Una alegría que nunca puede perder el cristiano
Hechos, 18, 9-18; Sal. 46; Jn. 16, 20-23
La alegría es un don que nunca puede perder un
cristiano; nada tendría que turbarnos tanto como para que perdiéramos esa
alegría del alma por la fe que tenemos Jesús. De todos es conocida aquella
anécdota que se cuenta de un santo sacerdote que un día en el patio del colegio
se encontró con un jovencito que tenía muy seria y muy adusta y al preguntarle
qué le pasaba el muchacho le contestó que estaba así porque quería ser santo;
entonces aquel santo sacerdote - se cuenta de san Juan Bosco - le dijo que un
santo triste es un triste santo, que si quería ser santo tenía que ser la
persona más alegre del mundo porque motivos tenía desde su fe en Jesús; un
triste santo es el que no llegará nunca a nada.
Hoy Jesús de nuevo les habla de la alegría a los
discípulos que andaban preocupados y tristes por lo que sentían que se
avecinaba por todo lo que Jesús les había ido anunciando; y Jesús les dice que
ahora están tristes, y en cierto modo da por sentado como normal esa tristeza y
preocupación por lo que iba a suceder, pero que llegarían de nuevo los momentos
en que su alegría iba a ser total y para siempre. ‘Volveré a veros, les dice, y se alegrará vuestro corazón y nadie os
puede quitar esa alegría’.
Nada ni nadie tendría que quitarnos la alegría de
nuestra fe y de nuestro tener a Jesús con nosotros. A raíz de esto he recordado que en una
ocasión una buena mujer en una parroquia me preguntaba dónde se ve a Jesús
riéndose en el evangelio; que ella había buscado pero que nunca había leído una
expresión así. Una buena pregunta la que me hacía aquella mujer y que tendría
que llevarnos a ver cómo vemos esa alegría y ese gozo en Jesús a lo largo del
evangelio.
Es cierto que contemplamos a Jesús en diversos momentos
expresando otros sentimientos como su llanto ante la ciudad de Jerusalén por
todo lo que le iba a suceder o ante la tumba de su amigo Lázaro; le
contemplaremos con sentimientos de pena y lástima cuando aquel joven no fue capaz
de venderlo todo para seguirle, siendo como era una persona muy buena; o le
veremos con santa ira expulsando a los vendedores del templo purificando lo que
había de ser una casa de oración y no una cueva de ladrones; por supuesto lo
contemplamos en el dolor y sufrimiento de todo lo que es su pasión y su
crucifixión, pero ¿encontraremos expresiones de gozo y felicidad, de alegría en
Jesús en algún momento del evangelio?
Ya estaréis pensando que la alegría no se expresa solo
por la mueca o el gesto de la cara, aunque también en nuestro rostro se
manifiesta y expresa lo que llevamos dentro. La serenidad del rostro de Cristo
que a todos atraía y que hacía que lo buscaran porque con El se sentían a gusto
era expresión de la paz que Jesús sentía siempre en lo más hondo de su corazón.
Pero manifestaciones de alegría y de gozo hondo serían
muchas las que tendría Jesús, porque así sentiría el gozo de los pecadores
arrepentidos y a los que El perdonaba; El hablaba en sus parábolas de la
alegría del pastor que encontró a la oveja perdida e invitó a hacer fiesta a
sus amigos, como de la mujer que se alegra cuando encuentra la moneda
extraviada y hace partícipe a sus amigas y vecinas de su alegría; ¿no era esa
la alegría que había en la casa de Zaqueo cuando el banquete pero sobre todo a
partir de su conversión? ¿no era esa la fiesta que hizo Mateo porque había sido
llamado por el Señor en la que Jesús estaba también participando?; ¿cómo no iba
a contagiarse de la alegría de los enfermos que curaba, los leprosos que eran
limpios o los ciegos que comenzaban a ver?
Seguramente en aquel episodio de la resurrección de
Lázaro las hermanas saltarían de alegría al ver salir a Lázaro vivo del
sepulcro y participaría Jesús de la fiesta que con toda seguridad se haría en
aquella ocasión en Betania; días más tarde le veremos participando en un
banquete que hicieron en su honor precisamente después de la resurrección de
Lázaro. Así podríamos recordar muchos momentos más del Evangelio, pero no
olvidemos la alegría de los apóstoles cuando Cristo se las manifiesta en el
Cenáculo.
Contemplamos la alegría de Jesús, pero escuchamos hoy
cómo El nos invita a nosotros también a la alegría, porque siempre estará con
nosotros. Cuántos motivos tenemos nosotros también desde nuestra fe en Jesús, y
a la manera de los hechos del evangelio que hemos mencionado, para vivir y
expresar nuestra alegría. Que no se apague nunca esa alegría de nuestro
corazón, que la vivamos pero que contagiemos a los demás de la felicidad que
nos da nuestra fe en Jesús. Para eso nos da su Espíritu que es Espíritu de
alegría y de paz.
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