No hagamos oídos sordos a las llamadas del Señor
Jer. 7, 23-28; Sal. 94; Lc. 11, 14-23
‘Ojalá escuchéis hoy su voz: no
endurezcáis vuestro corazón’. Nos ofrece la
liturgia este responsorio para repetir con el salmo. Y tenemos que decir que
nos lo ofrece sabiamente. Necesitamos abrir nuestro corazón, no encerrarnos, no
endurecer el corazón, sino abrirlo a la Palabra de Dios y dejar que penetre en
nosotros, deje huella en nuestra vida, mueva nuestro corazón.
Se nos
ofrece como respuesta hecha oración a la misma Palabra de Dios que se nos ha
proclamado en la que vemos por una parte esa cerrazón del pueblo en tiempo de
los profetas y también el rechazo de muchos a Jesús, como nos describe el
evangelio.
Jeremías
nos recuerda: ‘Esto dice el Señor: esta
fue la orden que di a mi pueblo: escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios y
vosotros seréis mi pueblo; caminad por el camino que os mando, para que os vaya
bien’. Está en perfecta continuidad con los textos que nos ofrecía la liturgia
ayer en los que escuchábamos también la invitación a escuchar y cumplir lo que
era la voluntad del Señor para llenarnos de vida. El camino cuaresmal que vamos
haciendo es como un proceso continuado que vamos realizando hacia esa
purificación interior y renovación profunda que hemos de ir haciendo en nuestra
vida.
Pero hoy
el profeta denuncia cómo se hicieron sordos a la voz del Señor con un corazón
obstinado dándole la espalda a Dios, no escuchado a los profetas que el Señor
iba suscitando. ‘Aquí está la gente que
no escuchó la voz del Señor y no quiso escarmentar’.
Es el
sentido también de lo que nos ofrece hoy el evangelio. Jesús había realizado
incluso un milagro expulsando un demonio para que aquel hombre que era mudo
recobrara el habla, y sin embargo por allá hay quienes quieren atribuir de
forma blasfema el poder de Jesús al poder de Satanás. Cierran los ojos y los
oídos del corazón para no sólo no escuchar la llamada del Señor, sino incluso
atribuir la acción de Jesús al príncipe de los demonios.
‘Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis
vuestro corazón’ es la respuesta que nos ofrece la
liturgia con el salmo ante este mensaje que nos ofrece la Palabra del Señor. No
es sólo constatar la cerrazón de aquellos corazones, ya sea en tiempo del
profeta o en tiempos de Jesús a la llamada e invitación del Señor, sino tratar
de contemplar nuestra vida para analizar cuál respuesta estamos dando a tantas
llamadas e invitaciones a la conversión que nos va haciendo el Señor ahora de
manera especial en este tiempo de Cuaresma.
Pidámosle
al Señor que no se nos endurezca nuestro corazón. Abramos nuestros oídos, los
ojos de la fe, los sentimientos del corazón a tanto amor con que el Señor nos
está llamando cada día. Es tiempo favorable, es tiempo de salvación, como hemos
venido escuchando desde el primer día de la Cuaresma.
Nos cuesta
muchas veces; pueden ser muchos los apegos que haya en nuestro corazón; o nos
habremos endurecido demasiado con el pecado que dejamos meter dentro de
nosotros, pero la gracia del Señor es poderosa; dejemos actuar la gracia de
Dios en nuestra vida; dejémonos conducir por la fuerza del Espíritu que va
moviendo nuestra vida, nuestro corazón a las cosas buenas, a los caminos de la
gracia.
Mucho
tenemos que orar, reflexionar, revisar nuestra vida; mucho tenemos que ir
confrontando lo que hacemos, nuestras actitudes y posturas con lo que nos va
pidiendo el evangelio cada día. No podemos hacer oídos sordos, sino escuchar
con sinceridad y apertura grande del corazón lo que el Señor nos va diciendo,
nos va manifestando, nos va pidiendo. Nada imposible nos va a pedir el Señor y
si nos cuesta sabemos que la gracia del Señor siempre nos llena de fortaleza.
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