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viernes, 12 de julio de 2013

El que persevere hasta el final, se salvará

Gén. 46, 1-7.28-30; Sal. 36; Mt. 10, 16-23
‘El que persevere hasta el final, se salvará’. Cuánto cuesta la perseverancia, hemos de reconocer. Nos hacemos propósitos, queremos hacer muchas cosas, decimos que no volveremos a tropezar en la misma piedra, que eso no lo volveremos a hacer y así no sé cuantas cosas, pero ya sabemos lo que nos sucede, pronto nos cansamos, pronto olvidamos nuestros buenos propósitos. Es la inconstancia que nos acecha.
Esto que nos sucede en la vida de cada día en nuestra lucha diaria, nos sucede también en nuestra vida espiritual. Momentos de especial fervor donde sacamos los mejor de nuestra religiosidad y de nuestros compromisos cristianos los tenemos con frecuencia; pero con frecuencia también caemos por la pendiente resbaladiza de la tibieza que nos conduce a abandonar muchas cosas buenas que nos habíamos propuesto hacer y esa religiosidad y espiritualidad se nos debilita y se nos enfría.
Son las tentaciones que vamos sufriendo cada día; son los contratiempos que nos van apareciendo en la vida; son los obstáculos que nos ofrece la vida misma; es la desgana y el cansancio en nuestras luchas que muchas veces se nos mete en el alma y nos lleva a esa tibieza espiritual.
Cuánto nos cuesta perseverar; con qué empeño habríamos de tomarnos todo lo que hace referencia a nuestra vida espiritual, nuestra oración, nuestra vivencia sacramental, la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la reflexión honda que hemos de ir haciendo ante todo lo que nos sucede, el saber dejarnos aconsejar por quienes nos puedan ayudar en ese camino de nuestra vida espiritual. Parte de nosotros mismos ese debilitamiento y somos, por así decirlo, nuestros propios enemigos cuando no cuidamos debidamente nuestra fe y la respuesta que hemos de darle al Señor en ese camino de nuestra vida cristiana.
Pero hoy Jesús quiere hablarnos de algo más, de esa oposición y hasta persecución que vamos a sufrir en nuestro encuentro con el mundo. De entrada nos dice que nos manda ‘como ovejas en medio de lobos’. Y nos habla de cómo de parte de aquellos que nos rodean, en ocasiones incluso de los más cercanos a nosotros, vamos a encontrar no apoyo sino persecución. ‘No os fiéis, nos dice, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles’.
Cuando el evangelista escribe el evangelio y nos trasmite estas palabras ya aquellas primeras comunidades cristianas, en aquel primer siglo del cristianismo, estaban sufriendo todas estas cosas. Pero no fue solo entonces, porque bien sabemos que ha sido la tónica a través de todos los siglos y también en nuestros tiempos. No suelen ser habitualmente noticias que salgan en los telediarios de las televisiones o en las páginas de los periódicos, pero hoy en muchos lugares del mundo los cristianos siguen sufriendo persecución y martirio.
Y bien sabemos que en nuestra tierra española en pleno siglo XX fueron muchos los cristianos, en unos años muy tristes para nuestra historia, murieron dando su vida por la causa del evangelio, por la causa de la fe. Precisamente nuestra Iglesia española se prepara para la beatificación, el próximo octubre en Tarragona, de un numerosísimo grupo de cristianos, sacerdotes, religiosos y religiosas y muchos laicos cristianos, muertos en esos años de persecución. Decíamos tristes de nuestra historia, pero gloriosos para quienes dieron su vida derramando su sangre a causa de la fe. Que la sangre de esos mártires sea semilla de cristianos en nuestra tierra y su testimonio sea un estimulo grande y un sentir una fuerza interior de la gracia de Dios en nuestros corazones para una renovación de la vida cristiana de nuestro pueblo.
Pero la Palabra de Jesús escuchada en el Evangelio que nos anuncia todo eso que nos puede suceder es también una palabra viva de esperanza que nos hace sentir la fortaleza del Señor. ‘No os preocupéis de lo que vais a decir o cómo lo diréis; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros’. No se podría comprender la fortaleza y perseverancia de los mártires hasta llegar a dar su vida por la causa del Evangelio, en muchas ocasiones en medio de fuertes tormentos, si no contáramos con la fuerza del Espíritu Santo en nuestros corazones. Es la promesa de Jesús. Es la seguridad y la confianza que podemos tener para dar ese testimonio, para mantener esa perseverancia hasta el final.
‘Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas’, que nos dice Jesús. Esa perseverancia en el día a día de nuestro caminar cristiano para no perder la intensidad de nuestra vida cristiana, como decíamos al principio de nuestra reflexión; esa perseverancia también en los momentos difíciles en que no somos comprendidos o incluso podamos ser rechazados a causa de nuestra fe; son cosas que estamos viviendo cada día, porque para muchos nuestra testimonio de fe y el testimonio del evangelio que pueda dar la Iglesia hoy, muchas veces molesta y de una forma o de otra se le trata de ocultar, de querer encerrarnos, como se suele decir, en las sacristías, pero hemos de saber ser testigos de Cristo en la vida de cada día, ahí en la plaza de nuestro mundo.
Que no nos falte la fortaleza del Señor y la asistencia del Espíritu Santo.

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