Guardadlos y cumplidlos que son vuestra sabiduría y vuestra prudencia
Deut. 4, 1.5-9; Sal. 147; Mt. 5, 17-19
‘Escucha los mandatos
y decretos que yo os enseño a cumplir… guardadlos y cumplidlos porque ellos son
vuestra sabiduría y vuestra prudencia… así viviréis… guárdate muy bien de
olvidarlos…’
Moisés instruye al pueblo que Dios le ha confiado para
que escuchen y cumplan los mandamientos del Señor. Les dice incluso que serán
su orgullo ante los otros pueblos que admirarán la sabiduría y la prudencia de
las leyes de este pueblo. Así serán un pueblo grande. El Señor promete para
ellos si son fieles a la alianza el poseer la tierra que les había prometido.
Es la fidelidad a la Alianza que han hecho con el Señor por encima de todo,
donde se han comprometido a cumplir la ley del Señor.
Es señal de un pueblo maduro el tener leyes justas que
ordenen toda su vida y toda su convivencia y ser fieles en el cumplimiento de
la ley. Frente a la anarquía de querer gobernarse cada uno por sí mismo que se
convertirá en una ley de la jungla donde cada uno vaya por su lado y la
convivencia justa y pacífica sea imposible, el tener leyes justas manifiesta la
madurez de los hombres y de los pueblos.
Moisés, en el nombre del Señor, se preocupa de que
aquel pueblo que se ha ido formando y madurando al atravesar el desierto puedan
tener esas leyes justas que ordenen toda la vida de aquel pueblo. Este texto
del Deuteronomio con los discursos de Moisés es como un cántico a la sabiduría
y a la prudencia de la ley que Dios ha dado a su pueblo. Es la ley mosaica que
llamamos, los mandamientos del Señor.
Jesús nos dirá en el evangelio que El no ha venido a abolir la ley y los profetas, los
dos pilares sobre los que se asienta el pueblo judío, sino que ha venido a dar
plenitud. La Alianza que en Cristo se realizará de manera definitiva y eterna
no estará ya sellada por la sangre de los sacrificios de los animales ofrecidos
sobre el altar del templo, sino que estará sellada y rubricada en la sangre de
Cristo, ‘Sangre de la Alianza nueva y eterna
para el perdón de los pecados’.
Jesús es la plenitud de la ley porque en El está la
plenitud de la salvación. El será el que nos enseñará y ayudará a que adoremos
al Padre en espíritu y verdad. El nos va a conducir por los caminos del amor y de la entrega en el amor y
en la entrega más sublime para que así sea sublime también nuestra vida y con
ella demos siempre gloria al Señor en plenitud.
En este camino cuaresmal que vamos haciendo, que es
camino de renovación y de purificación y que nos conduce a la Pascua en la
Sangre de Cristo derramada para el perdón de nuestros pecados, es bueno que
meditemos una y otra vez todo lo que es la ley del Señor, todo lo que es ese
camino de vida, de sabiduría, de prudencia santa que Dios nos ha ido trazando y
que adquiere plenitud en Jesús. Lo meditamos, lo rumiamos en nuestro interior,
para cada día con mayor intensidad irnos impregnando de lo que es la voluntad
del Señor y realizándola en nuestra vida.
No sólo decimos como un deseo en la oración del padrenuestro ‘hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo’, sino que eso significa un compromiso grande por
nuestra parte para en todo hacer siempre la voluntad del Señor cumpliendo sus
mandamientos y dando así gloria al Señor. Por eso necesitamos meditar en los mandamientos
del Señor, tratar de ahondar cada día en su auténtico significado, porque no
nos podemos quedar en superficialidades o apariencias, sino que tenemos que ir
a lo más hondo para realizar en verdad lo que es la voluntad del Señor.
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