Vistas de página en total

martes, 17 de diciembre de 2013

Confesamos a Jesús, el hijo de David,  el hijo de Abrahán como el Hijo de Dios y nuestro Mesías Salvador

Gén. 49, 2. 8-10; Sal. 71; Mt. 1,1-17
La Navidad está cerca. Lo mismo que el Bautista anunciaba que el Reino de Dios estaba cerca porque era inminente la aparición del Mesías, así nosotros podemos decir hoy también: la Navidad está cerca. Sólo faltan ocho días y la liturgia se intensifica en su preparación para que todo esté a punto, para que nuestros corazones y nuestras vidas estén a punto.
La liturgia adquiere un ritmo nuevo y más intenso. Las oraciones, las antífonas, la Palabra del Señor que vamos escuchando ya nos están hablando de esa inminencia de la Navidad. Así por ejemplo las antífonas de las vísperas de cada día, sobre todo la antífona al cántico de María, que son las mismas que repetimos con el Aleluya antes del Evangelio, tienen un especial sabor donde vamos saboreando el misterio de Cristo que se nos manifiesta y se acerca a nosotros y nos hace hacer como una especial oración invocando, suplicando la llegada del Emmanuel que es nuestra Sabiduría, que es el Sol que nace de lo alto, el Rey de las naciones y deseado de todos los pueblos, por mencionar ahora alguna de esas invocaciones que iremos haciendo.
Pero también la palabra del Señor que iremos escuchando cada día tiene una especial resonancia en esa inminencia de la Navidad, porque iremos leyendo el principio del evangelio de Mateo, hoy y mañana, y luego todo el inicio del evangelio de Lucas con lo sucedido inmediatamente antes del nacimiento de Jesús, el anuncio del nacimiento del Bautista, el anuncio del ángel a María, su visita a Isabel, el nacimiento de Juan, etc…
Hoy el evangelio nos ha presentado la genealogía de Jesús según el relato del evangelio de san Mateo. El Jesús que confesamos como Hijo de Dios y que veremos nacer en Belén en unos días es ese deseado de las naciones y de manera especial del pueblo judío como Mesías salvador. Por eso hemos comenzado escuchando hoy: ‘Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán…’ para concluir diciéndonos que ‘de María, la esposa de José, nació Jesús, llamado Cristo’, el Mesías.
Jesucristo,  verdadero Dios y verdadero hombre, nacido en una familia concreta y en un pueblo concreto; se nos da su genealogía, pero al mismo tiempo se nos está señalando cómo hay una línea de continuidad desde Abrahán, el padre en la fe del pueblo de Israel, pasando por David para señalarnos así que es el Mesías anunciado, prometido y esperado como Salvador del pueblo judío pero también de todas las naciones.
Precisamente la primera lectura nos ha señalado esa línea de continuidad que luego veremos reflejada en la genealogía, pues Jacob señala a su hijo Judá como el que va a llevar el bastón del mando, como signo de que es él y no ningún otro de los hijos de Jacob del que ha de nacer el Mesías de Dios. Recordamos así lo que el ángel le anunciaba a María, como hemos escuchado tantas veces y volveremos a escuchar estos días, ‘el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de  Jacob para siempre…’
Confesamos así a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre; lo vemos entroncado en el pueblo judío siendo el Mesías Salvador, el Cristo; por eso decimos siempre para referirnos a Jesús esa palabra compuesta, Jesucristo, o lo que es lo mismo decir, Jesús es el Cristo, el Mesías, el Salvador.
Confesamos nuestra fe y queremos en verdad prepararnos con toda intensidad en estos días que nos faltan para la navidad para su celebración. Queremos que sea en verdad una celebración viva, profunda; no queremos quedarnos en lo superficial. Si confesamos que Jesús es nuestro Salvador es porque queremos llenarnos de su salvación, llenarnos de su gracia salvadora.

Todo lo que hemos venido reflexionando y orando a lo largo del tiempo del Adviento nos tiene que servir para esa renovación de nuestra vida. Pero no es solo lo que nosotros queramos hacer, sino lo que la gracia de Dios quiere realizar en nosotros. Para ello hemos de ir a buscar esa gracia, hemos de acercarnos a los sacramentos, hemos de sentir ese perdón de Dios que nos llena de su salvación; hemos de pensar entonces en el Sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia. Aprovechemos esa oportunidad de gracia que estos días se nos ofrece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario