Mesías por su resurrección de entre los muertos a aquel a quien ellos habían
crucificado.
Lo que Jesús ahora les estaba
diciendo iba a tener cumplimiento inmediato en la pasión a punto comenzar. Lo contemplarían
muerto en la cruz y llevado al sepulcro. Ellos estarían tristes, pero para sus enemigos
aquello podía parecer un triunfo. Pero con la experiencia de la resurrección se
llenarían de alegría, con un gozo que ya nadie les podría quitar. Porque en la resurrección
estaba la manifestación de ese triunfo, así podrían en verdad reconocerle como
Señor y como Mesías. Habían de pasar por la experiencia de la pasión, de la
muerte; era la experiencia de la pascua.
Será también nuestra experiencia
por la que aprenderemos también a reconocer a Jesús. Es la experiencia de
muerte que vivimos cuando caemos en el pecado. Si, por el pecado nos alejamos
de Dios, la vida se nos llena de la negrura de la muerte y mientras
permanecemos en el no podemos gozar de esa presencia de Dios, porque hemos arrancado
esa gracia de nuestra alma. El pecado nos sumerge en la negrura de la tristeza
porque nos falta el que nos puede dar la verdadera alegría.
Pero hemos de aprender a vivir
toda la experiencia de la pascua, renaciendo de nuevo a nueva vida, recuperando
a gracia en el sacramento. Es el gozo de la reconciliación, es el gozo del perdón.
Un sacramento que vivimos con alegría renacida en nuestra alma porque nos reencontramos
con el Señor. Es vivir el sentido de la pascua. Morir y resucitar, pasar de la
muerte a la vida, llenarnos de nuevo de la gracia y de la vida. Volver a reencontrarnos
con el Señor, como los discípulos después de la resurrección que se llenaron de
inmensa alegría.
Es el sentido verdadero que
hemos de darle al sacramento de la penitencia. No tenemos miedo, sino que llenos
de esperanza porque confiamos en el amor del Señor vamos a su encuentro para la
vida, para la alegría y para el gozo, para vivir la vida nueva del Señor.
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