Para Jesús la persona está por encima de cualquier otro bien que podamos poseer
Hebreos, 6, 10-20; Sal. 110; Mc. 2, 23-28
Tenemos aún muy recientes las celebraciones de la
Encarnación y del Nacimiento del Hijo de Dios; ahora estamos escuchando el
inicio de la predicación de Jesús manifestándonos la Buena Nueva de su mensaje
de salvación. Todo ello viene a manifestarnos el amor grande que Dios siente
por el hombre, por la persona humana a la que El ha creado pero que además nos
enseña cuál es ese respeto y amor que entre todas las personas tendría que
haber. Pensemos lo grande y hermoso es el ser humano que El ha creado cuando ha
querido tomar nuestra naturaleza humana para hacerse hombre también.
Dios lo hace todo por el hombre, por el amor que nos
tiene y porque quiere también que nosotros consideremos esa grandeza que El nos
ha dado; lo que Dios quiere es el bien del hombre y su felicidad. Así con esa
dignidad grande nos creó para que fuésemos felices, pero así quiere que luego
nuestras humanas relaciones vayan buscando también ese bien de toda persona y
su felicidad. Y si nos ha redimido es precisamente para arrancar de nosotros
aquello que nos impide ser felices de verdad porque nos llena de mal dentro de
nosotros mismos. Algo en lo que los que seguimos a Jesús porque nos llamamos
cristianos hemos de poner todo nuestro empeño para buscar siempre el bien de la
persona, de toda persona.
En la rutina de nuestra vida de cada día no sólo nos
hacemos egoístas porque nos preocupamos solo de nuestro propio bien personal,
sino que además hay ocasiones en que parece que las cosas y hasta las normas
están por encima de las personas. Es algo en lo que puede hacernos pensar el
evangelio que hoy escuchamos.
Vemos en esta ocasión lo estrictos que eran los judíos,
pero de una manera especial ciertos grupos muy influyentes en la vida del
pueblo judío como eran los fariseos; las normas y las leyes, los mandamientos
del Señor que siempre buscaban el bien del hombre, el bien de la persona, sin
embargo podían convertirse en algo esclavizante para las personas cuando se
ponían por encima del valor de la misma persona. Ahí se nos hace mención, que
es por lo que se provoca la pregunta que le hacen los fariseos a Jesús, lo
mandado respeto al descanso sabático, que con tantas reglamentaciones y normas,
medidas y límites podía convertirse en algo torturador de la persona.
‘¿Por qué hacen tus
discípulos lo que no está permitido en sábado?’ vienen a decirle a Jesús. Jesús les
recuerda, como hemos escuchado, otros hechos sucedidos en su historia y que
podían iluminar el sentido de las cosas, de lo que tenemos que hacer, y
terminará con esa afirmación de que ‘el sábado se hizo para el hombre y no el
hombre para el sábado’. Nunca la persona puede ser esclava de la norma o de
la ley, la norma o la ley tiene siempre que ayudar a la dignidad y al bien de
la persona. Y Jesús pone toda su autoridad en juego: ‘El Hijo del Hombre es señor también del sábado’.
Si así valora Jesús siempre a la persona, esto ha de
tener también consecuencias muy prácticas para nuestra vida, para la relación
que entre unos y otros tengamos, y hasta para la utilización de los bienes o
las cosas que poseamos. Es el respeto a la persona, a toda persona en toda su
dignidad. Todo el mundo merece nuestro respeto. Lo que tendrá muchas
consecuencias en las maneras como nos tratamos mutuamente. Pero como decíamos
también en nuestra relación a las cosas, los bienes, las riquezas o las
pequeñas posesiones que podamos tener. Algunas veces podemos dar la impresión
que son más importantes para nosotros las cosas, los bienes materiales, sean
cuales sean. Esto es mío, este es mi sitio, esta cosas es muy importante para
mí. Y quizá por esos bienes nos peleamos y hasta llegamos a odiarnos. ¿Dónde
está el valor de la persona, la amistad, el respeto, el trato humano, la
relación? En una de las fórmulas que se usan en la renovación de las promesas bautismales
se nos pregunta si nos quedamos en las cosas, medios, instituciones,
métodos, reglamentos, y no ir a Dios, sin que para nosotros sea más importante
el hombre.
La verdadera joya que tenemos que cuidar no es ese
objeto que poseamos o sea una señal de riqueza material, sino que la verdadera
joya que tenemos que respetar y cuidar, y en este caso llegar a amar es la
persona, toda persona. De ahí se derivará el mandamiento del amor que Jesús nos
deja en el evangelio. Muchas consecuencias se podrían sacar para nuestra vida
de cada día.
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