María, Pilar y estrella de la nueva evangelización
Crón. 18, 3-4.15-16; 16, 1-2; Sal. 26; Lc. 11, 27-28
‘Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes
por mí’, anuncia
proféticamente la misma María, inspirada por el Espíritu Santo, en el cántico
del Magnificat.
El ángel la había llamado ‘la llena de gracia’. ¿Qué más grande bendición y felicitación podía
recibir que desde el mismo cielo llamaran ‘la
llena de gracia’?
Isabel, en estos mismos momentos del cántico del
Magníficat, inspirada también por el Espíritu Santo la había llamado dichosa
porque había creído, pero no solo eso sino que la llama la Madre del Señor. ‘¿De donde que venga a mí la madre de mi
Señor? Dichosa tú que has creído que todo lo que se te ha dicho se cumplirá’.
La felicitaría la mujer anónimo en medio de la multitud
que alaba a la madre que trajo al mundo al Salvador. ‘Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron’,
diría aquella mujer alabando a la madre de Jesús. Pero Jesús mismo la llamaría
dichosa porque ella como nadie plantó en su corazón la Palabra del Señor. ‘Dichosos más bien los que escuchan la
palabra del Señor y la cumplen’, acabaría diciendo Jesús.
Aquí estamos nosotros hoy uniéndonos al coro que a
través de los siglos ha prorrumpido en alabanzas a María porque es la Madre del
Señor y porque el Señor nos la ha dejado como Madre. Hoy recordamos su
presencia allá junto al Ebro cuando vino a alentar la esperanza y los trabajos
apóstolicos de Santiago en predicación por nuestras tierras hispanas. Pero es
la alabanza que queremos entonar en honor de María que ha sido nuestro amparo
celestial a través de los siglos y que en torno a María y con su protección se
ha mantenido la fe de los pueblos de España.
‘Tú permaneces como la
columna que guiaba y sostenía día y noche a tu pueblo en el desierto’, hemos proclamado ya desde el
principio de la celebración. Recordamos aquel peregrinar del pueblo de Dios por
el desierto pero que siempre se veía alentado por la presencia del Señor bajo
el signo de aquella nube que les protegía y les sostenía en los ardores del
calor del día o los rigores del frió de la noche en su camino hacia la tierra
prometida. Pero esas palabras las dirigimos a María que está ahí, en ese signo
de la columna, del pilar, como guía y protección del pueblo cristiano. Ella,
como el Arca de la Alianza que acompañaba y animaba la fe del pueblo peregrino,
está también junto a nosotros como ese signo maravilloso de lo que es la
presencia y el amor del Señor.
Así quiso Dios contar con María en la historia de
nuestra salvación. Fue aquel sí al ángel de la anunciación que hizo posible la
encarnación del Hijo de Dios en su seno para que nos naciera un salvador siendo
la madre de Dios, pero es también la maternidad de María, madre de todos los
creyentes que Jesús nos dejó como herencia desde lo alto de la cruz. ‘He ahí a tu hijo… he ahí a tu madre’.
Escuchamos a Jesús en aquellos sublimes momentos. Y Juan, el discípulo amado,
la recibió en su casa, y nosotros, discípulos amados y que queremos merecer tal
amor y tal dicha, queremos acogerla para siempre en nuestro corazón.
La llamamos madre, la sentimos como madre; la
contemplamos como madre y ejemplo de mujer creyente, la sentimos como madre que
nos cuida y nos protege para que lleguemos siempre hasta Jesús. La contemplamos
como Madre que siempre nos está señalando el camino de Jesús, y la sentimos
como madre de la evangelización que siempre nos está impulsando para que
nosotros no solo encontremos el camino de Jesús para nosotros mismos sino que
nos convirtamos también en signos y señales de evangelio para que los que están
a nuestro lado reciban esa buena noticia y alcancen también la salvación.
A Ella, pues, le pedimos que nos ayude a mantenernos
fuertes en nuestra fe, firmes y seguros en nuestra esperanza y constantes y
generosos siempre en el amor. Es nuestra tarea y nuestro compromiso cuando
contemplando a María iniciamos este Año de la Fe al que nos ha convocado el
Papa y ayer iniciábamos porque en María tenemos la estrella y el mejor ejemplo
de la Nueva Evangelización que todos hemos de emprender.
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