Pongámonos en camino de construir el Reino de Dios
Is. 66, 10-14; Sal. 65; Gál. 6, 14-18; Lc. 10, 1-2.17-20
‘¡Poneos en camino!’, les dice Jesús a aquellos ‘setenta y dos discípulos que envió por
delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir El’.
Iban a ser como los precursores de su camino. Iban subiendo a Jerusalén pero
seguían haciendo el anuncio del Reino allá por donde iban. Nos recuerda el
principio del Evangelio. El Bautista había salido también al desierto a
preparar los caminos; era el precursor del Mesías con una misión muy clara y
muy concreta.
Ahora de semejante manera, podríamos decir, Jesús envía
a estos discípulos también con una misión muy clara y muy concreta. Los había
ido preparando; no solo a los doce, sino al grupo más amplio de los discípulos
que lo seguían y estaban con El. Ya les había indicado el sentido de su subida
a Jerusalén y se había puesto en camino. Les había ido señalando algunas
características de cómo habían de ser sus discípulos, lejos de la violencia o
imposición, con disponibilidad total y radical, siempre caminando hacia
adelante para ir abriendo el surco y realizar la siembra de la semilla de la
Palabra de Dios.
‘¡Poneos en camino!’ Ahora los envía completando las
instrucciones. Conscientes de la abundancia de la mies y de la escasez de los
obreros, por eso el camino que habían de hacer en el nombre del Señor lo habían
de iniciar invocando al Señor. ‘La mies
es abundante y los obreros pocos; rogad al dueño de la mies que mande obreros a
su mies’. Eran ellos los ahora enviados que en el nombre y con la gracia
del Señor habían de salir a hacer también ese primer anuncio del Reino de Dios.
‘¡Poneos en camino!’ y lo primero que ha de aparecer es
su disponibilidad y su confianza. No van dotados de medios humanos y la tarea
tampoco ha de ser fácil. ‘Mirad que os
mando como corderos en medio de lobos’. Ya cuando los apóstoles habían ido
a buscar alojamiento se encontraron oposición. Ahora y en adelante no les va a
faltar.
Escasos de medios humanos quizá, porque han de ir vacíos
de apoyos externos, sin embargo han de llevar el corazón lleno de Dios y de su
paz que es la verdadera riqueza. ‘Decid
primero: paz a esta casa’. Es el primer anuncio y saludo. Como los ángeles
en Belén en su nacimiento. También había pobreza de medios, era un simple
establo y unos pobres pastores que cuidaban sus rebaños pero allí resonaba el
anuncio de la paz.
La misión de Jesús es siempre una misión de paz. Es lo
que nos viene a traer Jesús. La misión del discípulo de Jesús ha de ser igualmente
siempre una misión de paz: nuestros gestos, nuestras miradas, nuestras
palabras, nuestras actitudes siempre han de ser anunciadoras de paz; es lo que
nosotros hemos de llevar a los demás, a ese mundo que nos rodea obsesionado
quizá por otras cosas, añorando quizá tiempos o lugares de abundancia o
satisfacciones inmediatas, pero olvidándose de la verdadera paz del corazón que
es lo primero que tendríamos que buscar.
No son los bienes materiales o las riquezas humanas los
que nos van a dar la verdadera paz; hemos de buscarla en lo más hondo de
nosotros mismos y en otros valores de mayor importancia y nos lleven a la
verdadera plenitud; hemos de saber sentirla en el corazón donde el Señor
siempre depositará esa semilla de la paz que hemos de hacer crecer. Es un don
de Dios al tiempo que una tarea. Por eso, el verdadero discípulo de Jesús con
sus palabras y con su vida siempre ha de estar haciendo ese anuncio de paz,
siempre ha de ser misionero de la paz, siempre ha de estar comprometido en ser
constructor de la paz allí donde esté.
‘Si entráis en un
pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que
haya, y decid: está cerca de vosotros el Reino de Dios’. Es el anuncio pero son también las
señales del Reino que ya se están dando. Es la acogida, el compartir, el curar
y consolar; es la paz que se va sembrando en los corazones, es el amor que
comienza a florecer; es el mal que se va arrancando del corazón, es el
reconocimiento de la presencia del Señor. Ahí se están dando las señales del
Reino de Dios que llega, pero tarea en la que nos hemos de comprometer.
Cuando regresaron de nuevo al encuentro con Jesús sus
corazones desbordaban de alegría y de paz; se sentían satisfechos y alegres por
la misión que habían cumplido. ‘Los
setenta y dos volvieron muy contentos y le dijeron: Señor, hasta los demonios
se nos someten en tu nombre’. Pero Jesús les advierte que estén alegres no
por las satisfacciones o reconocimientos humanos que pudieran tener, sino
porque sus nombres estaban inscritos en el cielo.
Siempre nos está recordando Jesús lo esencial; nunca
nos podemos dejar cautivar por vanidades humanas que nos llenen de orgullo,
sino que nuestra mirada ha de estar puesta en el cielo, en la vida eterna junto
a Dios. ‘Estad alegres porque vuestros
nombres están inscritos en el cielo’, les dice. Allí será donde
verdaderamente seremos ensalzados, que es lo importante; es el premio de la
vida eterna en la plenitud del Reino de los cielos. Qué bien nos viene recordar
estas palabras de Jesús ya que somos tan dados a la búsqueda de esos
reconocimientos.
Este envío que Jesús hace de estos setenta y dos
discípulos tendría que hacernos pensar mucho. No simplemente estamos recordando
lo que entonces hizo Jesús. Estamos celebrando aquí y ahora la misión que a
nosotros Jesús también nos confía. No es una palabra que nos suene antigua lo
que ahora estamos escuchando sino que es una Palabra, la Palabra que Dios hoy,
aquí y ahora a nosotros nos está diciendo.
Como aquellos setenta y dos discípulos a nosotros Jesús
también nos dice: ‘¡Poneos en
camino!’ y tenemos que ir por delante, tenemos que ser precursores, con
nuestra palabra, con nuestros gestos, con nuestro actuar, con nuestra vida, de
ese Reino de Dios que está cerca, que está en medio de nosotros; reino de Dios
que hemos de descubrir y que hemos de hacer florecer. Constatar esas señales
del Reino de Dios que ya se están dando entre nosotros cuando somos capaces de
compartir y de sentir preocupación por los demás, o cuando vamos sembrando pequeñas
semillas de paz allí donde estamos con nuestros gestos, con nuestra mirada, con
nuestra sonrisa, con nuestras palabras, con nuestra forma nueva de actuar.
Nos queremos más cada
día, es porque el Reino de Dios se está haciendo presente entre nosotros; nos
esforzamos por vivir en paz y en armonía, y estamos dando señales de que el
Reino de Dios es importante para nosotros; sentimos dolor en el corazón por los
que tienen tantas carencias a nuestro lado y ponemos nuestro granito de arena
para remediarlo, es señal de que el Reino de Dios se está adueñando de nuestro corazón;
somos capaces de tener una palabra amigable con el vecino o con el que está a
nuestro lado, le llevamos una sonrisa al que sufre, o ponemos un poquito de
ilusión en el corazón de quien parece que pierde la esperanza, estamos
sembrando semillas del Reino de Dios que harán florecer un día un mundo nuevo y
mejor.
Tengamos esperanza de
que esas pequeñas cosas que queremos hacer a cada momento un día vayan a hacer
florecer la vida en el corazón de muchos a quienes se les han roto las
ilusiones y las esperanzas. Así iremos construyendo el Reino de Dios, así
iremos sembrando la paz de Dios en el corazón de los hombres y haremos un mundo
mejor.
No nos quedemos quietos, pongámonos en camino
como nos pide hoy el Señor y nuestros nombres estarán inscritos en el cielo.
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