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lunes, 25 de febrero de 2013


Nuestro Padre Dios es compasivo, seamos compasivos con los demás

Dan. 9, 4-10; Sal. 78; Lc. 6, 36-38
‘Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados… que tu compasión nos alcance pronto… socórrenos… líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre…’ Así rezábamos en el salmo. Así con humildad queremos sentirnos ante Dios.
La lectura del profeta Daniel, la primera lectura, es toda una hermosa confesión de nuestra condición de pecadores. En la medida en que vamos avanzando en nuestro camino de cuaresma que es un camino de purificación que nos tiene que llevar a una renovación profunda de nuestra vida, una y otra vez confesaremos nuestro pecado delante del Señor.
El reconocimiento sincero de nuestro pecado nos abre a la misericordia de Dios. Dios nos ofrece su misericordia y su perdón porque el Señor es misericordioso y compasivo, pero nosotros hemos de reconocer nuestro pecado. Solo así habrá verdadero arrepentimiento en nuestro corazón. Cuando con humildad y sinceridad queriendo poner mucho amor se hará presente la misericordia de Dios en nuestra vida.
‘Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido malos, nos hemos rebelado y apartado de tus mandamientos y normas, no hemos escuchado a tus siervos, los profetas, que en tu nombre nos hablaban…’
¿No han de ser nuestras esas palabras? Ahí están reflejando lo que es nuestra vida. La Palabra del Señor que cada día vamos escuchando nos ayuda a reflexionar, a revisar nuestra vida haciendo un auténtico y sincero examen de conciencia. Y esa Palabra nos va iluminando, nos va señalando lo que es la voluntad del Señor, lo que han de ser nuestras actitudes y posturas, lo que en cada momento hemos de hacer. Con sinceridad hemos de ponernos ante la Palabra de Dios. Con un corazón bien abierto y acogedor sincero a la Palabra que se nos proclama. No podemos tirar la primera piedra porque pensemos que no tenemos pecado.
Pero el reconocimiento de nuestro pecado, que es reconocer lo que es nuestra pequeñez, nos hace al mismo tiempo admirar la grandeza del amor que nos tiene el Señor. Qué grande es el Señor; qué grande es su amor. Es infinita su misericordia, la paciencia que tiene con nosotros en su amor.
Pero todo esto tiene que movernos a enmendar nuestra vida. Vemos lo que tenemos que corregir, lo que tiene que ser mejor en nosotros. Como decimos en el catecismo en las condiciones para una buena confesión, propósito de la enmienda. No nos vale reconocernos pecadores y seguir actuando o viviendo de la misma manera. No es suficiente con que vayamos a decirle al Señor lo bueno que es y que nos perdone, si por nuestra parte no ponemos todo lo necesario para cambiar nuestras actitudes, nuestras posturas, nuestras maneras de actuar. Aunque nos cueste.
Son las actitudes de generosidad, de compasión que hemos de poner también en nuestra vida de cara a los demás. Porque la misma generosidad que estamos recibiendo del Señor hemos de tenerla nosotros con los demás. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, nos dice Jesús hoy en el evangelio. Y por eso lejos de nosotros los juicios condenatorios que podamos tener con los demás. Ese no puede ser nuestro estilo ni nuestra manera de actuar. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar o condenar a los demás si nosotros también somos pecadores? Si Dios tan generosamente nos perdona, ¿por qué nosotros no vamos a perdonar también a los demás?
Seamos generosos en nuestro amor, en nuestra comprensión, en nuestra capacidad de perdonar a los otros, que el Señor no se dejará ganar en generosidad, y siempre nos ofrecerá su gracia infinita que nos dará fuerzas para tener esas buenas actitudes con los otros y para la santificación de nuestra vida. 

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