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miércoles, 10 de octubre de 2012


Y Jesús les enseñó a decir Padre

Gál. 2, 1-2.7-14; Sal. 116; Lc 10, 38-42
‘Señor, enséñanos a orar’, le dijeron los discípulos a Jesús en una ocasión en que Jesús estaba orando en cierto lugar. Y Jesús les enseñó a decir ‘Padre’.
Esa es la oración. Esa palabra lo condensa todo. Las demás palabras son una consecuencia. Decir ‘padre’ es decir muchas cosas, expresar muchos sentimientos, hacer surgir de lo más hondo del corazón las mejores cosas. Decir ‘padre’ es reconocer el amor, sentirnos inundados de amor y expresar el mejor amor que llevamos en el corazón.
Cuando aprendamos a decir ‘padre’ de verdad hemos aprendido a orar desde lo más profundo, a hacer la más hermosa oración. Le estamos diciendo sé que me amas, y yo quiero amarte. Porque eres mi padre y yo lo reconozco, en mi vida todo son bendiciones para ti. Eres mi padre y yo quiero seguir sintiéndolo siempre. Me amas como padre y yo en todo querré hacer siempre tu voluntad porque así quiero manifestarte mi amor.
Lo condensa todo. Las otras palabras que le digamos no son otra cosa que decirle Padre con nuestra vida, nuestras actitudes, el reconocimiento de su grandeza, de la grandeza de su amor. Porque le decimos padre hemos puesto toda nuestra confianza en El y sabemos que nada nos faltará. Porque le sentimos como padre ahora nuestro trato y relación con los demás es la de los hermanos que nos queremos y  nos aceptamos, que nos perdonamos y que buscaremos siempre lo bueno los unos por los otros. Porque me siento cogido por el amor de padre ya no voy a permitir que el mal se meta más en mi vida y será posible porque en ese amor de padre me siento protegido, auxiliado, fortalecido.
‘Enséñanos a orar’, le pedimos como los discípulos, y nos enseña a decir ‘padre’. Y nosotros que andamos preocupados de decir tantas palabras, de buscar tantas fórmulas de oración. Aprendamos a decir padre y estaremos haciendo la más hermosa oración.

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