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lunes, 12 de marzo de 2012


La fe es arriesgarse por los caminos del Señor

2Reyes, 5, 1-15; Sal. 41; Lc. 4, 24-30
Poner toda nuestra fe y nuestra confianza en el Señor es arriesgarse a seguir sus caminos que muchas veces se nos manifiestan bien distintos a lo que nosotros podríamos pensar. Ya nos dice El en la escritura que nuestros caminos no son sus caminos ni nuestros planes son sus planes.
Alguno podría pensar que porque tenemos  puesta nuestra fe en el Señor de alguna manera podríamos manipularlo o que le vamos a hacer a nuestro antojo, o El se nos manifieste o nos haga las cosas a nuestra manera. Nos pensamos que porque tengamos fe o seamos muy religiosos ya vamos a tener todos los problemas resueltos porque Dios va a estar haciéndonos milagritos a cada momento para solucionarnos nuestras cosas. Es que yo soy tan religioso, decimos en ocasiones, es que yo creo más que nadie, es que mi familia ha hecho tantas cosas por la religión y por la Iglesia… y así nos pensamos que ya tenemos méritos suficientes para que Dios milagrosamente nos vaya resolviendo todo.
Muchas veces en nombre de esa fe que decimos que tenemos en El lo que queremos no es tanto hacer su voluntad, sino más bien que Dios haga nuestra voluntad. Y no es eso precisamente lo que Jesús nos enseñó a rezar. Esto hará que muchos se tambaleen en su fe, porque realmente no la tienen bien fundamentada.
Un ejemplo de ello es lo que vemos hoy en el texto sagrado. Naamán que se sentía poderoso y creía apoyarse en las recomendaciones del rey de Siria en su orgullo no quiere aceptar lo que le pide el profeta. Piensa que quizá no se siente bien tratado para la dignidad que él cree poseer. Algo así como que el profeta de Dios era como un sirviente o esclavo suyo que se presentaría ante él y con sus poderes mágicos por medio de cosas portentosas iba a hacerle recobrar la salud instantáneamente. Sin embargo lo que le pide el profeta es bañarse en el humilde rió Jordán y con eso recobraría la salud. Ya hemos escuchado el relato con el desarrollo de toda la acción.
De igual manera les sucede a las gentes de Nazaret. Había surgido un profeta de su pueblo y ahora pensaban que iban a beneficiarse de ello. Pero Jesús les hace ver que el actuar de Dios va por otros caminos y lo que es necesario es una fe auténtica para saber descubrir esas acciones de Dios que se manifestarán en cosas sencillas. Ya en otro momento nos dirá el evangelio que Jesús se extrañó de la falta de fe de la gente de Nazaret y allí no realizó milagros. Y ya vemos cómo ‘en la sinagoga se pusieron furiosos…’ y hasta quisieron despeñar por un barranco a Jesús.
En nuestra fe, es cierto, nos sentimos seguros porque sabemos bien de quien nos fiamos. No podemos olvidar que siempre antes que nuestra propia fe está el amor que el Señor nos tiene y que nos manifiesta de tantas maneras. Y quien se siente amado se siente seguro. Es la certeza de nuestra fe que nos hace sentir a Dios como nuestra Roca y nuestra fortaleza, el alcázar donde me refugio frente a los embates del peligro y de la tentación y la luz que nos ilumina y nos ayuda a caminar.
Pero en esa fe que ponemos en el Señor nos queremos dejar guiar por El para seguir sus pasos, para descubrir lo que es su voluntad, para realizar en nosotros lo que son sus planes, el proyecto de amor de Dios sobre nuestra vida. Y dejarnos guiar no es buscar nuestra voluntad sino su voluntad; no es hacernos nuestros planes, sino encontrar esos planes de Dios para nosotros. Será negarnos a nosotros mismos y cargar con la cruz para seguirle; será arriesgarnos a no tener donde reclinar la cabeza como le sucedía al Hijo del Hombre; será aprender a confiarnos en la Providencia de Dios para vaciarnos de nosotros mismos y llegar a descubrir que la verdadera Sabiduría del cristiano está en la Cruz de Cristo.
Es poner nuestra confianza en Dios, porque de quien único nos fiamos es de El. ¿Seremos capaces? Merece en verdad arriesgarse por Dios en nombre de nuestra fe. No olvidemos que el camino de cuaresma que vamos haciendo nos conduce a la Pascua; y la pascua de Jesús fue su pasión, muerte y resurrección. ¿Estaremos dispuestos a beber el cáliz de la Pascua?

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