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lunes, 21 de enero de 2013


Pronto comienza a notarse la novedad del mensaje de Jesús

Hebreos, 5, 1-10; Sal. 109; Mc. 2, 18-22
Pronto comienza a notarse la novedad del mensaje de Jesús. Y comienzan las dudas y los planteamientos de quienes no terminan de entender las actitudes nuevas que va pidiendo Jesús. El problema que se plantea hoy desde los fariseos y los discípulos de Juan es el de ayunar o no ayunar.
Juan se había presentado en el desierto con una vida muy austera invitando a la penitencia y a la conversión para preparar los caminos del Señor. Era como preparar la venida del novio, según la imagen que ahora Jesús nos irá presentando, pero ya el novio estaba con ellos; llegaba por así decirlo la hora de la boda. Jesús estaba con ellos y es lo que quiere responderles Jesús y comenzaba una vida nueva desde la salvación que El venía a traernos.
También había pedido Jesús conversión cuando había comenzado a predicar, pero la conversión no estaba solo en las cosas externas que se pudieran realizar, sino en la transformación del corazón que quizá muchas veces puede resultar más costosa. Pero estando Jesús todo tenía que ser vida, y alegría, y paz, porque desde Jesús ya el amor tendría que resplandecer en el corazón de los hombres, en sus actitudes y en sus comportamientos.
Seguir a Jesús no era cuestión de poner parches o remiendos, sino de una transformación profunda. Es un vino nuevo el que Jesús nos ofrece; podemos conectar con lo escuchado ayer domingo en el evangelio, en el milagro de las bodas de Caná de Galilea donde Cristo ofrece un vino nuevo y mejor. Y ya hablábamos de vida nueva, de renovación de los corazones, de transformación total de nuestro mundo con la presencia de Jesús. Reflexionábamos muchas cosas en torno a este milagro de la conversión del agua en vino en las bodas de Caná de Galilea y muchas conclusiones tendríamos que sacar para nuestra vida.
Por eso Jesús nos hablará de que son necesarios unos odres nuevos. ‘Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revienta los odres y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos’. Por eso es necesario cambiar el corazón, cambiar nuestras actitudes profundas, hacer una renovación profunda de nuestra fe, abrir bien los oídos del alma para escuchar el mensaje de Jesús.
No terminamos muchas veces de entender bien lo que significa ser cristiano, seguir a Jesús, vivir nuestra vida cristiana. No es el cumplimiento de unas devociones o simplemente unas prácticas religiosas. No es cuestión de si ayunamos o no ayunamos, si podemos llegar a comer esto o comer lo otro, que tantos esfuerzos nos hemos gastado innecesariamente midiendo cantidades o buscando cualidades de los alimentos. Ser cristiano y seguir a Jesús es algo mucho más hondo que todo eso que se puede quedar en un cumplimiento ritual y superficial.
No es quedarnos en promesas que hacemos algo así como a cambio de lo que Dios pueda favorecernos. No es realizar unas prácticas en unos momentos determinados, aunque sea de cosas muy buenas, mientras en la vida ordinaria de cada día seguimos con nuestras rutinas, nuestra falta de compromiso, o las superficialidades a las que nos tiene acostumbrado el mundo. No podemos separar de ninguna manera la vida de cada día, nuestras actitudes y comportamientos de lo que nos señala Jesús en el evangelio, de lo que nos pide una vida realmente comprometida con nuestra fe.
Cuando nos contentamos con cositas así es como si estuviéramos poniendo remiendos a nuestra vida que lo que haría es ocultar lo vacío que quizá andamos por dentro. Más pronto o más tarde se van a desenmascarar nuestras falsedades, nuestras vanidades, nuestras hipocresías. Y lo que es necesario es autenticidad en nuestra vida. Que nos decimos y nos llamamos cristianos, eso tiene que ser con todas las consecuencias, con el compromiso total de nuestra vida.
‘A vino nuevo, odres nuevos’, nos dice Jesús. Saquémosle todas las consecuencias y en toda su radicalidad a esta sentencia de Jesús.

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