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sábado, 13 de octubre de 2012


La fe de los pequeños y los sencillos que tienen la visión de Dios

Gál. 3, 22-29; Sal. 104; Lc. 11, 27-28
‘Mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz’ para echar bendiciones a la madre que había traído al mundo a quien cosas tan hermosas les decía y tantas esperanzas despertaba en su corazón.
Es el grito espontáneo de una mujer del pueblo. Una mujer anónima, sencilla que manifiesta así su fe y su entusiasmo por Jesús. Es la fe del pueblo sencillo que sabe descubrir las cosas maravillosas de Dios. Es la fe de los pequeños, de los humildes, de los que parece que nada saben pero tiene un visión de Dios en el alma. Es la fe de aquellos que parece que nada son, pero que Dios hace grandes, porque se les revela en su corazón.
Algunas veces pensamos que es necesario tener grandes inteligencias o grandes capacidades, o que solo los entendidos, los que parecen sabios porque saben muchas cosas de este mundo, por su cultura, por sus estudios, por las posibilidades que hayan tenido en la vida son los que pueden entender los misterios de Dios. Pero Dios se revela a los sencillos, busca a los pequeños, se manifiesta a los que tienen un corazón pobre y humilde.
Nos basta seguir los pasos del evangelio. ¿Quiénes son los primeros que tienen noticia de que en Belén ha nacido un salvador? Los pobres, los humildes pastores que se pasan la noche al raso cuidando sus rebaños son los que reciben la embajada del cielo para que se les anuncie el gran gozo, la gran noticia, la maravillosa alegría de que ha nacido el salvador.
Cuando Jesús comienza su predicación y va a la sinagoga de su pueblo lee el anuncio del profeta que dice que los pobres son evangelizados, a los pobres se les va a anunciar la Buena Noticia del Evangelio. Los que eran menos valorados de la sociedad, ciegos, cojos, inválidos, enfermos, pobres son los que van a recibir la Buena Nueva de Jesús.
Veremos a lo largo del evangelio que los letrados, los que se creen más sabios y cumplidores siempre estarán mirando a Jesús como a la distancia; van a ver en qué pueden cogerle, todo son dificultades y serán los que finalmente se opondrán y le llevarán a la muerte. Los pequeños y los sencillos gritarán aclamándole en la bajada del monte de los olivos y a la entrada de la ciudad y del templo; ahora esta mujer sencilla será la que prorrumpirán en alabanzas y bendiciones cuando escucha a Jesús, como serán los pobres y los enfermos los que le seguirán a todas partes.
Ya escucharemos a Jesús dando gracias al Padre porque ha escondido los misterios de Dios a los sabios y entendidos y es a los pobres, los humildes y sencillos a los que se los revela.  ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla’.
Es bueno reflexionar todo esto para que apreciemos cuáles han de ser las actitudes con las que nosotros también nos acerquemos a Jesús. En El vamos a encontrar la verdadera sabiduría. El es la Palabra de la Verdad que se  nos revela; con corazón humilde, pobre, vacío de nuestro yo acudimos a Jesús porque sólo El es quien puede llenar y cumplir nuestras ansias más profundas de verdad y de vida.
Vacíos de nosotros mismos nos vamos a llenar de Dios, vamos a dejar que se plante de verdad la Palabra de Dios en nosotros para que dé fruto. Cuando la tierra está llena de pedruzcos y de abrojos y zarzales la semilla no podrá producir el ciento por uno. Por eso preparemos la tierra de nuestro corazón para que caiga esa semilla en nosotros y dé fruto. ‘¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!’
Cultivemos bien la tierra de nuestra vida; cultivemos nuestra fe. Desde nuestra pobreza, nuestra sencillez y nuestra humildad tendremos la visión de Dios que nos hace crecer en nuestra fe.

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