¿Dónde podemos encontrar mayor amor?
Parábola del padre misericordioso
Miqueas, 7, 14-15.18-20; Sal. 102; Lc. 15, 1-3.11-32
‘¿Qué Dios hay como
tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa del resto de tu heredad?’ El Señor se complace en la
misericordia, extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar nuestros
delitos. Qué hermoso texto del Antiguo Testamento. Con razón podíamos repetir
en el salmo ‘el Señor es compasivo y
misericordioso’.
Creo que tendríamos que leer y escuchar en el corazón con
mayor hondura los textos del Antiguo Testamento. Quitar prejuicios e ideas
preconcebidas, porque el Señor se manifiesta compasivo y misericordioso con su
pueblo. Lo corrobora todo lo que es la historia de la salvación y cómo Dios
siempre va en búsqueda de su pueblo pecador para volver a pastorearlo, como nos
dice hoy el profeta, y volvamos a poner toda nuestra confianza en la
misericordia del Señor.
Es una riqueza de gracia muy grande que en la liturgia
de la Cuaresma la Iglesia nos ofrezca estos hermosos textos de la Palabra de
Dios para que así nos enamoremos más y más de Dios, nuestro Señor. Toda la
historia de la salvación es la historia de amor de Dios por su pueblo que lo
vemos reflejado en numerosos y hermosísimos textos como este de Miqueas que hoy
hemos escuchado y estamos meditando. La fidelidad y el amor misericordioso de
Dios no nos faltarán nunca.
Este texto se complementa con uno de los más bellos
textos y parábolas del Nuevo Testamento. Jesús viene a manifestarnos lo que es
ese amor misericordioso de Dios y lo expresa en esa cercanía con los pecadores.
Pero siempre habrá alguien interesado para manipular el mensaje de Dios y no
querrá entender lo que Jesús realiza. Por allá están los fariseos y los
letrados murmurando ‘ése acoge a los
pecadores y come con ellos’, lo que dará pie a que Jesús nos proponga esta
hermosa parábola.
¿Cuál es el centro del mensaje de esta parábola de
Jesús? El amor del padre que acoge a su hijo pecador aunque lo haya malgastado
todo y de muy mala manera. ‘Este hijo mío
estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado’, no se
cansará de repetir el padre entre lágrimas de alegría y amor.
Nos retrata a nosotros que somos hijos pródigos que de
tantas maneras le damos la espalda a Dios. No es necesario detenernos mucho a
mirar nuestra vida para verla reflejada en aquel hijo que se marchó de la casa
del padre. No tenemos que rebuscar mucho en nuestra conciencia para darnos
cuenta de cómo nos olvidamos de Dios y de sus caminos queriendo recorrer
nuestros propios caminos que nos llevan a la destrucción de nosotros mismos y
la muerte con el pecado.
Muchas veces quizá nos encontremos desanimados en
nuestra situación porque somos tan reincidentes en nuestra manera de actuar que
nos lleva una y otra vez al pecado. No podemos sentirnos de ninguna manera
desesperados sino que con esperanza y humildad tenemos que volver nuestra
mirada al corazón de Dios siempre abierto para acogernos, recibirnos,
perdonarnos y amarnos para siempre. Hemos de tener la certeza de que el Padre
bueno está siempre esperando nuestra vuelta, nos está atrayendo hacia El con
cantos de amor y nos está ofreciendo el abrazo de su paz.
Muchas más cosas podríamos reflexionar sobre este texto
y esta parábola, pero recordemos lo que nos decía el profeta: ‘¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el
pecado y absuelves la culpa del resto de tu heredad?’ ¿Dónde podemos
encontrar mayor amor?
Pero esto tiene que enseñarnos también muchas cosas
más. Porque está la actitud del hijo que se creía bueno pero no lo era tanto
porque en su corazón había demasiados resentimientos y muchos deseos de
revancha o de venganza justiciera. Sí, creía hacer justicia condenando al
hermano pródigo - cómo lo seguimos haciendo nosotros tantas veces en la vida
cuando condenamos a los demás con la actitud inmisericorde de los letrados y
fariseos y la de aquel que se creía bueno - y se olvidaba del amor
misericordioso del padre en cuyo corazón no sabía sino la ternura y la
compasión.
Aprendamos también la lección para nuestra relación con
los demás y el trato que le demos a los hermanos. Que siempre haya ternura,
compasión y misericordia en nuestro corazón. Sería también una hermosa lección
y una forma de parecernos más al corazón misericordioso de Dios.
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