Confesamos a Jesús, el hijo de David, el hijo de Abrahán como el Hijo de Dios y nuestro Mesías Salvador
Gén. 49, 2. 8-10; Sal. 71; Mt. 1,1-17
La Navidad está cerca. Lo mismo que el Bautista
anunciaba que el Reino de Dios estaba cerca porque era inminente la aparición
del Mesías, así nosotros podemos decir hoy también: la Navidad está cerca. Sólo
faltan ocho días y la liturgia se intensifica en su preparación para que todo
esté a punto, para que nuestros corazones y nuestras vidas estén a punto.
La liturgia adquiere un ritmo nuevo y más intenso. Las
oraciones, las antífonas, la Palabra del Señor que vamos escuchando ya nos
están hablando de esa inminencia de la Navidad. Así por ejemplo las antífonas
de las vísperas de cada día, sobre todo la antífona al cántico de María, que
son las mismas que repetimos con el Aleluya antes del Evangelio, tienen un
especial sabor donde vamos saboreando el misterio de Cristo que se nos
manifiesta y se acerca a nosotros y nos hace hacer como una especial oración
invocando, suplicando la llegada del Emmanuel que es nuestra Sabiduría, que es
el Sol que nace de lo alto, el Rey de las naciones y deseado de todos los
pueblos, por mencionar ahora alguna de esas invocaciones que iremos haciendo.
Pero también la palabra del Señor que iremos escuchando
cada día tiene una especial resonancia en esa inminencia de la Navidad, porque
iremos leyendo el principio del evangelio de Mateo, hoy y mañana, y luego todo
el inicio del evangelio de Lucas con lo sucedido inmediatamente antes del
nacimiento de Jesús, el anuncio del nacimiento del Bautista, el anuncio del
ángel a María, su visita a Isabel, el nacimiento de Juan, etc…
Hoy el evangelio nos ha presentado la genealogía de
Jesús según el relato del evangelio de san Mateo. El Jesús que confesamos como
Hijo de Dios y que veremos nacer en Belén en unos días es ese deseado de las
naciones y de manera especial del pueblo judío como Mesías salvador. Por eso
hemos comenzado escuchando hoy: ‘Genealogía
de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán…’ para concluir diciéndonos
que ‘de María, la esposa de José, nació
Jesús, llamado Cristo’, el Mesías.
Jesucristo,
verdadero Dios y verdadero hombre, nacido en una familia concreta y en
un pueblo concreto; se nos da su genealogía, pero al mismo tiempo se nos está
señalando cómo hay una línea de continuidad desde Abrahán, el padre en la fe
del pueblo de Israel, pasando por David para señalarnos así que es el Mesías
anunciado, prometido y esperado como Salvador del pueblo judío pero también de
todas las naciones.
Precisamente la primera lectura nos ha señalado esa línea
de continuidad que luego veremos reflejada en la genealogía, pues Jacob señala
a su hijo Judá como el que va a llevar el bastón del mando, como signo de que
es él y no ningún otro de los hijos de Jacob del que ha de nacer el Mesías de
Dios. Recordamos así lo que el ángel le anunciaba a María, como hemos escuchado
tantas veces y volveremos a escuchar estos días, ‘el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la
casa de Jacob para siempre…’
Confesamos así a Jesús, verdadero Dios y verdadero
hombre; lo vemos entroncado en el pueblo judío siendo el Mesías Salvador, el
Cristo; por eso decimos siempre para referirnos a Jesús esa palabra compuesta,
Jesucristo, o lo que es lo mismo decir, Jesús es el Cristo, el Mesías, el
Salvador.
Confesamos nuestra fe y queremos en verdad prepararnos
con toda intensidad en estos días que nos faltan para la navidad para su
celebración. Queremos que sea en verdad una celebración viva, profunda; no queremos
quedarnos en lo superficial. Si confesamos que Jesús es nuestro Salvador es
porque queremos llenarnos de su salvación, llenarnos de su gracia salvadora.
Todo lo que hemos venido reflexionando y orando a lo
largo del tiempo del Adviento nos tiene que servir para esa renovación de nuestra
vida. Pero no es solo lo que nosotros queramos hacer, sino lo que la gracia de
Dios quiere realizar en nosotros. Para ello hemos de ir a buscar esa gracia,
hemos de acercarnos a los sacramentos, hemos de sentir ese perdón de Dios que
nos llena de su salvación; hemos de pensar entonces en el Sacramento de la
Reconciliación o de la Penitencia. Aprovechemos esa oportunidad de gracia que
estos días se nos ofrece.
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