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viernes, 20 de diciembre de 2013

Ya llega el Señor, vistámonos de humildad y amor para llenarnos de Dios

Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
‘Ya llega el Señor, él es el Rey de la gloria’. Así proclamamos en el salmo en la cercanía de la Navidad. Llega el Señor. ¿Dónde lo vamos a encontrar? ¿Dónde podemos buscarlo? ¿Cómo hemos de reconocerle? Es la preparación que vamos realizando en estos últimos días del Adviento; es la búsqueda que hacemos dejándonos conducir por la liturgia, por la palabra de Dios, ahondando más y más en nuestra oración.
Llega el Señor, El es el Rey de la gloria, ¿tendríamos que buscarlo en palacios de reyes o entre los poderosos de este mundo? No es ese el camino. Ni siquiera tendríamos que ir al templo de Jerusalén, aunque allí se manifestara el ángel del Señor al sacerdote Zacarías para anunciarle el nacimiento de Juan; pero Juan nacerá en una aldea perdida en las montañas de Judea y luego marchará al desierto en la mayor pobreza y austeridad.
Rastreemos los cielos a ver por donde llega el ángel anunciador, sabiendo ya que ni lo vamos a encontrar entre palacios aunque se anuncie como el Rey de la gloria, ni tampoco irá al templo de Jerusalén para hacer el anuncio aunque vaya a ser el Mesías de Dios para el pueblo de Israel. El ángel de Dios se va a hacer sentir en un pueblo pequeño y perdido entre los demás pueblos de Galilea, Nazaret, despreciado incluso por los pueblos vecinos porque de él no va a salir nada bueno, como diría un día Natanael el de Caná, en una casa humilde y pobre de un artesano, y a una muchacha que se considera la más pequeña y la humilde, porque solo se llamará a sí misma la esclava del Señor.
El Señor siempre nos sorprende con cosas maravillosas realizadas en la pequeñez y en la humildad, aunque ya tendremos oportunidad de seguir contemplando cómo se hará presente Dios en su nacimiento. Nos quedamos ahora en Nazaret, un primer paso del camino que nos llevará más tarde a Belén. Dios solo busca, solo quiere un corazón que esté abierto a El para hacerse presente; en aquella doncella pequeña y humilde de Nazaret Dios se va a complacer, es la agraciada del Señor - ‘has encontrado gracia ante el Señor’ -, y hasta ella llegará la embajada angélica.
Si de Zacarías e Isabel se decía que ‘eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos y las leyes del Señor’, de María solo se dirá que era ‘la llena de gracia’ sin señalar ninguna otra cosa especial, pero si descubriendo su corazón abierto a Dios y disponible siempre para lo que era su voluntad. Más tarde descubriremos cómo ella sabían plantar la Palabra de Dios en su corazón para hacerle dar fruto al ciento por uno y era la que guardaba en su corazón todo el misterio de Dios que ante ella se realizaba para rumiarlo y meditarlo en su corazón y así llenarse más y más de Dios.
Muchas veces hemos contemplado y meditado esta escena de la Anunciación, del anuncio que el ángel de parte de Dios le hace a María. María se siente sorprendida por la presencia del Misterio de Dios que se le manifestaba en el Ángel del Señor, pero para ella se seguirán repitiendo las palabras que alejaban todo temor y querían llenar su corazón de paz. ‘No temas…’ volveremos a escuchar. Es el anuncio de la llegada de la paz que se seguirá repitiendo una y otra vez, hasta que los ángeles canten la gloria de Dios en Belén porque llegará la paz para todos los hombres porque Dios los ama.
María es la agraciada del Señor, ha sido elegida y va a ser la madre del Señor. ‘Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo al que le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará el Hijo del Altísimo… el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’. El hijo que va a nacer del seno de María, el hijo de María será el Hijo del Altísimo, el Hijo de Dios. ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra…’ le dice el ángel. El hijo de María será el Emmanuel anunciado por los profetas y ya Dios siempre estará con nosotros, en medio nuestro, y llega la paz y la salvación para todos.
¿Qué puede decir María? ¿Qué puede hacer María? Dios ha querido contar con ella y el ángel está esperando su respuesta. María, la llena de la gracia de Dios, la poseída para siempre por el Espíritu divino no sabrá decir otra cosa: ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’. No hacen falta más palabras. ‘Y la dejó el ángel’. La misión estaba cumplida. La maravilla de Dios se realiza y Dios será ya para siempre Emmanuel, Dios con nosotros.

Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Somos los amados de Dios también, nos ha regalado la gracia; sigamos el camino de María, copiemos en nosotros sus actitudes y virtudes, vistámonos de humildad y de amor y Dios también se hará presente en nuestro corazón, será para nosotros el Emmanuel.

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