Asciende Jesús haciendo camino, camino abierto para ir y venir a Dios
Hechos, 1.1-11; Sal. 46; Ef.1, 17-23; Mt. 28, 16-20
‘Asciende Jesús
haciendo camino, pero es el camino por el que descendió. Queda así el camino
abierto para ir y venir a Dios. Por él asciende y desciende… cuando se vive en
amor’. He querido
comenzar con estos bellos versos que me encontré y nos hablan del sentido de la
Ascensión del Señor que hoy celebramos. ‘Un
camino abierto para ir y venir a Dios’; un camino que se recorre ‘cuando se vive en amor’.
Es un misterio grande el que hoy celebramos. Nos
podemos quedar con las imágenes y nos puede parecer algo fácil. Es algo muy
grande el misterio que estamos celebrando. Cuando los evangelios nos hablan del
misterio del amor de Dios tienen que emplear nuestro lenguaje humano, aunque es
tan difícil de expresar el misterio de Dios que tendrán que valerse de imágenes
y signos que nos hagan vislumbrar lo profundo del misterio de Dios que quiere revelársenos.
Por eso nos dirá san Pablo que necesitamos ‘espíritu
de sabiduría y revelación para conocerlo, que el Señor ilumine los ojos de
nuestro corazón’. Tenemos que pedirlo con toda intensidad para comprender
todo su sentido que solo desde Dios podremos comprender.
Va culminando la Pascua y llegamos a este momento de la
Ascensión. Jesús nos había ido hablando de su vuelta al Padre, pero también de
su presencia para siempre con nosotros; nos hablaba de que era necesario que El
marchase, pero para que se hiciera presente y sintiera la presencia del Espíritu
que desde el seno del Padre nos había de enviar.
Hoy nos contaba Lucas en los Hechos de los Apóstoles
que ‘apareciéndoseles durante cuarenta
días, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo, les había dado
instrucciones y les habló del Reino de Dios’. Les recuerda que no se han de
marchar de Jerusalén ‘hasta que se cumpla
la promesa de mi Padre, de lo que yo os he hablado… dentro de pocos días seréis
bautizados con Espíritu Santo’, les dice. Y concluirá diciéndoles que ‘cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaría y hasta los confines del mundo’.
Será lo que por su parte san Mateo dirá como despedida
de Jesús: ‘Id y haced discípulos de todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado’. Y les hace una
promesa: ‘Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’.
Nos promete su presencia para siempre, nos promete la
fuerza de su Espíritu. Y sintiendo la fuerza de su Espíritu comienza nuestra
tarea, tenemos que ser sus testigos ‘hasta
los confines del mundo’.
Contemplamos, pues, y celebramos la Ascensión al cielo;
nos quedamos como los apóstoles allá en el monte de los olivos extasiados
mirando al cielo. ¿Tristeza? ¿desconsuelo? Quizá en cierto modo, porque no
querríamos que Jesús nos deje. Pero es al mismo tiempo una puerta abierta a la
trascendencia, a mirar a la meta. Es esperanza que renace en nuestro corazón.
Contemplamos a Cristo glorificado;
‘Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenia a tu lado’, diría
Jesús en otro momento.
‘Sentado a la derecha
de Dios Padre todopoderoso’, como
confesamos en el Credo y Pedro nos había enseñado en sus cartas. Por eso pediremos en una de las oraciones de la
liturgia ‘haz que deseemos vivamente estar junto a Cristo, en quien nuestra
naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de
tu misma gloria’. Allí está Cristo verdadero Dios y verdadero hombre,
porque ha tomado también nuestra naturaleza humana, viviendo la gloria de Dios.
Pero como decíamos, nos abre a la trascendencia porque
tenemos la esperanza de que también nosotros un día podamos participar de su
gloria. ‘Donde nos ha precedido El, que
es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su
cuerpo’. Hemos pues de ‘vivir con la
ardiente esperanza de seguirlo en su reino’. Nos había dicho que se iba
para prepararnos sitio; ‘cuando vaya y os
prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis
también vosotros’. Cuando le vemos, pues, subir al cielo se anima nuestra
esperanza, porque El desea que estemos para siempre con El.
Pero recordemos también lo que los ángeles le decían a
los apóstoles que estaban extasiados en el monte de los olivos ‘el mismo Jesús que os ha dejado para subir
al cielo volverá como le habéis visto marcharse’. Ahí está la fuerza de su
Espíritu que nos lo hará sentir presente. Nosotros mientras tenemos que seguir
caminando por nuestro mundo cumpliendo la misión que nos ha confiado de ser sus
testigos, pero no caminamos solos porque con nosotros estará siempre el Señor.
Y como decía en la
última cena ‘adonde yo voy ya sabéis el
camino’. No tenemos que preguntarle como Tomas que nos enseñe el camino
porque bien sabemos ya que es Jesús mismo el Camino y la Verdad y la Vida, que
no tenemos que hacer otra cosa que seguir sus huellas, vivir su misma vida, que
no es otra cosa que vivir en la fe y en el amor.
Por amor bajó del cielo
el Hijo de Dios para traernos la salvación; amor fue el camino que recorrió y
nos enseñó a recorrer; en ese camino de amor hemos nosotros de caminar imitando
a Cristo, amando con su mismo amor, con un amor como el suyo, y sabemos que tenemos
la puerta abierta para ir a participar de la gloria con El. Como nos decían los
versos recordados al principio ‘por él se
desciende y se asciende… cuando se vive en amor’.
Es algo grande y
maravilloso lo que hoy estamos celebrando, la Ascensión del Señor al cielo. Por
eso en el sentir del pueblo cristiano - ¿lo habremos perdido quizá dándole ya
menor importancia? - esta fiesta era una fiesta tremendamente entrañable que se
celebraba con gran alegría y muchos signos que querían expresar esa gloria del
Señor en su Ascensión al cielo.
Una fiesta que nos llena de esperanza, como hemos
venido reflexionando, pero una fiesta también muy comprometedora, porque en nuestras
manos se pone un testigo, se nos confía una misión. El Evangelio de Jesús ha de
ser proclamado, la Buena Noticia ha de llegar hasta el fin del mundo. Quizá
cuando ahora escuchamos el evangelio y el mandato de Jesús nos pueden entrar
unas ansias misioneras y pensamos en los países lejanos donde aún no se ha
anunciado el evangelio. Si el Señor nos llamara con esa vocación, a ello
tendríamos que responder.
Pero quizá olvidamos a los más cercanos, a los que
están a nuestro lado, quizá nuestros familiares y amigos o las personas con las
que convivimos, y a ellos no les llevamos esa Buena Noticia. Comencemos por
ahí, como les dijo a los apóstoles que comenzaran por Jerusalén, Judea y
Samaría para llegar luego hasta los confines del mundo. Seamos primero testigos
junto y delante de los que están a nuestro lado. Seamos valientes y proclamemos
la alegría de nuestra fe que contagie a los más cercanos a nosotros.
Celebremos la gloria del Señor en su Ascensión con gran
esperanza y sentido de trascendencia; abierto tenemos el camino para ir a Dios,
para vivir a Dios.
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