Una auténtica actitud de servicio es la verdadera grandeza del hombre
Is. 1, 10.16-20; Sal. 49; Mt. 23, 1-12
¿Donde buscamos y encontramos la autentica grandeza del
hombre, de la persona? Creo que es una pregunta importante que nos hacemos o
que tenemos que hacernos. El ser humano siempre de una forma o de otra se
pregunta por el sentido y el valor de su vida. Muchas veces podemos
encontrarnos envueltos en una marea inmensa o diversa de respuestas o eso al
menos es lo que podemos percibir en nuestro entorno, si nos fijamos en por qué
luchan las personas, que es lo que buscan en la vida para ser feliz, o qué es
lo que realmente les hace realizarse como personas. De lo que encontremos o de
lo que decidamos va a depender el sentido que le demos a nuestra vida.
Desde la fe que tenemos en Jesús el evangelio es para
nosotros una luz grande que nos ayuda en nuestra búsqueda. Es más, tendríamos
que reconocer que si somos cristianos, si nos llamamos personas creyentes y
seguidores de Jesús es porque precisamente ahí en el evangelio, en Jesús hemos
encontrado esa respuesta.
Es bueno que reflexionemos sobre ello, y este tiempo de
Cuaresma es un tiempo propicio para reflexionar y darle verdadera hondura a
nuestra vida. Este tiempo de Cuaresma con todo lo que la Iglesia en su liturgia
nos va ofreciendo va iluminando nuestra vida y nos va ayudando a que conociendo
más y más a Jesús y su evangelio ahondemos en esas cuestiones que son
fundamentales para nuestro ser cristiano, para que nos llamemos cristianos pero
con toda autenticidad.
El evangelio que hemos escuchado nos ayuda a que
vayamos a lo más hondo de nosotros mismos y no basemos nuestra vida en meras
apariencias. Jesús critica y denuncia la actitud que contemplaba en aquellos
fariseos que lo que les gustaba era aparentar externamente incluso en sus
actitudes o en sus prácticas religiosas dejando luego en el interior un vacío
muy grande. ‘Alargan filacterias y ensanchan las franjas de sus mantos, les
gustan los primeros puestos y los asientos de honor, o que les hagan reverencias
por la calle y la gente los llame maestro’.
Por eso Jesús nos enseña a no buscar honores ni
reconocimientos, a no buscar títulos ni grandezas humanas que se quedan en
oropeles y ya sabemos que los oropeles no son oro de verdad, sino solamente un
brillo externo. No quiere Jesús que ni nos llamen maestros ni jefes. El
magisterio de la persona o la autoridad no está en un nombre que pongamos o un
título que demos, sino en lo que en verdad reflejamos en la vida. Y si lo
reflejamos porque es lo que realmente vivimos no hace falta hacer alardes,
porque lo bueno se ve por sí mismo. Y cuánto nos gustan a nosotros los
reconocimientos y los títulos.
¿Dónde ha de estar nuestra grandeza y nuestra verdadera
autoridad como personas? En la actitud de servicio con que caminemos por la
vida. El que vive en actitud de servicio
va siempre por la vida con el corazón abierto para los demás. El que
vive una auténtica actitud de servicio siempre tendrá una mirada limpia, pero
será siempre la mirada del amor. El que vive en una actitud de servicio siempre
estará buscando lo bueno y lo que querrá es la felicidad de todos los hombres, de toda persona. El que vive en una
actitud de servicio nunca será arrogante ni fanfarrón, sino que sabrá ser
humilde y sencillo porque lo que busca siempre es lo bueno, el bien que pueda
hacer a los demás. ‘El primero entre
vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido’.
Ahí está la verdadera grandeza. Quien vive de esta
manera será la persona más feliz y más realizada del mundo, será la que
verdaderamente es respetada y valorada por todos los que le rodean sin que él
lo ande buscando. Cómo necesitamos aprender a vivir así. Y esto a nivel
individual como esto tendría que ser lo que se viva como comunidad creyente y
como Iglesia. Hemos de ser en verdad una iglesia pobre y sencilla, una iglesia
servidora y despojada de todo tipo de oropel para que en verdad seamos signos
del evangelio de Jesús en medio del mundo.
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