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viernes, 30 de mayo de 2014

Una alegría que nunca puede perder el cristiano



Una alegría que nunca puede perder el cristiano

Hechos, 18, 9-18; Sal. 46; Jn. 16, 20-23
La alegría es un don que nunca puede perder un cristiano; nada tendría que turbarnos tanto como para que perdiéramos esa alegría del alma por la fe que tenemos Jesús. De todos es conocida aquella anécdota que se cuenta de un santo sacerdote que un día en el patio del colegio se encontró con un jovencito que tenía muy seria y muy adusta y al preguntarle qué le pasaba el muchacho le contestó que estaba así porque quería ser santo; entonces aquel santo sacerdote - se cuenta de san Juan Bosco - le dijo que un santo triste es un triste santo, que si quería ser santo tenía que ser la persona más alegre del mundo porque motivos tenía desde su fe en Jesús; un triste santo es el que no llegará nunca a nada.
Hoy Jesús de nuevo les habla de la alegría a los discípulos que andaban preocupados y tristes por lo que sentían que se avecinaba por todo lo que Jesús les había ido anunciando; y Jesús les dice que ahora están tristes, y en cierto modo da por sentado como normal esa tristeza y preocupación por lo que iba a suceder, pero que llegarían de nuevo los momentos en que su alegría iba a ser total y para siempre. ‘Volveré a veros, les dice, y se alegrará vuestro corazón y nadie os puede quitar esa alegría’.
Nada ni nadie tendría que quitarnos la alegría de nuestra fe y de nuestro tener a Jesús con nosotros.  A raíz de esto he recordado que en una ocasión una buena mujer en una parroquia me preguntaba dónde se ve a Jesús riéndose en el evangelio; que ella había buscado pero que nunca había leído una expresión así. Una buena pregunta la que me hacía aquella mujer y que tendría que llevarnos a ver cómo vemos esa alegría y ese gozo en Jesús a lo largo del evangelio.
Es cierto que contemplamos a Jesús en diversos momentos expresando otros sentimientos como su llanto ante la ciudad de Jerusalén por todo lo que le iba a suceder o ante la tumba de su amigo Lázaro; le contemplaremos con sentimientos de pena y lástima cuando aquel joven no fue capaz de venderlo todo para seguirle, siendo como era una persona muy buena; o le veremos con santa ira expulsando a los vendedores del templo purificando lo que había de ser una casa de oración y no una cueva de ladrones; por supuesto lo contemplamos en el dolor y sufrimiento de todo lo que es su pasión y su crucifixión, pero ¿encontraremos expresiones de gozo y felicidad, de alegría en Jesús en algún momento del evangelio?
Ya estaréis pensando que la alegría no se expresa solo por la mueca o el gesto de la cara, aunque también en nuestro rostro se manifiesta y expresa lo que llevamos dentro. La serenidad del rostro de Cristo que a todos atraía y que hacía que lo buscaran porque con El se sentían a gusto era expresión de la paz que Jesús sentía siempre en lo más hondo de su corazón.
Pero manifestaciones de alegría y de gozo hondo serían muchas las que tendría Jesús, porque así sentiría el gozo de los pecadores arrepentidos y a los que El perdonaba; El hablaba en sus parábolas de la alegría del pastor que encontró a la oveja perdida e invitó a hacer fiesta a sus amigos, como de la mujer que se alegra cuando encuentra la moneda extraviada y hace partícipe a sus amigas y vecinas de su alegría; ¿no era esa la alegría que había en la casa de Zaqueo cuando el banquete pero sobre todo a partir de su conversión? ¿no era esa la fiesta que hizo Mateo porque había sido llamado por el Señor en la que Jesús estaba también participando?; ¿cómo no iba a contagiarse de la alegría de los enfermos que curaba, los leprosos que eran limpios o los ciegos que comenzaban a ver?
Seguramente en aquel episodio de la resurrección de Lázaro las hermanas saltarían de alegría al ver salir a Lázaro vivo del sepulcro y participaría Jesús de la fiesta que con toda seguridad se haría en aquella ocasión en Betania; días más tarde le veremos participando en un banquete que hicieron en su honor precisamente después de la resurrección de Lázaro. Así podríamos recordar muchos momentos más del Evangelio, pero no olvidemos la alegría de los apóstoles cuando Cristo se las manifiesta en el Cenáculo.
Contemplamos la alegría de Jesús, pero escuchamos hoy cómo El nos invita a nosotros también a la alegría, porque siempre estará con nosotros. Cuántos motivos tenemos nosotros también desde nuestra fe en Jesús, y a la manera de los hechos del evangelio que hemos mencionado, para vivir y expresar nuestra alegría. Que no se apague nunca esa alegría de nuestro corazón, que la vivamos pero que contagiemos a los demás de la felicidad que nos da nuestra fe en Jesús. Para eso nos da su Espíritu que es Espíritu de alegría y de paz.

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