En aquel tiempo cruzaba Jesús un sábado por los sembrados. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado.» Pero él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.»
Muchas veces somos esclavos de la norma, de la regla y nos apegamos a la letra de aquellas cosas que tenemos que cumplir. Por supuesto que Jesús nos dice que no ha venido a abolir la ley sino a darle plenitud y que ha de cumplirse hasta lo más mínimo, porque el que no sabe ser fiel en lo pequeño no lo sabrá ser en lo que es verdaderamente importante.
Pero tenemos que saber descubrir el espíritu y el sentido de aquellas cosas que hemos de hacer para que no nos hagamos esclavos de la norma. El mandamiento es el cauce y el sentido de lo que hacemos para que vayamos por caminos de fidelidad, pero lo importante es el amor que pongamos en aquello que hacemos.
Podríamos ser fieles a la letra pero hacer las cosas a regañadientes y sin gusto y es importante que nos sintamos libres en esa libertad que el Señor nos ha dado y desde esa libertad interior sepamos escoger ese camino de fidelidad. Podemos ser cumplidores hasta el extremo, pero luego no somos capaces de tener misericordia, compasión, ternura para aquellos que están a nuestro lado. ¿De qué me serviría?
Por eso jesus nos dice hoy que busquemos la misericordia, que actuemos con misericordia, que pongamos amor del verdadero en nuestra vida y en todo lo que hacemos, que llenemos de ternura nuestro corazón y el incienso que va a subir de nuestra vida al Señor será un perfume agradable que proclamará siempre la gloria del Señor.
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