¿Qué es lo que tengo que hacer? Trata de ver a Dios y ámale
Deut. 30, 10-14; Sal. 68; Col. 1, 15-20; Lc. 10, 25-37
‘Maestro, ¿qué tengo
que hacer para heredar la vida eterna?’ Un maestro de la ley se presentó a Jesús y le
preguntó, dice el evangelista, ‘para
ponerlo a prueba’. Luego seguirá haciendo más preguntas. Es curioso. Es un
maestro de la ley el que hace las preguntas cuando sería él quien diera las
respuestas y explicaciones. Pero ya sabemos. ¿Quería realmente saber o lo que
estaba haciendo era poner a prueba al Maestro, quizá porque no había estudiado
en sus escuelas rabínicas? Pero en el fondo así lo está reconociendo y
llamando, Maestro.
De todas formas, aparte de las intenciones que pudiera
tener, es una interesante pregunta. Dará pie para que Jesús nos dé una hermosa
explicación, un mensaje bien hermoso. Pregunta el escriba por lo que hay que
hacer para alcanzar la vida eterna que, de alguna manera, está preguntando que
ha de hacer para alcanzar a Dios. Nosotros ya podemos entender lo que es la
vida eterna. Todos queremos conocer a Dios; todos queremos alcanzar a Dios, en
el fondo, vivir a Dios. Como nos decía el libro del Deuteronomio ‘el mandamiento del Señor está muy cerca de
ti: en tu corazón y en tu boca, cúmplelo’. Tratemos de descubrirlo para que
lleguemos a vivirlo.
La pregunta, respondida con otras palabras, pero con un
mensaje semejante sería y me atrevo a proponerlo casi como un lema: trata
de ver a Dios y ámale. Nos puede parecer simple la respuesta al
tiempo que alguno podría pensar que imposible. Ver a Dios y pensamos en su
inmensidad y en su grandeza, pensamos en sus perfecciones infinitas y pensamos
en un misterio insondable. Imposible nos puede parecer. Pero se trata de eso,
de ver a Dios para amarle. ¿Cómo vamos a amarle sin verle ni conocerle? No podemos
amar lo abstracto; en el misterio nos parece imposible penetrar. Verlo con
nuestros propios ojos nos parece inaccesible. Podríamos hacernos muchas
elucubraciones con estas palabras que estoy diciendo y pensar que necesitaríamos
todo un estudio de la teología, que es la ciencia de Dios, la ciencia que
estudia a Dios. Pero pienso, sin embargo, que es algo mucho más sencillo y es
lo que de alguna forma nos va repitiendo y enseñando Jesús a lo largo del
evangelio.
¿Dónde y cómo podemos ver a Dios? Recorramos las
páginas del evangelio. Es el misterio que Jesús nos viene a desvelar. Hoy en la
respuesta de Jesús y la parábola que a continuación nos propone ante la segunda
pregunta del letrado nos está hablando del prójimo. Y nos dirá al final como
una conclusión: ‘Anda, haz tu lo mismo’.
Y ¿qué es lo que hizo aquel buen samaritano? Amar a aquel hombre que estaba caído
al borde del camino y estaba amando a Dios. En aquel hombre comenzó a ver a
Dios y comenzó a amar intensamente a Dios.
Recordemos lo que nos dirá Jesús cuando nos hable del
juicio final. ‘Todo lo que a uno de estos
hermanos pequeños hicisteis, a mi me lo hicisteis’. Luego en el hermano, en
el prójimo, en el hombre que sufre o que pasa hambre, en el que está tirado al
borde del camino - ¡cuántos hay tirados al borde del camino de la vida en
nuestro entorno! - hemos de ver a Jesús, allí está el rostro de Jesús. Y ahí, en
el hermano, tenemos que amar a Jesús, vamos a manifestar de verdad que amamos a
Dios.
Nos dirá primero que tenemos que amar al prójimo como
nos amamos a nosotros mismos; luego en un paso más adelante nos dirá Jesús que
tenemos que amarlo como El nos ha amado. Ya es una medida grande porque grande
e infinito es el amor que nos tiene Jesús que ha llegado a dar su vida por
nosotros. Y ahora estamos viendo como una razón grande para amar al prójimo es
que ahí estamos viendo a Jesús, estamos viendo a Dios y por eso lo estaremos
amando.
Así pues, ahí en el hermano tirado al borde del camino
hemos de amar con un amor como el de Jesús. Como aquel samaritano que se bajó
de su cabalgadura, que cargó con el hombre malherido, que lo cuidó y lo sanó,
así tenemos que amar nosotros; así estaremos entonces amando a Dios; así estaremos
alcanzando la vida eterna.
No es fácil, hemos de reconocer, porque quizá el deseo
primero que tengamos en nuestro corazón es que queremos amar algo que sea
amable y agradable; no siempre quizá ese rostro del hermano con quien nos
cruzamos y al que tenemos que amar no nos sea del todo agradable desde nuestros
prejuicios, desde las concepciones que tengamos del amor y de lo que hemos de
amar, o porque quizá veamos demasiadas miserias humanas, o de aquello que quizá
pensamos que es lo primero que tengamos que hacer. Pero ahí está la grandeza y
la sublimidad del amor cristiano.
Aquel sacerdote y aquel levita que pasaron por el
camino y dieron un rodeo para no toparse de frente con el hombre caído al borde
del camino quizá pensaban que su amor a Dios estaba solamente en aquel culto
que iban a dar en el templo de Jerusalén. Pero ya vemos cual es el culto
agradable que hemos de darle a Dios, como nos está enseñando Jesús, y cómo
hemos de manifestarle de la mejor manera ese amor que hemos de tenerle a Dios
para que en verdad sea con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser.
Descubramos, pues, lo que es la sublimidad del amor cristiano, del amor que le
hemos de tener a Dios.
Es la pregunta que nos aparecía desde el principio. ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar
la vida eterna?’ Pero es la respuesta que como mensaje resumido, como un
lema, dábamos también. Trata de ver a
Dios y ámale. Tratamos de ver a Dios en el prójimo, en el hermano y lo
vamos a amar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, con
todo el ser. Como tiene que ser siempre el amor a Dios. Como tiene que ser
también el amor al prójimo. Porque ya nos decía Jesús que el segundo es
semejante al primero y asó nos decía cómo habíamos de amar al prójimo.
Ahora tenemos que hacer el esfuerzo de volver a leer el
texto del evangelio y en especial la parábola que Jesús nos propone. Vamos a
comprender muchas cosas. Veamos entonces cómo tenemos que amar a Dios; veamos
entonces como hemos de hacer para alcanzar la vida eterna. Miremos donde está
nuestro prójimo y estaremos viendo donde está Dios. Cuando lo descubramos con
toda sinceridad, amémosle sobre todas las cosas. El nos da la fuerza de su Espíritu
para que podamos hacerlo.
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