Hundamos las raíces de nuestra vida
en las corrientes de agua viva de la Palabra de Dios
Jer. 17, 5-10; Sal. 1; Lcv. 16, 19-31
El profeta nos contrapone en sus imágenes el cardo de
la estepa que habita la aridez del desierto con el árbol de verdes hojas plantado
junto al río y que no deja de dar hermosos frutos. Bella imagen que nos retrata
según sean nuestros intereses o nuestra manera de vivir.
¿Qué es lo que significará esta comparación? ¿Qué nos
querrá decir? En el salmo se nos habla de nuevo del ‘árbol plantado junto a la acequia, que da fruto en su sazón y no se
marchitan sus hojas’. Y nos dice, ‘dichoso
el hombre que ha puesto su confianza en el Señor’, mientras el profeta
decía ‘maldito quien confía en el hombre
y en la carne busca su fuerza apartando su corazón del Señor’.
El mensaje está claro, pero es necesario que
profundicemos un poco más en él para sacarle todo su jugo. ¿Qué significa ese
confiar en el hombre y poner su fuerza en su carne, en sí mismo? ¿Cómo
expresamos en verdad en la vida que hemos puesto toda nuestra confianza en el
Señor? ¿No podemos confiar en el hombre de ninguna manera? No es eso lo que nos
quiere decir, porque la misma Biblia nos habla y nos enseña cómo aquellos dones
y aquellas cualidades de las que hemos sido dotados tenemos que desarrollarlas
y hacerles dar fruto. No podemos enterrar el talento, los valores que tenemos y
de esos bienes materiales incluso que tenemos hemos de sacar algo bueno en el
desarrollo de nosotros mismos y como bien para la humanidad y su progreso.
En la parábola del evangelio que nos propone Jesús
podemos encontrar pistas de solución, por así decirlo. Vemos por una parte un
hombre rico, avaro y sensual que solo piensa en si mismo, en sus riquezas y en
lo que él pueda disfrutar de la vida sin pensar de ninguna manera en los demás.
A su puerta mientras está un pobre que nada tiene cubierto de harapos y lleno
de llagas al que ni siquiera ha sido capaz de ver, mucho menos que atender.
Cuando en la vida solo pensamos en nosotros mismos y la
avaricia corroe nuestro corazón qué ciegos e insensibles nos volvemos; como
cardos de la estepa, siguiendo la imagen que nos ofrecía el profeta. Y pensar
en la avaricia no significa siempre el tener muchas riquezas o muchos bienes,
sino la ambición que se nos mete en el corazón que nos ciega de manera que solo
vemos lo que podamos poseer y con lo que nos podamos satisfacer. Por algo nos
dirá Jesús en el evangelio que no podemos servir a dos señores, a Dios y al
dinero. Las riquezas, la posesión de las cosas nos resecan el corazón y nos
hacen insensibles para el trato con los demás.
Necesitamos ser ese árbol que hunde sus raíces en el
agua viva del Señor. Cuando en verdad Dios es nuestra agua viva nuestro corazón
no solo está abierto a Dios sino que automáticamente, podríamos decir, está
abierto también a los demás. Con Dios en nuestro corazón no podemos ser ese
cardo arisco que no sabe tener compasión con los otros, sino que en verdad
estaremos llenándonos de la ternura de Dios. Son los frutos del amor que
brotarán de nuestra vida y que se van a traducir en todo lo bueno que hagamos o
deseemos para los demás.
Cuando en la parábola aquel hombre rico se encuentra
con la verdad de su vida y a lo que le ha llevado su codicia y su
insensibilidad querrá volverse atrás de cuanto hizo pero ya su hora se ha
pasado; quiere que no les pase lo mismo a sus hermanos que quedan en la tierra
y es por lo que pide que vaya Lázaro a avisarles que cambien de camino. ‘Tienen a Moisés y los profetas, que los
escuchen’, le dice Abrahán.
Decir ‘tienen a
Moisés y los profetas’ es decir que tienen la Palabra de Dios. Tenemos la
Palabra de Dios que cada día podemos escuchar; hemos de dejar que penetre bien
en nuestro corazón, dejarnos transformar por la fuerza del Espíritu.
Aprovechemos ahora este tiempo que vamos recorriendo de la Cuaresma con toda la
riqueza de la Palabra que cada día se nos ofrece, seamos capaces también de
encontrar momentos de silencio y de soledad para rumiarla hondamente dentro de
nuestro corazón. Es esa agua viva que penetra dentro de nosotros y nos llena de
vida, nos fecunda con la gracia del Señor, y veremos brotar esos frutos de amor
que tienen que resplandecer en nuestra vida.
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