El que persevere hasta el final, se
salvará
Gén. 46, 1-7.28-30; Sal. 36; Mt. 10, 16-23
‘El que persevere
hasta el final, se salvará’.
Cuánto cuesta la perseverancia, hemos de reconocer. Nos hacemos propósitos,
queremos hacer muchas cosas, decimos que no volveremos a tropezar en la misma
piedra, que eso no lo volveremos a hacer y así no sé cuantas cosas, pero ya
sabemos lo que nos sucede, pronto nos cansamos, pronto olvidamos nuestros
buenos propósitos. Es la inconstancia que nos acecha.
Esto que nos sucede en la vida de cada día en nuestra
lucha diaria, nos sucede también en nuestra vida espiritual. Momentos de
especial fervor donde sacamos los mejor de nuestra religiosidad y de nuestros
compromisos cristianos los tenemos con frecuencia; pero con frecuencia también
caemos por la pendiente resbaladiza de la tibieza que nos conduce a abandonar
muchas cosas buenas que nos habíamos propuesto hacer y esa religiosidad y
espiritualidad se nos debilita y se nos enfría.
Son las tentaciones que vamos sufriendo cada día; son
los contratiempos que nos van apareciendo en la vida; son los obstáculos que
nos ofrece la vida misma; es la desgana y el cansancio en nuestras luchas que
muchas veces se nos mete en el alma y nos lleva a esa tibieza espiritual.
Cuánto nos cuesta perseverar; con qué empeño habríamos
de tomarnos todo lo que hace referencia a nuestra vida espiritual, nuestra
oración, nuestra vivencia sacramental, la escucha y meditación de la Palabra de
Dios, la reflexión honda que hemos de ir haciendo ante todo lo que nos sucede,
el saber dejarnos aconsejar por quienes nos puedan ayudar en ese camino de
nuestra vida espiritual. Parte de nosotros mismos ese debilitamiento y somos,
por así decirlo, nuestros propios enemigos cuando no cuidamos debidamente
nuestra fe y la respuesta que hemos de darle al Señor en ese camino de nuestra
vida cristiana.
Pero hoy Jesús quiere hablarnos de algo más, de esa
oposición y hasta persecución que vamos a sufrir en nuestro encuentro con el
mundo. De entrada nos dice que nos manda ‘como
ovejas en medio de lobos’. Y nos habla de cómo de parte de aquellos que nos
rodean, en ocasiones incluso de los más cercanos a nosotros, vamos a encontrar
no apoyo sino persecución. ‘No os fiéis,
nos dice, porque os entregarán a los
tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante
gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los
gentiles’.
Cuando el evangelista escribe el evangelio y nos
trasmite estas palabras ya aquellas primeras comunidades cristianas, en aquel
primer siglo del cristianismo, estaban sufriendo todas estas cosas. Pero no fue
solo entonces, porque bien sabemos que ha sido la tónica a través de todos los
siglos y también en nuestros tiempos. No suelen ser habitualmente noticias que
salgan en los telediarios de las televisiones o en las páginas de los
periódicos, pero hoy en muchos lugares del mundo los cristianos siguen
sufriendo persecución y martirio.
Y bien sabemos que en nuestra tierra española en pleno
siglo XX fueron muchos los cristianos, en unos años muy tristes para nuestra
historia, murieron dando su vida por la causa del evangelio, por la causa de la
fe. Precisamente nuestra Iglesia española se prepara para la beatificación, el
próximo octubre en Tarragona, de un numerosísimo grupo de cristianos,
sacerdotes, religiosos y religiosas y muchos laicos cristianos, muertos en esos
años de persecución. Decíamos tristes de nuestra historia, pero gloriosos para
quienes dieron su vida derramando su sangre a causa de la fe. Que la sangre de
esos mártires sea semilla de cristianos en nuestra tierra y su testimonio sea
un estimulo grande y un sentir una fuerza interior de la gracia de Dios en
nuestros corazones para una renovación de la vida cristiana de nuestro pueblo.
Pero la Palabra de Jesús escuchada en el Evangelio que
nos anuncia todo eso que nos puede suceder es también una palabra viva de
esperanza que nos hace sentir la fortaleza del Señor. ‘No os preocupéis de lo que vais a decir o cómo lo diréis; no seréis
vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’.
No se podría comprender la fortaleza y perseverancia de los mártires hasta
llegar a dar su vida por la causa del Evangelio, en muchas ocasiones en medio
de fuertes tormentos, si no contáramos con la fuerza del Espíritu Santo en
nuestros corazones. Es la promesa de Jesús. Es la seguridad y la confianza que
podemos tener para dar ese testimonio, para mantener esa perseverancia hasta el
final.
‘Con vuestra
perseverancia, salvaréis vuestras almas’, que nos dice Jesús. Esa perseverancia en el día a día
de nuestro caminar cristiano para no perder la intensidad de nuestra vida
cristiana, como decíamos al principio de nuestra reflexión; esa perseverancia también
en los momentos difíciles en que no somos comprendidos o incluso podamos ser
rechazados a causa de nuestra fe; son cosas que estamos viviendo cada día,
porque para muchos nuestra testimonio de fe y el testimonio del evangelio que
pueda dar la Iglesia hoy, muchas veces molesta y de una forma o de otra se le
trata de ocultar, de querer encerrarnos, como se suele decir, en las
sacristías, pero hemos de saber ser testigos de Cristo en la vida de cada día,
ahí en la plaza de nuestro mundo.
Que no nos falte la fortaleza del Señor y la asistencia
del Espíritu Santo.
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