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sábado, 31 de mayo de 2014

Caminos de fe y de amor que como en María son visita salvadora de Dios para todos los hombres



Caminos de fe y de amor que como en María son visita salvadora de Dios para todos los hombres

Sof. 3, 14-18; Sal.:Is. 12, 2-6; Lc. 1, 39-56
Tras la escucha de este evangelio muchos nombres podríamos darle a María: nuestra Señora de la Visitación, nuestra Señora del Servicio, nuestra Señora del Magnificat, nuestra Señora de la misericordia y del amor  nuestra Señora la humilde esclava del Señor como la Madre protectora y defensora de los hambrientos y de los humildes. Es la Madre del Señor cantada y alabada por todas las generaciones porque es también nuestra Madre la que nos enseña las virtudes más hermosas para que nos parezcamos más a Dios.
Son muchas las cosas que nos sugiere este texto del Evangelio y esta visita de María a Isabel y aquel hogar de la montaña, porque la presencia de María suscitó muchas cosas hermosas y muchos cánticos de alabanza al Señor que con María se hacía presente santificando incluso a Juan Bautista que saltaba de alegría en el seno de su madre Isabel. Es la visita de María, pero era realmente la visita de Dios. ‘Dios ha visitado a su pueblo’ aclamaban las gentes la presencia y la acción de Jesús y María hacía posible esa presencia de Dios encarnado en su seno que seria camino de salvación para nosotros. Dios estaba visitando con María aquel hogar de la montaña.
‘Nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que están en tinieblas y en sombras de muerte’, cantaría más tarde Zacarías que bendecía ‘al Señor, Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo’. Y Zacarías que había escuchado al ángel en su aparición en el templo anunciándole el nacimiento de aquel ‘que venía delante del Señor con el espíritu y poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos y para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’, ahora estaba experimentando esa presencia del Señor que visitaba a su pueblo con su salvación. Por eso sus cánticos de alabanza y bendición al Señor.
Llegó María a casa de Zacarías e Isabel e irrumpió el Espíritu divino como un viento impetuoso que todo lo envuelve y lo inspira para hacer que Isabel se llenara del Espíritu Santo y en su corazón se le revelasen cosas que nadie sabía si no era por esa inspiración del Espíritu y se sentiría dichosa y feliz por recibir a su prima María en quien ella estaba reconociendo ya la Madre del Señor. ‘¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’; bendice a María en quien reconoce a la Madre del Señor, pero sus bendiciones son por encima de todo para Dios a quien María lleva encarnado en su seno.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ Así está reconociendo Isabel, ‘llena del Espíritu Santo’, que allí está Dios. La visita no es solo la visita de María que viene pronta en su actitud de servicio, sino que es visita de la Salvación de Dios. Siente que también Juan en su seno percibe esa presencia de Dios ‘porque en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre’. Y termina Isabel alabando la fe de María que hace posible esa presencia de Dios y de la salvación.
¿Qué había hecho María? Creer en Dios y en su Palabra y ponerse en el camino del servicio y del amor. Un camino que iniciaba unos tiempos nuevos donde se manifestaría de manera especial la misericordia de Dios. Ahí tenemos nuestros caminos. Caminos de fe y de amor que nos harán sentir también en nuestra vida la presencia de Dios que nos visita con su gracia y con su salvación. Así hemos de abrirnos a Dios, escucharle, decirle sí como María, confiar en su Palabra plantándola en nuestro corazón y en nuestra vida.
Pero hemos de hacer algo más; esos caminos nos hacen ponernos en camino, ponernos en camino con nuestra fe y con nuestro amor. Como María nosotros también hemos de hacer posible esa visita de Dios para nuestro mundo, para aquellos que nos rodean; con nuestra fe y con nuestro amor tenemos que llevar a Dios con su salvación a los demás. María no se cruzó de brazos y se quedó pensando solo en si mismo allá en Nazaret, sino que se fue a la montaña donde sabia que se necesitaba de su servicio y de su amor. Y así llegó la visita de Dios - ¡y de qué manera! - a aquella casa de la montaña.
Que María de la Visitación nos haga gozar de esa visita de Dios a nuestra vida, como ella lo experimentó; que María de la Visitación nos ponga en camino porque nosotros podemos y tenemos que ser camino para esa visita de Dios a nuestro mundo proclamando nuestra fe y manifestando nuestro amor. ¿Podrán apreciar aquellos con los que nos encontramos que con nosotros Dios visita sus vidas, llega con su salvación a sus vidas? Algo que nos tendría que hacer pensar.

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