Una Sabiduría que nos da el amor y el conocimiento de Dios
Prov. 2, 1-9; Sal. 33; Mt. 19, 27-29
Estamos hoy celebrando a San Benito de Nursia, Abad. El
hombre que se retiró del mundo para vivir en la soledad de la oración buscando
la sabiduría y el conocimiento de Dios. Se le reconoce como padre del monacato
del Occidente y por la influencia que tanto él como la Orden Benedictina por él
fundada tuvo en Europa se le ha proclamado también como patrono de Europa.
Reflexionando sobre la vida de san Benito y dejándonos
iluminar por la Palabra del Señor que en esta fiesta se nos ha proclamado como
un eco me ha venido a la mente la parábola del tesoro escondido que nos propone
Jesús en el Evangelio. El que encuentra un tesoro será capaz de desprenderse de
todo lo que tiene para conseguir ese tesoro que vale más que todas las otras
posesiones que en la vida pueda tener.
Es lo que vemos reflejado en la vida de san Benito y a
lo que nos invita la Palabra del Señor que hemos escuchado. ‘Si aceptas mis palabras… prestando oído a
la sabiduría y atención a la prudencia… y la buscas como un tesoro, entonces
comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios’, nos
decía el libro de los Proverbios en la primera lectura. El tesoro del
conocimiento de Dios, del temor del Señor; el más hermoso tesoro que es la más
grande sabiduría, conocer a Dios, escuchar su Palabra, dejarnos conducir por su
Espíritu.
Ansia de toda persona es crecer en sus conocimientos y
en su saber; todos queremos aprender, conocer. Pero no es simplemente un
conocimiento de cosas o de historias, aunque bueno es que haya esa inquietud en
nuestro interior al menos por esos conocimientos. Pero es que en la medida en
que uno va adquiriendo conocimiento - el saber no ocupa lugar, solemos decir con
el refrán, y bueno es que aprendamos todo lo que podamos -, va uno como
encontrando el sentido de las cosas y de la vida, el verdadero valor que tiene
lo que hacemos o lo que poseemos y a la larga iremos buscando conocimientos
sólidos que nos den un sentido a la vida.
¿Dónde podemos encontrar ese verdadero sentido y valor
de lo que somos y de lo que hacemos? ¿Por qué no pensamos en el que es nuestro
Creador que es quien mejor nos puede decir para qué hemos sido creados y en
quien podemos encontrar el verdadero sentido de la vida? Necesariamente,
tendríamos que decir, que tenemos que ser creyentes buscando a Dios, queriendo
escuchar a Dios, queriendo sentir a Dios en nuestra vida.
Por ahí ha de ir esa verdadera sabiduría que buscamos,
porque además es en Dios donde vamos a encontrar nuestra verdadera plenitud.
Sin Dios andaríamos como desorientados porque sin Dios no encontraríamos el
verdadero por qué y para qué de nuestra existencia. Si quitamos a Dios de
nuestra vida tenemos el peligro de ir sin rumbo dando bandazos de un lado para
otro sin encontrar aquello que nos de verdadera satisfacción. Así encontramos a
muchos a nuestro lado. Así cuando decae nuestra fe tenemos el peligro de
sentirnos nosotros.
A este pensamiento me lleva la celebración que hoy estamos
haciendo de quien lo dejó todo por buscar a Dios. En El encontró la plenitud de
su existencia y así consagró su vida a profundizar ese conocimiento y esa
sabiduría de Dios en la oración y en el trabajo. Es lo que fue la vida de san
Benito. Y si se apartó del mundo porque había encontrado ese tesoro y por alcanzarlo
lo daba todo, lo dejaba todo, sabía que en Dios alcanzaría esa plenitud eterna
de vivir eternamente con Dios.
En ese sentido iba quizá la pregunta que Pedro le hacía
a Jesús en lo que hemos escuchado del Evangelio. ‘Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido, le preguntaba Pedro
a Jesús, ¿qué nos va a tocar?’ ¿Qué buscaba Pedro? En su corazón podían
aparecer esas apetencias terrenas de encontrar satisfacciones y premios en esta
vida. Jesús le anuncia, sí, la misión que van a tener en medio de la comunidad
pero le habla también de esa herencia eterna. No se sentirán solos en este
mundo porque si han dejado padre o madre,
mujer, hijos o tierras, van a recibir cien veces más y heredarán la vida eterna.
El que se consagra al Señor renunciando a esa parte tan
importante de la vida como puede ser una familia, en su entorno va a encontrar
a quienes darse y por quienes darse, quienes caminen a su lado y en los que
derramarán su amor. Estamos aquí junto a una comunidad de religiosas que por
Cristo, por el Evangelio y su Reino, hicieron una renuncia un día, pero a su
lado tienen en quien derramar su amor, a quienes aman, en vosotros ancianos y
ancianas por ejemplo, como madres o como hijos, derramando y derrochando amor
en su entrega y en ese servicio que os prestan. Pero además, no olvidemos, está
la esperanza del premio final, del premio eterno, porque saben, sabemos que
cuanto están haciendo por los pobres y por los ancianos por Cristo y a Cristo
se lo están haciendo, y un día escucharán esa voz del Señor que les dirá, venid, benditas de mi Padre, porque tuve
hambre, o era anciano, o estaba solo y abandonado y me cuidaste, me ayudaste,
me amaste; pasad al Reino preparado para vosotras desde la creación del mundo.
Busquemos esa sabiduría que nos da el amor y el
conocimiento de Dios. Busquemos ese tesoro y démoslo todo por alcanzarlo.
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