Vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído
Hechos, 22, 3-16; Sal. 116; Mc. 16, 15-18
‘No pierdas tiempo,
levántate… El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su
voluntad, para que vieras al justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo
ante todos los hombres de lo que has visto y oído…’ Son las palabras de Ananías,
enviado del Señor, para recibir y bautizar a Pablo. ‘Recibe el bautismo que por la invocación de su nombre lavará tus
pecados’.
Ya lo hemos escuchado relatado por el mismo Pablo.
Marchaba a Damasco con cartas de los sumos pontífices de Jerusalén para llevar
presos a todos los que encontrara que hicieran el camino de Jesús. El mismo nos
lo ha relatado; la saña con que perseguía a la Iglesia de Dios. Pero el Señor
le había salido al paso en el camino y lo había elegido. ‘Yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y
vuestro fruto dure’, recordamos las palabras de Jesús a los apóstoles en la
última cena. El Señor había elegido a Saulo - ese era su nombre que más tarde
cambiaría por el de Pablo - y le había salido al encuentro.
‘Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues?... ¿Quién eres, Señor?... Yo soy Jesús Nazareno, a quien tu
persigues’. El
resplandor de la luz de Cristo lo había tirado al suelo y le había cegado hasta
que encontrara y aceptara la verdadera luz. Creía ver, pero estaba ciego. Tenía
celo de Dios y por Dios quería luchar, pero no lo había conocido. Ahora ha sido
el momento. Tendrán que llevarlo de la mano hasta que encuentre quien le
imponga las manos y en el nombre del Señor se encuentre con la luz de Jesús
para siempre.
Va a ser testigo ante todos los hombres de lo que había
visto y oído, de la luz con la que se había encontrado, del Señor Jesús en
quien había encontrado la salvación. Será
el apóstol que recorra tierras y mares para llevar el nombre de Jesús a todas
partes. Para él también fueron las palabras de Jesús antes de su Ascensión al
cielo que hemos escuchado en el evangelio.
‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y
se bautice, se salvará…’
No es necesario decir ahora muchas cosas del apostolado
de Pablo en sus continuos viajes por aquel mundo en torno al mediterráneo. Ya
en el tiempo de Pascua escuchamos en el relato de los Hechos de los Apóstoles
el relato de sus primeros viajes y continuamente estamos leyendo sus cartas a
las distintas Iglesias que han quedado para nosotros como Palabra de Dios en el
canon de los libros canónicos inspirados que la Iglesia reconoce. De una forma
o de otra muchas cosas conocemos de él y también de su mensaje que recibimos en
sus cartas apostólicas. Es el apóstol de los gentiles - así lo reconoce la
Iglesia - porque de manera especial a ellos se dedicó anunciándoles el
evangelio.
Para nosotros ha de quedar un mensaje en esta fiesta de
la conversión de san Pablo que estamos celebrando hoy. Que nuestros ojos
también se abran a la luz; que nuestro corazón se encuentre también de manera
viva con el Señor; que seamos capaces de abajarnos de nuestros orgullos y
autosuficiencias porque es el mejor camino que nos conduce hasta Jesús; que
seamos capaces de dejarnos impregnar también por el espíritu del Evangelio y al
mismo tiempo seamos conscientes de que hemos de ser testigos de ese evangelio
ante el mundo que nos rodea.
Somos también llamados y elegidos del Señor; sobre
nosotros se derrama y se manifiesta su amor de forma continua y hemos de saber
dar respuesta a su llamada y a la riqueza de la gracia que continuamente nos
regala. Que en nuestra vida se vaya reflejando ese fruto, porque cada día
seamos mejores, porque cada día nos impregnemos más del espíritu del Evangelio,
y con nuestro buen testimonio nos hagamos evangelizadores de nuestros hermanos.
‘Concédenos a cuantos
celebramos hoy su conversión, pedíamos en la oración litúrgica, ser, como él lo
ha sido, testigos de tu verdad ante el mundo’. Bien necesita nuestro mundo conocer
esa verdad de Cristo. Bien es necesario que se anuncie el evangelio. Bien
importante es que llevemos esa luz de Cristo y su verdad a tantos que andan en
las tinieblas de la duda y del error.
Aunque sea brevemente, no podemos dejar de mencionar la
semana de oración por la unidad de las Iglesias que hoy culmina. Es el grito y
la súplica de Jesús en la última cena: ‘que
todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti’. Para que el mundo crea
es necesario que todos los que creemos en Jesús manifestemos esa unidad. No
podemos anunciar a un Cristo dividido. El vino a reconciliar a todos los
hombres derribando el muro que los separaba con su sangre derramada en la cruz.
Que alcancemos esa tan ansiada unidad.
Pasos se han ido dando en los últimos tiempos, pero
grandes pasos quedan aun por dar. Son muchas las cosas que nos unen porque una
es la fe en Jesús, pero el egoísmo y el orgullo de los creyentes todavía pone
trabas a esa unidad, por eso son grandes los pasos que aún se han de dar. Pero
todo eso es obra del Espíritu que es el que mueve los corazones. De ahí nuestra
oración intensa pidiendo por la unidad de las Iglesias.
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