Hoy es pascua para nosotros porque sentimos el paso salvador del Señor con su gracia en nuestros sufrimientos y debilidades
‘La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus
numerosas curaciones de dolientes de toda clase (Cf. Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado
a su pueblo" (Lc 7,16) y
de que el Reino de Dios está muy cerca’. Dios ha visitado a su pueblo confesaba la
gente cuando contemplaba las obras de Jesús sanando a los enfermos, expulsando
demonios, resucitando a los muertos.
Esta
mañana nosotros hemos de decir lo mismo: ‘Dios
ha visitado a su pueblo’, Dios está con nosotros, pasa el Señor por nuestra
vida con su Pascua. Estamos aun en el tiempo pascual, aunque quizá tendríamos
que decir que para el cristiano siempre es pascua, porque vive del misterio pascual, pero también porque cada día con los ojos de
la fe bien abiertos ha de contemplar ese paso salvador del Señor por su vida. Pero
hoy de manera especial es Pascua entre nosotros. Es lo que hoy también nosotros
estamos celebrando; decimos la ‘pascua del enfermo’, y queremos en
verdad sentir la presencia salvadora de Jesús en nuestra vida.
No es
necesario detenernos a recordar con mucho detalle lo que tantas veces
contemplamos en el Evangelio. Jesús que está siempre al lado y de parte de los
que sufren. ‘El tomó nuestras flaquezas y
cargó con nuestras debilidades’, como había anunciado el profeta. Se
muestra siempre compasivo y misericordioso allí donde hay un hombre que sufre.
No pasa nunca de largo; tenderá su mano para levantar al que está tendido ya
sea en una camilla o en cualquier otra postración, tocará con su mano el cuerpo
enfermo para sanarlo, palpará el cuerpo enfermo o los sentidos atrofiados, se
dejará tocar por la gente que se apretuja a su alrededor, siempre tiene una
palabra de paz, de aliento, de vida para todos los que están a su lado
sufriendo. Con El llega la vida y la salvación, la salud para los cuerpos pero
sobre todo la salvación más profunda que nos inunda con su amor y con su paz
llenando nuestros corazones de alegría.
Hoy
nosotros también nos acercamos a Jesús. El dejó encargado a sus discípulos que
habían de hacer lo mismo que El había hecho, por eso cuando los envía a
anunciar el Reino de Dios los envía a curar enfermos y resucitar muertos, a
llevar la salvación y la vida, la esperanza y la paz a todos los corazones.
Nosotros
venimos con nuestros cuerpos enfermos o debilitados por el paso de los años;
pero nosotros venimos también con muchas penas en el alma, muchas soledades
quizá, muchas cosas que nos pueden amargar el corazón, muchas tristezas y
desencantos porque con el paso de los años las cosas quizá no han caminado como
nosotros pensábamos que iban a caminar y ahora nos encontramos aquí.
Pero
tengamos paz, porque en el Señor la vamos a encontrar; dejemos que brille su
luz sobre nuestras vidas. Quizá nuestros cuerpos sigan doloridos o debilitados
y probablemente cada día más, pero el Señor viene a llenar de vida nuestros
corazones. El con su presencia nos da el consuelo más profundo porque nos está
llenando de su amor; un amor del Señor que se hace patente en nuestra vida en
el amor y cariño de aquellos que nos atienden; en el amor y cariño de tantas
almas generosas que ponen su granito de arena para que sea posible lo que aquí
encontramos. Tenemos que darle gracias al Señor por tantas cosas que recibimos.
Vamos a
celebrar el sacramento que nos sana y nos llena de vida el alma, y si ponemos
toda nuestra confianza en el Señor veremos que también es posible que vivamos
nuestros sufrimientos y debilidades de manera distinta y nos podamos sentir
curados de esas enfermedades que nos entristecen el alma. El Señor con su
pascua viene a nuestra vida y su paso va a ser salvador para nosotros. La
fuerza del Espíritu divino va a estar con nosotros y nos sentiremos
transformados por dentro lo que ha de manifestarse y expresarse luego en
nuestras actitudes, en nuestros comportamientos, en nuestra manera de ser más
comprensivos con los demás, en la manera cómo vamos a poner todo nuestro empeño
para que cada día haya más paz y armonía en nuestras relaciones y nuestra
convivencia va a ser mejor cada día.
Con la
fuerza del Espíritu del Señor en nosotros nos daremos cuenta del valor que
tiene nuestra vida y también nuestros sufrimientos y dolores, porque podremos
unirnos a la pasión del Señor y con esa cruz nuestra de cada día vamos a
caminar al lado de la cruz de Jesús sintiendo además que El va a ser nuestro
Cireneo que nos ayudará a hacer más liviana nuestra cruz. Tengamos fe y seamos
capaces de ponernos al lado de la cruz de Cristo y veremos como nuestra cruz se
transforma con el oro del amor.
Ahí está
la gracia del Señor que nos acompaña y nos hará vivir de una forma nueva y
distinta estos últimos años de nuestra vida. Mirando la cruz de Jesús y sintiéndolo
a nuestro lado nos daremos cuenta de la trascendencia que tiene nuestra vida y
no nos dará miedo mirar más allá para contemplar la vida eterna y dichosa que
nos espera junto a Dios.
En el
Bautismo comenzamos a conformarnos con la muerte y la resurrección de Cristo,
ahora recibiendo este Sacramento de la Unción, podríamos decir, que estamos
llevando a plenitud ese configurarnos más y más con Cristo porque le estaremos
dando un sentido y un valor a nuestro sufrimiento y a nuestra debilidad. Nos
estamos uniendo a la Pascua salvadora de Cristo con nuestra vida, con nuestro dolor, con nuestra debilidad, con
nuestros muchos años y todo eso se convierte en vida para nosotros y en vida
para nuestro mundo.
Nos unimos
a Cristo y ya no pensamos solo en nosotros mismos sino que miramos nuestra
mundo que todos deseamos que sea mejor y vamos a poner nuestro grano de arena
para ello ofreciendo nuestra vida por nuestro mundo, por la salvación de los
pecadores, por la santidad de la Iglesia, por todos aquellos que luchan y trabajan
por hacer un mundo mejor para que no les
falte nunca la gracia y la fuerza del Señor. Nosotros con la ofrenda de
nosotros mismos que hoy hacemos estaremos contribuyendo a ello para que a todos
llegue la gracia del Señor. Qué valiosa se vuelve así nuestra vida con la
gracia del Señor para bien de nuestro mundo y de nuestra Iglesia.
Vivamos
con hondo sentido pascual nuestra celebración. Que podamos decir cuando
terminemos nuestra celebración con todo sentido ‘Dios ha visitado a su pueblo’, porque en verdad sintamos muy
vivamente su presencia y su gracia.
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