Somos los llamados y enviados del Señor para ser testigos del evangelio
Gén. 41, 55-57; 42, 5-7.17-24; Sal. 32; Mt. 10, 1-7
Son muchos los discípulos que se reúnen en torno a
Jesús y lo van siguiendo. Lo hemos venido escuchando en el evangelio. Son
siempre unos llamados del Señor, aunque esa llamada se realice de muchas
maneras. A algunos los hemos visto llamar de manera especial, otros le siguen
porque se sienten cautivados por su Palabra o se admiran ante las obras que va
realizando donde se manifiestan las maravillas del Señor, que son también
maneras de llamar el Señor.
Pero ahora le vamos a ver hacer una llamada especial.
Escoge a doce a los que constituye apóstoles y el evangelista nos da sus
nombres. Van a ser sus enviados con una misión muy especial; eso significa en
el fondo la palabra ‘apóstol’, el
enviado. Y a ellos les confiere también unos poderes especiales para que
anuncien el Reino. ‘Id y proclamad que el
Reino de los cielos está cerca’, les dice confiándoles esa especial misión
con autoridad para expulsar los espíritus inmundos y curar toda enfermedad y
dolencia. Es su misma misión que ahora se va a prolongar en sus enviados, en
sus apóstoles.
‘Como el Padre me ha
enviado, así os envío yo’,
nos narrará Juan en la aparición de Jesús resucitado en aquel primer día de la
semana al atardecer cuando todos están reunidos en el Cenáculo. Es la misión
que les confiará un día de ir por todo el mundo. ‘Seréis mis testigos, les dirá, en Jerusalén, en Samaría y hasta los
confines de la tierra’, nos relatará san Lucas antes de la Ascensión al
cielo.
Fijémonos en esa forma de decir donde forma escalonada
comenzarán por Jerusalén y Samaría hasta llegar hasta los confines de la
tierra. Hoy le escuchamos decir que solo han de ir a las ovejas descarriadas de
Israel. ‘No vayáis a tierra de paganos,
ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de
Israel’.
Pueden resultarnos extrañas estas palabras cuando
nosotros conocemos la misión universal de anunciar el Evangelio a toda
criatura. Por eso escucharemos en otro momento que El ha sido ‘enviado solo a las ovejas perdidas de
Israel’, como le dirá a la mujer cananea. Pero al final del evangelio de
Mateo ya nos dirá que hemos de ir a todos los pueblos. ‘Poneos en camino, haced discípulos a todos los pueblos… enseñándoles a
poner por obra todo lo que os he mandado’.
Es nuestra misión y ha de ser nuestra manera de dar
testimonio. Sentimos en nuestro interior la inquietud de que el nombre de Jesús
sea conocido hasta los confines de la tierra pero hemos de sentir al mismo
tiempo la responsabilidad de ese testimonio vivo que hemos de dar a los que
están a nuestro lado. No están reñidos ni puestos de forma opuesta estos
sentimientos y esta responsabilidad. Sentimos como nuestra la misión de la Iglesia
universal y ese anuncio que se ha de hacer del nombre de Jesús y su evangelio
hasta el último rincón de nuestro mundo.
Es importante ese espíritu católico y universal. Es
importante toda la contribución que nosotros podamos prestar a la tarea misionera
de la Iglesia. Y si fuéramos llamados por el Señor para esa misión con
generosidad y disponibilidad habríamos de responder. Sin embargo, ya sabemos,
no todos son llamados a esa misión. ¿Eso significa que ya nos podemos dormir en
los laureles, como se suele decir, y ya no nos hemos de preocupar de nada más?
Siempre seremos testigos; siempre hemos de dar ese
testimonio también a los que están a nuestro lado. Por otra parte sentimos la
urgencia de llegar a esos más cercanos a nosotros conscientes de que en nuestro
entorno se está enfriando la fe, no tiene tanta vigencia ese testimonio
cristiano y se van perdiendo los valores que nos enseña el Evangelio. Hemos de
ser conscientes de que esa tarea misionera también hemos de realizarla entre
nosotros y con los que están a nuestro lado que viven muchas veces de espaldas
a la fe, ajenos al sentido de Cristo y muy alejados de lo que ha de ser una
vida cristiana.
Es el mensaje que hoy nos trae la Palabra del Señor
para nuestra vida y a la que tenemos que dar respuesta. ¿Cómo estamos siendo
testigos de nuestra fe ante los que están a nuestro lado, ya sea familia, ya
sean compañeros de trabajo, ya sean las personas con las que convivimos más
cerca, o aquellos con los que nos tropezamos cada día en la calle y en toda nuestra
vida social?
Somos los enviados del Señor y somos apóstoles de
Jesús. Pongámonos en camino.
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