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sábado, 13 de julio de 2013

El discípulo no es mayor que su maestro, entonces hemos de vivir totalmente la pascua con Jesús

Gén. 49, 29-33; 50, 15-25; Sal. 104; Mt. 10, 43-33
Cuando amamos a alguien de verdad nuestro deseo es estar lo más cerca posible de aquella persona a la que queremos porque nos gusta disfrutar de su presencia y del calor de su amistad, pero no solo es el estar cerca sino sentirnos en unión con ella. Una unión que si no la podemos expresar de otra manera al menos queremos parecernos a esa persona, imitamos su manera de ser y de actuar, queremos en verdad ser gratos a esa persona a la que amamos y hacemos las cosas que son de su agrado, que no es adulación, sino algo como espontáneo que surge de nuestro corazón porque nos sentimos como identificados con ella.
Es lo que queremos expresar cuando decimos que seguimos a Jesús, que somos sus discípulos, nos llamamos cristianos en que precisamente lo vamos manifestando en esa opción que vamos haciendo en la vida de dejarnos iluminar por el mensaje del evangelio de manera que lo hacemos norma y sentido de nuestra vida. Por eso decimos siempre que seguimos a Jesús no de boca, no solo con palabras, sino desde las actitudes y comportamientos más profundos de nuestra persona. Es un optar por el camino de Jesús.
No siempre es fácil. Como hemos reflexionado muchas veces decaemos en nuestro entusiasmo y rodamos por la pendiente resbaladiza de la tibieza que tanto daño nos hace a nuestro seguimiento de Jesús. Pero, como nos ha venido diciendo Jesús en lo que venimos escuchando de sus palabras estos días, cuando queremos seguir su camino, vamos a encontrar una oposición semejante a la que se encontró El. Lo hemos venido contemplando en el Evangelio, y bien sabemos que su camino pasó al final por la pasión y por la cruz desde la envidia y el orgullo de aquellos a los que molestaba el mensaje del Reino que anunciaba Jesús.
Hoy nos dice que ‘un discípulo no es más que su maestro… si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú (en referencia a aquellos que decían que echaba los demonios con el poder del príncipe de los demonios), ¡cuánto más a los criados!’. O sea que el discípulo va a pasar también por el mismo camino de pasión y de muerte que el de Jesús. ¿No recordamos que cuando aquellos dos apóstoles le pedían primeros puestos - lo vamos a escuchar en pocos días en la fiesta de Santiago - El le preguntó si podían, si eran capaces de beber el cáliz que El había de beber?
Ayer nos hablaba de las persecuciones, de las cárceles y la comparecencia ante los tribunales por los que habríamos de pasar, pero hoy nos dice que no tengamos miedo. Nos lo repite por tres veces. ‘No tengáis miedo…’ Y entonces no podemos ocultar el mensaje que da sentido a nuestra vida aunque haya muchos a los que no les guste. Qué fácil nos es hacernos acomodaciones cuando sabemos que va a haber rechazo. Pero ese no puede ser el actuar del discípulo, como no fue así el actuar de Jesús. ‘Lo que os digo en la noche, decidlo en pleno día; lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea’, nos dice.
No hemos de temer la muerte a la que nos podrían conducir; en fin de cuentas perder esta vida terrena que es cierto que un día se ha de acabar, no es nada en comparación con perder la vida eterna. ‘Temed al que pueda destruir con el fuego alma y cuerpo’, nos dice. Y es que hemos de confiarnos en la providencia de Dios que cuida de nosotros. Cómo hemos de saber ponernos en las manos de Dios.
De ahí que hemos de dar la cara por nuestra fe, por el evangelio, por Jesús. Somos unos testigos que no podemos callar. Cuando a los apóstoles les prohibían hablar del nombre de Jesús, ellos decían que tenían que obedecer a Dios antes que a los hombres. Hoy nos dice Jesús: ‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo’. Qué abogado más poderoso vamos a tener. Jesús ora por nosotros, como lo escucharemos en la oración sacerdotal de la última cena, para que seamos fieles, para que mantengamos la unidad, para que no nos falte la fortaleza del Espíritu que El nos enviará para que demos ese testimonio delante de los hombres.
Queremos vivir unidos a Jesús; queremos vivir su misma vida y nos identificamos totalmente con El; con Jesús queremos vivir su pascua, en la parte que hay de pasión y muerte, con la certeza de que también vamos a llegar a la parte de la luz y de la resurrección, porque sabemos que Jesús estará de nuestra parte.


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