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lunes, 8 de julio de 2013

Por la fe en Jesús somos resucitados de la muerte de nuestros pecados

Por la fe en Jesús somos resucitados de la muerte de nuestros pecados

Gén. 28, 10-22; Sal. 90; Mt. 9, 18-26
‘¡Animo, hija! Tu fe te ha curado’, le dice Jesús a aquella mujer que con fe se ha acercado a Jesús y se ha atrevido a tocar la orla de su manto para curarse.
¿Cómo no iba a sentir una alegría grande en el alma, lo mismo que Jairo cuando su hija vuelve a la vida? Es lo que comentábamos el pasado sábado al hilo de las palabras de Jesús cuando le vienen a preguntar por qué sus discípulos no ayunaban como lo hacían los discípulos de Juan y lo fariseos. ‘¿Es que pueden guardar luto, estar tristes, los amigos del novio, mientras el novio está con ellos celebrando la fiesta de bodas?’
No caben las tristezas en nuestra fe. En el Señor nos sentimos salvados. Quien es salvado de un inminente peligro se llenará de alegría y le querrá manifestar de mil maneras su agradecimiento y su gozo a quien lo haya salvado. Pensemos en quien está a punto de morir ahogado, por ejemplo, quien se despeña por un barranco, pero en el último momento aparece una mano salvadora que lo libra de aquel peligro y muerte segura. Cuántas serán las manifestaciones de alegría.
No nos extraña lo que nos decía el evangelista al final del texto del evangelio que acabamos de escuchar. ‘La noticia se divulgó por toda aquella comarca’. La alegría de la mujer liberada de aquella enfermedad y hemorragias, el gozo grande de aquella familia que había visto ya muerta a su hija, pero que ahora podían sentirla llena de vida junto a ellos tenía que divulgarse, tenía que correr de boca en boca para que todos la conocieran y participaran de esa alegría.
La mujer había acudido llena de fe y ahora Jesús alababa su fe. ‘Tu fe te ha curado’. Aunque temblorosa se había atrevido primero a tocar el manto de Jesús por detrás y luego, al verse descubierta, a reconocerlo. Ella lo sabía, se lo decía su fe, que con solo tocar la orla de su manto llegaría esa gracia salvadora a su vida que la liberaría de la enfermedad y así con esa fe había llegado hasta Jesús.
Aquel personaje, del que Mateo no nos da nombre, aunque por san Lucas sabemos que se llamaba Jairo, había acudido lleno de confianza a Jesús con la certeza de que el más mínimo gesto de Jesús salvaría a su hija. ‘Mi hija está a punto de morir. Pero ven tú, pon la mano en la cabeza y vivirá’, le había pedido lleno de confianza a Jesús. Según el relato del otro evangelista mientras iban de camino les habían venido a decir que no molestaran más al maestro porque la niña había muerto, pero Jesús le había dicho que bastaba con que tuviera fe. Ahora cuando llegan a la casa se encuentran con los lloros de las plañideras y todo el alboroto que se produce en una hora así, pero Jesús los echa afuera porque les dice ‘la niña no está muerta sino dormida’. Algunos se ríen porque no creen en la palabra de Jesús, pero aquel hombre seguía confiando en Jesús y la niña volverá a la vida.
Jesús nos está pidiendo fe a nosotros también. Podemos acudir a El desde nuestros males y nuestras impurezas y pecados, desde nuestras muertes y oscuridades que sabemos que en El encontraremos siempre vida, luz, salvación. La imagen de la mujer con aquellos flujos de sangre, cosa que era para los judíos una impureza de la que había que purificarse, nos está hablando de la mancha de nuestro pecado del que Jesús viene a purificarnos. Jesús habla de la muerte como de un sueño, pero también nos hablará del pecado como de muerte en nuestra vida. Del sueño podemos despertar, pero de la muerte del pecado necesitamos resucitar y eso solo podemos hacer con Cristo cuando nos unimos a El en su misterio pascual, de su muerte y resurrección. Es la salvación que Jesús nos ofrece.

Pidamos con fe a Jesús esa resurrección para nuestra vida. Pidamos esa salvación reconociendo cuanto de muerte hay en nosotros a causa de nuestro pecado. Vayamos a Jesús para llenarnos de su gracia que El nos regala en sus sacramentos con los que nos hacemos participes de su muerte y resurrección, nos llena de la gracia salvadora para nuestra vida. Que no decaiga de ninguna manera nuestra fe en El.

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