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martes, 22 de enero de 2013


Para Jesús la persona está por encima de cualquier otro bien que podamos poseer

Hebreos, 6, 10-20; Sal. 110; Mc. 2, 23-28
Tenemos aún muy recientes las celebraciones de la Encarnación y del Nacimiento del Hijo de Dios; ahora estamos escuchando el inicio de la predicación de Jesús manifestándonos la Buena Nueva de su mensaje de salvación. Todo ello viene a manifestarnos el amor grande que Dios siente por el hombre, por la persona humana a la que El ha creado pero que además nos enseña cuál es ese respeto y amor que entre todas las personas tendría que haber. Pensemos lo grande y hermoso es el ser humano que El ha creado cuando ha querido tomar nuestra naturaleza humana para hacerse hombre también.
Dios lo hace todo por el hombre, por el amor que nos tiene y porque quiere también que nosotros consideremos esa grandeza que El nos ha dado; lo que Dios quiere es el bien del hombre y su felicidad. Así con esa dignidad grande nos creó para que fuésemos felices, pero así quiere que luego nuestras humanas relaciones vayan buscando también ese bien de toda persona y su felicidad. Y si nos ha redimido es precisamente para arrancar de nosotros aquello que nos impide ser felices de verdad porque nos llena de mal dentro de nosotros mismos. Algo en lo que los que seguimos a Jesús porque nos llamamos cristianos hemos de poner todo nuestro empeño para buscar siempre el bien de la persona, de toda persona.
En la rutina de nuestra vida de cada día no sólo nos hacemos egoístas porque nos preocupamos solo de nuestro propio bien personal, sino que además hay ocasiones en que parece que las cosas y hasta las normas están por encima de las personas. Es algo en lo que puede hacernos pensar el evangelio que hoy escuchamos.
Vemos en esta ocasión lo estrictos que eran los judíos, pero de una manera especial ciertos grupos muy influyentes en la vida del pueblo judío como eran los fariseos; las normas y las leyes, los mandamientos del Señor que siempre buscaban el bien del hombre, el bien de la persona, sin embargo podían convertirse en algo esclavizante para las personas cuando se ponían por encima del valor de la misma persona. Ahí se nos hace mención, que es por lo que se provoca la pregunta que le hacen los fariseos a Jesús, lo mandado respeto al descanso sabático, que con tantas reglamentaciones y normas, medidas y límites podía convertirse en algo torturador de la persona.
‘¿Por qué hacen tus discípulos lo que no está permitido en sábado?’ vienen a decirle a Jesús. Jesús les recuerda, como hemos escuchado, otros hechos sucedidos en su historia y que podían iluminar el sentido de las cosas, de lo que tenemos que hacer, y terminará con esa afirmación  de que ‘el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado’. Nunca la persona puede ser esclava de la norma o de la ley, la norma o la ley tiene siempre que ayudar a la dignidad y al bien de la persona. Y Jesús pone toda su autoridad en juego: ‘El Hijo del Hombre es señor también del sábado’.
Si así valora Jesús siempre a la persona, esto ha de tener también consecuencias muy prácticas para nuestra vida, para la relación que entre unos y otros tengamos, y hasta para la utilización de los bienes o las cosas que poseamos. Es el respeto a la persona, a toda persona en toda su dignidad. Todo el mundo merece nuestro respeto. Lo que tendrá muchas consecuencias en las maneras como nos tratamos mutuamente. Pero como decíamos también en nuestra relación a las cosas, los bienes, las riquezas o las pequeñas posesiones que podamos tener. Algunas veces podemos dar la impresión que son más importantes para nosotros las cosas, los bienes materiales, sean cuales sean. Esto es mío, este es mi sitio, esta cosas es muy importante para mí. Y quizá por esos bienes nos peleamos y hasta llegamos a odiarnos. ¿Dónde está el valor de la persona, la amistad, el respeto, el trato humano, la relación? En una de las fórmulas que se usan en la renovación de las promesas bautismales se nos pregunta si nos quedamos en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a Dios, sin que para nosotros sea más importante el hombre.
La verdadera joya que tenemos que cuidar no es ese objeto que poseamos o sea una señal de riqueza material, sino que la verdadera joya que tenemos que respetar y cuidar, y en este caso llegar a amar es la persona, toda persona. De ahí se derivará el mandamiento del amor que Jesús nos deja en el evangelio. Muchas consecuencias se podrían sacar para nuestra vida de cada día.

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