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domingo, 20 de enero de 2013


Habrá un vino nuevo y mejor anticipo del banquete del Reino

Is. 62, 1-5; Sal. 95; 1Cor. 12, 4-11; Jn. 2, 1-11
‘Así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en El’. Es el primer milagro que nos dice Juan que realizó Jesús. Lo llama signo. Efectivamente, un signo de la gloria de Dios que se manifestaba; un signo que despertó la fe de sus discípulos, aquel pequeño grupo que ya comenzaba a seguirle; un signo con el que nos habla, más allá del milagro de convertir el agua en vino en aquella boda de Caná de Galilea, de lo que realmente significaba la presencia de Jesús, la vida nueva que Jesús nos viene a ofrecer, y con la que nos quiere alimentar.
Este texto del evangelio nos sirve en muchas ocasiones, en las celebraciones del matrimonio, para reflexionar sobre el sentido del sacramento del matrimonio con la presencia de Jesús en aquella boda de Caná y en el signo nuevo de la gracia, del amor nuevo que Cristo construye en la vida de los esposos con el sacramento. Pero no podemos reducir el mensaje de este evangelio a solo ese aspecto, aunque ya es, por supuesto, de una riqueza inmensa.
Nos habla el evangelio, es cierto, de una fiesta de bodas en la que además están invitados María y Jesús con sus discípulos. Una fiesta en la que los ojos atentos de María - cómo saben las madres estar siempre atentas, siempre con los ojos abiertos para cualquier detalle - se dan cuenta de que no hay vino. Ya hemos escuchado la súplica, el diálogo con Jesús, pero también el consejo a los sirvientes: ‘haced lo que El os diga’.
Habrá un vino nuevo y mejor. En el relato del evangelio contemplamos cómo Jesús realiza el milagro de darnos ese vino nuevo convirtiendo el agua en vino. Una imagen y un signo de lo que Jesús realiza en nosotros con su salvación. Con Jesús todo será nuevo. Con Jesús podemos alcanzar la mayor plenitud. Este signo, aquí casi en el principio del evangelio, donde los otros evangelistas nos ponen la predicación de Jesús invitando a creer en el Evangelio y convertir el corazón a Dios porque llega, está cerca, el Reino de Dios, viene como a expresarnos ese paso del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, de la Antigua Alianza a la Nueva Alianza.
Ya en los sinópticos, en el sermón del monte de Mateo, nos dirá Jesús que no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a dar plenitud. Es lo que de alguna forma nos está indicando también este texto del evangelio con ese vino nuevo y mejor que ofrece Jesús en las bodas de Caná.
Si un buen vino en una boda facilita la alegría y la convivencia, el encuentro y la fiesta de lo que es una comida, ahora cuando en este signo se nos ofrece este vino mejor nos está diciendo el evangelio que con Jesús habremos de caminar por un sentido nuevo de la vida donde para siempre la construyamos en la armonía y desde el amor, donde siempre tiene que haber paz y una autentica fraternidad, donde todos nos vamos a querer de verdad para hacernos felices los unos a los otros y lograr una auténtica comunión. No olvidemos que el mandato, el único mandato que nos dejará Jesús será el del amor.
A lo largo del evangelio veremos repetidas veces que cuando Jesús nos habla del Reino de Dios nos dirá en las parábolas que es como un banquete de bodas al que todos estamos invitados. Hoy, aunque esto no sea una parábola, nos sentimos nosotros invitados a la plenitud de ese banquete de bodas que es el estilo con que Jesús quiere que vivamos nuestra vida. Un sentido de fiesta y de alegría como tiene siempre un banquete de bodas; un sentido de hermandad, de amistad, de cercanía, de compartir y convivir como se siente siempre entre todos los que participan en una misma comida. Es el estilo del Reino de Dios al que Jesús nos llama y que viene a instaurar.
Y es que estando Jesús con nosotros de ninguna manera nos sentiremos abandonados ni solos. En El encontramos nuestra alegría y nuestra fuerza. Son bellas las imágenes que nos ofrece el profeta Isaías en la primera lectura. Nos habla de ese amor de Dios que nunca nos falla, que siempre está con nosotros, es más, se goza con nosotros. Nos llama el Señor con un nombre nuevo y empleando las imágenes de lo que era habitual en las bodas en que la novia era engalanada con coronas y diademas, así nos dice como el Señor nos vestirá con un vestido nuevo y se alegra en nosotros porque nos prefiere y nos pone el ejemplo e imagen ‘como un joven se casa con su novia, la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo’.
Es la vestidura nueva de la gracia. Recordemos que en el Bautismo fuimos revestidos de una vestidura nueva para significarlo invitándonos a salir al encuentro del Señor con esas vestiduras blancas. Vestiduras blanqueadas y purificadas en la Sangre del Cordero como nos dice el libro del Apocalipsis con las que mereceremos entrar a cantar la gloria del Señor en cielo para siempre.
Como le escuchado decir a alguien ‘no nos ama el Señor porque seamos hermosos, sino que su amor nos colma de hermosura’. Y podemos recordar lo que nos dice el evangelio ‘tanto amó Dios al mundo…’ y nos ama aunque seamos pecadores; nos ama y su amor nos baña y purifica, nos embellece y nos recrea, nos hace hombres nuevos. Nos ama porque El es amor y, como diría alguien, no sabe hacer otra cosa. Y nos ama para curarnos, para elevarnos hasta El.
Este vino nuevo que se  nos ofrece en este banquete de bodas es también como tipo y signo del vino nuevo del Banquete del Reino de Dios que Cristo nos ofrece cuando en la Eucaristía nos invita a comer su Cuerpo y a beber su Sangre. ‘Tomad y comed, nos dice, tomad y bebed esta copa es la Sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada para el perdón de los pecados’.
En la Eucaristía la conversión, el milagro es más significativo y radical. En la Eucaristía el vino se convierte en la Sangre de Cristo. Sangre de la vida y del amor más grande; es el amor del que da su vida por aquellos a los que ama. Es un banquete al que Dios nos invita y en el que podemos llegar a comer y a beber a Dios. Un banquete que anuncia y anticipa el banquete misterioso del Reino. Por eso, Cristo quiere ser nuestro alimento y nuestra bebida, porque quiere ser nuestra vida, porque comiendo su Cuerpo y bebiendo su Sangre tendremos vida en nosotros, se nos da en prenda la vida futura, la vida que dura para siempre.
‘Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en El’. Es grande el signo que estamos contemplando. Es hermosa la vida nueva, la vida de plenitud a la que Cristo  nos llama y nos invita. Es maravilloso el sentido nuevo que en Cristo encontramos para todas las cosas. Grande es la gloria del Señor que se nos manifiesta. Intensa tiene que ser la fe que se despierte en nuestro corazón y con la que queremos responder a tan hermosa invitación de amor que nos hace.

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