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miércoles, 23 de enero de 2013


Echando en torno una mirada dolido de su obstinación

Hebreos, 7, 1-3.15-17; Sal. 109; Mc. 3, 1-6
‘Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación…’ Jesús se siente dolido por la obstinación y la ceguera con que muchos lo reciben. ‘Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo’, dice el evangelista. No es sólo el aceptar o no aceptar el mensaje de Jesús. ‘Estaban al acecho’. Hay malicia en el corazón de aquella gente cuando Jesús llegaba con todo su amor buscando el bien del hombre, su salvación. Ya lo reflexionábamos ayer.
Es el dolor del corazón de Cristo cuando no se ve correspondido en su amor. Pero Jesús no nos deja de amar por eso. El amor de Cristo es un amor fiel. No nos ama porque nosotros seamos buenos y le amemos a El, sino para que seamos buenos y seamos capaces de experimentar su amor. Como más tarde nos dirá el apóstol en sus cartas, ‘nos ama aún siendo nosotros pecadores’. Esa es la grandeza del amor de Dios, del que nosotros también tenemos que aprender para amar de la misma manera. El amor de Dios es siempre un amor primero, porque antes de que nosotros le amemos ya El nos está mostrando su amor ya desde toda la eternidad que ha pensado en nosotros.
Esto que estamos viendo en ese dolor del corazón de Cristo ante esas posturas negativas que tantos tenían ante su mensaje y su actuar, nos sirve también para que nosotros analicemos nuestra vida y nuestras relaciones con los demás. Podemos ser sufridores de esas posturas de los otros, o podemos ser nosotros actores que de alguna manera actuemos también así. Por eso esta reflexión que nos hacemos desde lo que vemos en la Palabra de Dios tiene que ayudarnos para nuestra vida concreta.
Esa experiencia dolorosa de no ser correspondido en el amor es una experiencia por la que pasamos también en muchas ocasiones en la vida. Personas que no nos comprenden ni nos quieren comprender. Personas cuya mirada no es limpia y siempre enturbian todo lo que miran con la malicia que llevan en el corazón. Personas que no abren su corazón y no saben tener confianza en los demás sino que siempre estarán con la sospecha. Personas que tienen el corazón lleno de maldad y no serán capaces de ver lo bueno de los demás, no sabrán apreciar lo bueno que hay en los otros y siempre estarán poniendo la pega de los intereses torcidos o de la mala voluntad que ven siempre en lo que hace el otro. ‘Estaban al acecho’, que dice el evangelista. Las personas que se ponen a la distancia para observar siempre prontos al juicio, a la crítica dañina, a la murmuración.
Estamos constatando esa experiencia dolorosa por la que podemos pasar cuando nos encontramos personas en la vida con esas posturas negativas, pero también tenemos que examinarnos nosotros porque de una forma o de otra se nos pueden pegar al corazón esas desconfianzas y esos prejuicios en nuestra relación con los demás. Nos sería fácil fijarnos en los demás y condenar, pero estaríamos cayendo por la misma pendiente y cometiendo los mismos errores; por eso, todo esto ha de servirnos para nosotros examinarnos, para que no lleguemos a tener esas actitudes tan negativas en nuestra vida en la relación que mantenemos con los demás. Son tentaciones fáciles que nosotros también podemos tener.
Pero volviendo a la respuesta que nosotros hemos de dar al amor de Dios y viendo ese dolor que Jesús siente en su corazón ante la obstinación de aquellos que no le aceptaban cuando tantas pruebas nos estaba dando de su amor, tendríamos que preguntarnos si acaso Jesús también pudiera estar dolido por nuestra insuficiente respuesta. Esto es algo para pensarlo con serenidad siendo capaces de reconocer cuántos dones y cuántas gracias ha derramado el Señor en nuestra vida. Cada uno podría repensar lo que ha sido su historia personal con momentos de fidelidad y de amor, pero también con tantos momentos en que no hemos sabido ser fieles, o le hemos la vuelta la espalda a ese amor de Dios con nuestro pecado.
También en ocasiones nos ponemos a querer masticar el mensaje de Jesús que nos llega a través de la Iglesia y nos hacemos nuestros distingos, nuestras muy personales valoraciones y ponemos un filtro en lo que aceptamos o no aceptamos del mensaje y de la gracia de Jesús. Estamos también al acecho, como aquellos del evangelio. Vayamos a Jesús con un corazón abierto y sincero, con un corazón limpio de maldad, dejándonos conducir por su Espíritu, que sea quien nos ilumine interiormente y nos haga saborear la gracia del Señor. Que El sea nuestra fuerza y nuestra luz.

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