Una buena noticia que hay que proclamar, el evangelio del amor y de la fidelidad
Gén. 2, 18-24; Sal 127; Hb. 2, 9-11; Mc. 10, 2-16
Las cosas se dominan, pero las personas conviven. Es
distinta la relación. Las cosas las utilizamos porque las necesitamos, porque
nos sirven para algo, pero la relación con las personas es distinta. La
relación entre las personas tiene que ser una relación humana, nunca debieran
ser utilizadas ni tendrían que valernos para manifestar nuestro dominio. El
trato y la relación entre las personas entra en una esfera superior.
‘No está bien que el
hombre esté sólo, voy a hacerle alguien como él que le ayude’. No era suficiente toda la obra de
la creación que Dios había realizado y había puesto a los pies del hombre. ‘Voy a hacerle alguien como él’. Ni
todas las maravillas de la creación, ni todos los animales que Dios había
creado eran suficientes para que el hombre encontrara esa compañía. ‘El hombre le puso nombre a todo lo que
había creado Dios, pero no encontraba ninguno como él que le ayudase’.
Poner nombre significa esa relación de dominio y de posesión. Se le pone nombre
a lo que es suyo. Así lo había expresado también el primer relato de la
creación.
Cuando contempla a la mujer exclamará: ‘Esta sí que es hueso de mis huesos y carne
de mi carne’. Es otra la relación. Cuando se habla de compañía se está
hablando de esa relación que entre iguales se puede entablar. El texto de la
Biblia nos habla sobre todo con imágenes que quieren llevarnos a algo más hondo
que la literalidad de la imagen que contemplamos. Así hemos de saber leer y
entender el mensaje que se nos quiere trasmitir. Es bien significativo todo
esto que estamos comentando y está bien relacionado con el mensaje del
evangelio que hoy se nos trasmite.
Habían acudido a Jesús unos fariseos para ponerlo a
prueba y le plantean la cuestión del divorcio que Moisés les había permitido. ‘¿Le es lícito a un hombre divorciarse de
su mujer?’ Cuestión que sigue candente en la sociedad de hoy. Claro que es
el mensaje de Jesús. ‘Por vuestra
terquedad dejó escrito Moisés este precepto’, les responde Jesús a la
cuestión que le plantean. ‘Al principio
de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su
padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, de
modo que ya no son dos sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo
separe el hombre’. Es la respuesta rotunda y clara de Jesús.
Decíamos que la biblia nos habla con imágenes que hemos
de saber leer e interpretar. Esa expresión de ser los dos una sola carne, como
la anterior en la que Adan decía que ‘ésta
si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’, vienen a expresarnos la
profunda comunión que tiene que haber en la relación de las personas. No es lo
físico de la igualdad de unos cuerpos, sino algo más hondo que nos hace entrar
en relación mutua. ‘Nos entendemos’,
solemos decir, o lo que es lo mismo, puede haber entre nosotros una mutua
relación y entendimiento, no desde el interés sino desde la cercanía, el amor y
la amistad. Y eso, en todos los niveles de relación entre las personas. Cuando
falle esto, no podrá haber relación y comunión sincera.
Relación, entendimiento y comunión que llega a su mayor
profundidad cuando se trata del amor matrimonial que es lo que aquí de manera especial
se nos quiere decir. Una relación que es de comunión, nunca de dominio, siempre
de encuentro, de armonía y de paz. Una comunión que es irrompible, indestruible
porque está fundamentada hondamente en el amor. Algo que no podemos tomar a la
ligera sino que tiene que nacer de ese conocimiento profunda que solo se puede
dar desde el amor.
Sin embargo tenemos los hombres la capacidad de
banalizar y hacer superficial y caduco lo que es más hermoso y más profundo.
Hemos perdido quizá la capacidad de la entrega hasta el sacrificio que es el
que hace brillar con las perlas más preciosas la corona del amor. Es triste cómo
se banaliza el amor y hasta se convierte en un juego que le hace perder el
encanto de la fidelidad y la constancia hasta el final aunque costara
sacrificio y que lo hace nuevo y vivo cada día. Vivimos tantas veces tan
encerrados en nosotros mismos que ya no somos capaces de buscar la felicidad
del otro sino solamente nuestra propia satisfacción.
Es por eso por lo que pueden sonar disonantes para
algunos oídos cuando proclamamos las palabras de Jesús sobre el matrimonio porque
quizá otros van con otras músicas distintas y no es disonante nuestra música
sino que quizá se haya podido perder el sentido de la belleza y armonia que da
un amor fundamentado en la fidelidad total. Son otras las estridencias a las
que se han acostumbrado sus oídos y les es difícil percibir la profundidad y
belleza del sonido del evangelio. Hemos de saber descubrirlo y tarea nuestra de
los cristianos es el darlo a conocer.
Aunque nos duela no nos ha de extrañar que encontremos
a nuestro alrededor otras maneras de pensar, otras múscias, sino que más bien
esto tiene que hacer que nos afiancemos más en los principio de nuestra fe, en
los valores del evangelio. Siempre el evangelio, en todos los tiempos, ha sido
una novedad (lo dice la palabra mimsma), una buena noticia, una noticia nueva y
distinta que proclamamos ante el mundo que nos rodea aunque no crea.
Y en virtud de nuestra fe gritamos y proclamamos la
Buena Noticia, el evangelio del matrimonio, como Cristo nos enseña. Nos puede
parecer que la iglesia y los cristianos nadamos a contracorriente cuando
proclamamos nuestros principios, pero si no lo hiciéramos así sería a
contracorriente del evangelio de Jesús cómo estaríamos nadando nosotros
dejándonos llevar por el espíritu del mundo.
La fuente y el modelo de todo nuestro amor la tenemos
en Jesús, lo tenemos en Dios. Y el amor de Dios es fiel y permanece para
siempre y así ha de ser también nuestro amor. Es tan fiel que sigue confiando
siempre en nosotros a pesar de la debilidad de nuestras infidelidades y
respuestas negativas. Porque además en esas contracorrientes que nos
encontramos en la vida no vamos solos ni con solas nuestras fuerzas, porque
sabemos que el Señor está siempre con nosotros y para eso nos da la fuerza de
su Espíritu que es Espíritu de amor.
Para nosotros el amor matrimonial se convierte en
sacramento, porque no sólo es sacramento de Dios, signo del amor que Dios nos
tiene, sino que en el ser sacramento se nos asegura además la presencia de
Cristo y de su gracia siempre con nosotros.
Todo esto tiene que ser motivo de gran reflexión para
empaparnos del espíritu del evangelio; motivo de mucha oración por las
situaciones difíciles que contemplamos en tantos matrimonios y familias a
nuestro alrededor y también para pedir al Señor que acompañe con su gracia a
los jóvenes que se preparan para el matrimonio para que vayan con la madurez y
profundidad necesaria para darle esa estabilidad y fidelidad a su amor. ‘Que el Señor nos bendiga todos los días
de nuestra vida’, que decíamos en el salmo.
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