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sábado, 17 de marzo de 2012


Hacemos las cosas para la gloria del Señor que es quien nos justificará de verdad

Oseas, 6, 1-6; Sal. 50; Lc. 18, 9-14
‘Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos’. Nos lo ha dicho el profeta; lo hemos repetido en el salmo. Jesús nos lo repetirá en ocasiones en el evangelio. Hoy nos pide autenticidad en nuestra vida; lejos de nosotros la falsedad y la apariencia; que seamos capaces de ofrecerle lo más hermoso que llevemos en el corazón, que es ofrecerle nuestro amor, con lo que estaremos ofreciéndole toda nuestra vida.
Nos habla del evangelio en la parábola de Jesús de los dos hombres que subieron al templo a orar. Eran bien distintas las actitudes y las posturas; era bien distinto cómo se presentaban al Señor. Uno se justificaba aunque sus actitudes no eran buenas; el otro, aunque sintiéndose profundamente pecador, salió justificado de la presencia del Señor.
‘No se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho diciendo: ¡oh Dios! ten compasión de este pecador’. Se sabía pecador, pero se acogía a la misericordia del Señor. No trataba de ocultarlo ni de justificarse. Sintiendo la miseria de su vida, sin embargo era capaz de comprender la inmensa misericordia del Señor.
‘Esforcémonos por conocer al Señor, su amanecer es como la aurora y su sentencia surge como la luz’, decía el profeta. Pero el profeta denuncia las actitudes y compartamientos de aquellos que hacen las cosas solo por apariencia, por ver cómo tratar de ganarse el favor del Señor, aunque en lo hondo del corazón siguen en apegados a su maldad y sin querer arrepentirse de verdad del mal que hacen tratan de congraciarse con obras que son solo apariencia y falsedad. ‘Vuestra misericordia es como nube mañanera, como rocio de madrugada que se evapora’. Así es cuando no hay autenticidad en la vida.
Es la postura del fariseo del evangelio, que mas que ofrecerle a Dios su corazón, le ofrece las migagas de sus apariencias y falsedades. ‘Todo lo que hacen es para que los vea la gente’, dirá de ellos Jesús en otra ocasión. Por eso está allí delante de pie, para que todos los vean; allí está desgranando la letanía de sus supuestas cosas buenas, pero con mucho desprecio en su corazón. ‘Yo no soy como esos…’, dirá. Le falta autentica misericordia. Nube y rocío de madrugada, que había dicho el profeta, que pronto se evapora son sus obras.
‘Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias’, hemos rezado con el salmo. Un salmo penitencial, para pedir perdón al Señor. Es nuestro corazón, que deseamos llenar de mucho amor, lo que presentamos al Señor. Así hacemos ofrenda de nuestra vida. No son cosas, por muy valiosas que sean, lo que tenemos que presentarle y ofrecerle al Señor.
Todavía muchas veces los cristianos seguimos haciendo cosas así; y buscamos reconocimientos, una plaquita colocada en el banco que regalé, o en la pared de la Iglesia que ayudé a construir. ‘Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, nos había enseñado el Señor’, pero nosotros de eso no nos acordamos. El tesoro que guardamos por las cosas buenas que hagamos tiene que quedar guardado en el cielo, no es para ponerlo delante de los ojos de los demás y digan que buenos somos.
Pensemos que la semilla que fructifica y hace surgir una nueva planta queda enterrada bajo la tierra y nadie la va a ver nunca. El grano de trigo que nos va a hacer el pan desparece al ser triturado y quedará oculto para siempre en la harina que nos alimentará. Que así sea nuestra manera de hacer las cosas, semilla enterrada con mucho amor porque eso es lo importante, pero en la humildad y el silencio. Porque la gloria tiene que ser siempre para el Señor. Eso nos cuesta, pero tenemos que aprender a hacerlo. El que tiene que justificarnos es el Señor. Eso es obra de El. Lo que nosotros tenemos que buscar es su gloria, no nuestra gloria.

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