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sábado, 21 de diciembre de 2013

María va esparciendo el perfume de Dios con su fe y con su amor

Cantar de los Cantares, 2, 8-14; Sal. 32; Lc. 1, 39-45
María va esparciendo el perfume de Dios allá por donde va. Ella es la llena de gracia, la inundada por el Espíritu de Dios y allí donde se hace presente hace presente a Dios y va llenando todo de Dios.
El ángel le había dado la alegre noticia de que ‘su prima Isabel, la que llamaban estéril ha concebido un hijo y ya está de seis meses’. Las maravillas de Dios que hacen posible las cosas que a los ojos de los hombres nos parecen imposibles. El mismo Zacarías había dicho que su mujer era estéril y los dos de edad avanzada, y he aquí que el Señor los llenó de bendiciones y esperaban un hijo. ‘Para Dios nada hay imposible’, le había dicho el ángel.
María no puede quedarse quieta  en su casa sabiendo que allá en las montañas de Judea algo grande está sucediendo, porque se están manifestando las maravillas de Dios, y allí hay un servicio que prestar. Quien está lleno de Dios nunca será insensible ante la necesidad de los demás y siempre está disponible para repartir amor. Llena de Dios ‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’.
El amor siempre tiene prisa, porque no puede encerrarse en sí mismo; el amor nos pone siempre en camino porque siempre hay algo que trasmitir y contagiar a los demás y siempre será humilde y generoso para estar en permanente actitud de servicio; el amor verdadero  nos lleva en las alas de Dios, porque Dios es amor y todo nuestro amor no es sino una participación en el amor divino; el amor auténtico nos hace saborear a Dios y ayuda a saborear a Dios a cuantos nos rodean.
Llega María a casa de Isabel e Isabel se llena del Espíritu Santo; se escuchan las palabras de María en su saludo y hasta la criatura que hay en el seno de Isabel salta de alegría porque siente la presencia de Dios. ‘Se llenará del Espíritu Santo ya en el vientre materno’, le había dicho el ángel a Zacarías en el templo, y el que iba a ser el precursor del Mesías ya era justificado y santificado en el seno materno, como señal de la misión que se le iba a confiar.
‘Se llenó Isabel del Espíritu Santo’ y comenzaron las alabanzas. El perfume de Dios que desprendía Maria envolvía a todos con la presencia de Dios y el Espíritu divino se apoderaba de los corazones. ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’. Pronto comienzan las alabanzas a María. Más tarde ella anunciaría proféticamente en su cántico también inspirado por el Espíritu que ‘la felicitarán todas las generaciones’,  pero Isabel se adelanta.
Reconoce que aquella muchachita venida de Nazaret está inundada de Dios porque Dios mora en sus entrañas y de qué manera. Es la madre del Señor que merece toda alabanza, porque así Dios ha querido hacerla grande aunque ella se considere a sí misma la humilde esclava del Señor. ‘¿De donde a mí, quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’. Maravillas del actuar de Dios, porque cuando nos abrimos de corazón a Dios con toda sinceridad dejándole actuar en nuestra vida, Dios mismo se nos revela y nos hace conocer más hondamente su misterio. Es lo que le sucedió a Isabel, también abrió su corazón a Dios y el Espíritu divino llenó su corazón inspirándole y revelándole la verdad del misterio de Dios que en María se estaba realizando.
‘¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. Qué contraste entre las dudas y la desconfianza de Zacarías y la fe de María. Pero la palabra del Señor siempre tendrá su cumplimiento. Zacarías terminará reconociendo ese actuar de Dios y dando gracias, como escucharemos y meditaremos en el día inmediato al nacimiento de Jesús, y María humilde y pequeña siempre reconoció que el Señor hacia obras grandes en ellas y para todos se iba a derramar la misericordia del Señor.

¡Cuánto tenemos que aprender! Abramos nuestro corazón a Dios que también a nosotros quiere inundarnos con la fuerza de su Espíritu. Llenemos nuestro corazón de amor y también con nuestra generosidad y espíritu de servicio haremos presente a Dios entre los que nos rodean. Que también vayamos exhalando ese perfume de Dios con las obras de nuestro amor.

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