Ya llega el Señor, vistámonos de humildad y amor para llenarnos de Dios
Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
‘Ya llega el Señor, él
es el Rey de la gloria’.
Así proclamamos en el salmo en la cercanía de la Navidad. Llega el Señor.
¿Dónde lo vamos a encontrar? ¿Dónde podemos buscarlo? ¿Cómo hemos de
reconocerle? Es la preparación que vamos realizando en estos últimos días del
Adviento; es la búsqueda que hacemos dejándonos conducir por la liturgia, por
la palabra de Dios, ahondando más y más en nuestra oración.
Llega el Señor, El es
el Rey de la gloria,
¿tendríamos que buscarlo en palacios de reyes o entre los poderosos de este
mundo? No es ese el camino. Ni siquiera tendríamos que ir al templo de
Jerusalén, aunque allí se manifestara el ángel del Señor al sacerdote Zacarías
para anunciarle el nacimiento de Juan; pero Juan nacerá en una aldea perdida en
las montañas de Judea y luego marchará al desierto en la mayor pobreza y
austeridad.
Rastreemos los cielos a ver por donde llega el ángel
anunciador, sabiendo ya que ni lo vamos a encontrar entre palacios aunque se
anuncie como el Rey de la gloria, ni tampoco irá al templo de Jerusalén para
hacer el anuncio aunque vaya a ser el Mesías de Dios para el pueblo de Israel.
El ángel de Dios se va a hacer sentir en un pueblo pequeño y perdido entre los
demás pueblos de Galilea, Nazaret, despreciado incluso por los pueblos vecinos
porque de él no va a salir nada bueno,
como diría un día Natanael el de Caná, en una casa humilde y pobre de un
artesano, y a una muchacha que se considera la más pequeña y la humilde, porque
solo se llamará a sí misma la esclava del Señor.
El Señor siempre nos sorprende con cosas maravillosas
realizadas en la pequeñez y en la humildad, aunque ya tendremos oportunidad de
seguir contemplando cómo se hará presente Dios en su nacimiento. Nos quedamos
ahora en Nazaret, un primer paso del camino que nos llevará más tarde a Belén.
Dios solo busca, solo quiere un corazón que esté abierto a El para hacerse
presente; en aquella doncella pequeña y humilde de Nazaret Dios se va a
complacer, es la agraciada del Señor - ‘has
encontrado gracia ante el Señor’ -, y hasta ella llegará la embajada
angélica.
Si de Zacarías e Isabel se decía que ‘eran justos ante Dios y caminaban sin falta
según los mandamientos y las leyes del Señor’, de María solo se dirá que
era ‘la llena de gracia’ sin señalar
ninguna otra cosa especial, pero si descubriendo su corazón abierto a Dios y
disponible siempre para lo que era su voluntad. Más tarde descubriremos cómo
ella sabían plantar la Palabra de Dios en su corazón para hacerle dar fruto al
ciento por uno y era la que guardaba en su corazón todo el misterio de Dios que
ante ella se realizaba para rumiarlo y meditarlo en su corazón y así llenarse
más y más de Dios.
Muchas veces hemos contemplado y meditado esta escena
de la Anunciación, del anuncio que el ángel de parte de Dios le hace a María.
María se siente sorprendida por la presencia del Misterio de Dios que se le
manifestaba en el Ángel del Señor, pero para ella se seguirán repitiendo las
palabras que alejaban todo temor y querían llenar su corazón de paz. ‘No temas…’ volveremos a escuchar. Es el
anuncio de la llegada de la paz que se seguirá repitiendo una y otra vez, hasta
que los ángeles canten la gloria de Dios en Belén porque llegará la paz para
todos los hombres porque Dios los ama.
María es la agraciada del Señor, ha sido elegida y va a
ser la madre del Señor. ‘Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo al que le pondrás por nombre Jesús. Será grande,
se llamará el Hijo del Altísimo… el santo que va a nacer se llamará Hijo de
Dios’. El hijo que va a nacer del seno de María, el hijo de María será el
Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios. ‘El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra…’ le dice el
ángel. El hijo de María será el Emmanuel anunciado por los profetas y ya Dios
siempre estará con nosotros, en medio nuestro, y llega la paz y la salvación
para todos.
¿Qué puede decir María? ¿Qué puede hacer María? Dios ha
querido contar con ella y el ángel está esperando su respuesta. María, la llena
de la gracia de Dios, la poseída para siempre por el Espíritu divino no sabrá
decir otra cosa: ‘Aquí está la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra’. No hacen falta más palabras. ‘Y la dejó el ángel’. La misión estaba
cumplida. La maravilla de Dios se realiza y Dios será ya para siempre Emmanuel,
Dios con nosotros.
Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Somos los amados de
Dios también, nos ha regalado la gracia; sigamos el camino de María, copiemos
en nosotros sus actitudes y virtudes, vistámonos de humildad y de amor y Dios
también se hará presente en nuestro corazón, será para nosotros el Emmanuel.
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