La disponibilidad del amor construida desde la humildad es preludio de cosas grandes
Hechos, 25, 13-21; Sal. 102; Jn. 21, 15-19
La disponibilidad del amor recorrida en caminos de
humildad es preludio de cosas grandes. Es algo maravilloso que haya disponibilidad
en nuestro espíritu y que estemos dispuestos a todo por el amor. Pero bien
sabemos que el amor verdadero no se impone sino que se ofrece; el amor nunca
humilla ni nos hace sentirnos por encima de los otros; el autentico amor es
callado y no hace alardes, aunque se puede convertir en un grito cautivador
para quienes lo reciben o lo contemplan; el amor contagia y estimula a quienes
se sienten amados; el amor nos llevar a dar siempre más y más sin buscar
medidas ni esperar recompensas.
Hoy contemplamos en el evangelio a quien realiza un
camino y una porfía de amor, pero desde la humildad de quien se siente pequeño
y no merecedor, pero que está dispuesto a todo por amor. El camino recorrido
por Pedro ha ido transformando su corazón, le hace estar siempre en esa disponibilidad
total, pero sin hacer alardes, sino con la humildad del que se sabe débil
porque tiene la experiencia de quien ha tropezado, pero de quien quiere
levantarse para seguir amando dando hasta lo ultimo de sí mismo. Cuánto tenemos
que aprender.
La escena allá junto al mar de Galilea, que le hace
evocar quizá muchas cosas, sucede en el encuentro con Cristo resucitado. Un día
había recibido una promesa y un anuncio de Jesús en el que él iba a ser piedra
fundamental sobre la que se fundaría la Iglesia; en el corazón impulsivo de
Pedro y desde el amor que sentía por Jesús quería ser siempre el primero que
hiciera la confesión de fe respondiendo a las preguntas de Jesús o le
prometiera seguirle incluso hasta la muerte.
En ocasiones no había entendido las palabras de Jesús
que anunciaban pascua de pasión y de muerte, pero también había confesado que
Jesús lo era todo para él, aunque quizá no entendiera bien muchas cosas, porque
a quien iba a acudir si Jesús tenía palabras de vida eterna. Aunque en el
huerto había querido ser valiente con una espada en la mano, ante las preguntas
de una criada no había sabido cómo salir del atolladero y lo había negado hasta
tres veces, como Jesús le había anunciado.
Ahora Jesús le pregunta por su amor y le pregunta que
si su amor es mayor que el de los demás. En principio está dispuesto a decir
que sí, pero ante la repetición de la pregunta quizá recordara su inconstancia
y cobardía y no había podido decir otra cosa con el corazón quizá apenado por
los recuerdos ‘Señor, tú conoces todo, tú
sabes que te quiero’. Era un amor más maduro y lleno de humildad; pero era
un amor siempre con disponibilidad total sabiendo quizá que sin Jesús nada
podía hacer. Pero Jesús sigue contando con El. ‘Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos’, le dice Jesús una y
otra vez.
La perseverancia humilde en el amor con una
disponibilidad total le hará ser el pastor que en nombre de Cristo pastoree el
nuevo rebaño, el nuevo pueblo de Dios. Su misión era grande, pero grande había
sido su amor a pesar de sus debilidades, pero con humildad sabía seguir
ofreciéndoselo al Señor. No podía decir que su amor era más grande que el de
los demás, pero sí estaba seguro que de todo corazón amaba a Jesús y quería
estar para siempre con El.
Es lo que nosotros tenemos que aprender. Hemos de saber
poner esa generosidad y esa disponibilidad en el corazón, aunque humildes
tengamos que reconocer que hemos tropezado muchas veces. Pero si hay sinceridad
en nuestro corazón habrá siempre un amor fiel de parte del Señor que quiere
seguir contando con nosotros. Así de maravilloso es el amor y la misericordia
del Señor, que nos conforta allá en lo más hondo de nuestro corazón herido y
tan lleno de las cicatrices que han dejado nuestros pecados en nuestra alma.
Sabemos a ciencia cierta que el Señor sigue amándonos y
contando con nosotros. Seamos humildes pero aprendamos bien que siempre tenemos
que contar con el Señor, que no nos es suficiente una buena voluntad, sino que
con decisión y con la energía del Espíritu que está con nosotros pongamos esa
disponibilidad generosa en nuestro amor. Nos sorprenderemos de cuánto nos ama
el Señor y cuánto confía en nosotros. Para eso nos da su Espíritu. Aprendamos
también a confiar en los demás.
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