Un propietario plantó una viña ¿daremos frutos?
Gen. 37, 3-4.12-13.17-28; Sal. 104; Mt. 21, 33-34.45-46
El comienzo de la parábola que nos
propone hoy Jesús en el evangelio nos recuerda el canto de amor de mi amigo a
su viña que nos trae el profeta Isaías, que habremos escuchado en alguna
ocasión. ‘Mi amigo tenía una viña en
fértil colina. La cavó y la despedregó, plantó cepas selectas, levantó en medio
una torre y excavó también un lagar. Esperaba uvas, pero dio agrazones…’ Es
de lo que nos habla Jesús para hablarnos del Reino de Dios y de la respuesta
que nosotros damos a su amor. El propietario preparó su viña dotándola de todo
lo necesario para poder obtener unas buenas cosechas y la confió a unos
labradores.
Si tenemos una viña es porque
queremos recoger sus frutos. Es lo que esperaba aquel propietario y como nos
narra la parábola envió a sus criados a recoger los frutos y hasta finalmente
envió a su propio hijo. Ya hemos visto lo que hicieron con unos y con el otro.
Mucho nos quiere decir el Señor. Como dice al final el evangelista ‘los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír
sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos’. Una primera explicación
que siempre hacemos de la parábola es ver reflejada la historia de la salvación
y lo que finalmente hicieron con Jesús. El Padre nos envió a su Hijo y sabemos como terminó
clavado en una cruz.
La imagen de la viña, como bien
sabemos, es algo que se repite a lo largo de la Biblia; ya lo hemos visto con
la mención que hacíamos al profeta. Pero Jesús también nos hablará de que
quiere que demos fruto y fruto abundante. El próximo domingo, tercero de
Cuaresma, en este ciclo nos hablará de la higuera a la que su propietario viene
a buscar fruto. Pero también recordamos que Jesús nos hablará de la vid y de
los sarmientos para hablarnos de nuestra necesaria unión con él, pero también
nos hablará de la poda para desechar los ramajes inútiles e inservibles para
poder obtener mejores frutos.
Por eso la lectura que tenemos que
hacer del mensaje de la parábola tenemos que aplicárnoslo a nosotros mismos.
Cuánto nos ha regalado el Señor desde que nos dio la vida y a lo largo de
nuestra existencia cuántas gracias hemos recibido de El. Cada uno tendría que
recordar su propia historia personal viendo la historia de la salvación que
Dios nos ha ofrecido y sigue ofreciéndonos en nuestra vida concreta. Pero ha de
ser también la historia de nuestras respuestas; respuestas que hemos de
reconocer no han sido siempre positivas.
Cuántos ‘no’ le hemos dado al Señor cuando con nuestro pecado le hemos dado la
espalda.
Pero una cosa si tenemos que
considerar y es cuánto nos regala el Señor con su amor. Tanto nos amó que nos
envió a su Hijo que se entregó por nosotros. algo que hemos de tener siempre
muy presente en nuestra vida, pero que ahora en este tiempo de cuaresma hemos
de considerar con una especial intensidad. Es algo que no hemos de cansarnos de
considerar porque así nos sentiremos más motivados para dar esa respuesta
positiva, para ofrecer esos frutos que tenemos que dar con nuestra vida santa.
Aunque hoy la parábola no nos habla
de la poda, ya que hemos hecho mención a
esos otros momentos en los que Jesús nos hablará de ello, creo que este tiempo
de cuaresma es n tiempo propicio para ir purificando bien nuestra vida de todas
esas cosas inútiles e inservibles que hay en nosotros que no nos ayudan a ser
más santos, sino todo lo contrario. Un tiempo de ir revisándonos,
purificándonos, arrancando de nosotros malas costumbres que se nos van metiendo
como esas ramas que hay que podar.
A esto nos va ayudando la palabra
del Señor que vamos escuchando cada día. A esto nos ayuda la gracia que el
Señor nos ofrece en las celebraciones que vamos viviendo. En la oración
personal que cada uno vamos haciendo nos sentiremos fortalecidos.
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