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martes, 5 de julio de 2011

Oremos para que sean muchos los llamados por el Señor a su mies


Gén. 32, 22-32;

Sal. 16;

Mt. 9, 32-38

‘Llevaron a Jesús un endemoniado mudo, echó el demonio y habló el mudo… La gente se admiraba… recorría todas las ciudades y aldeas enseñando y curando… al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban como ovejas sin pastor…’

‘Pasó haciendo el bien’, diría Pedro en uno de sus anuncios kerigmáticos de los que nos hablan los Hechos de los Apóstoles. Era la obra salvadora de Jesús. Su presencia llena de gracia y de salvación. Es la obra de Jesús, la obra que la Iglesia tiene que seguir haciendo. En un mundo donde también andamos extenuados y desorientados.

Un mundo en el que algunos se admiran de la obra que hacemos los cristianos, que hace la Iglesia en nombre de Jesús, pero donde quizá muchos pasan indiferentes en su desorientación y su andar sin rumbo, u otros, como aquellos fariseos de los que nos habla el evangelio, reaccionan de forma adversa o incluso rechazan el anuncio de la salvación porque quizá creen que no necesitan salvación, o porque les falta una visión de mayor altura y profundidad; un mundo en el que quizá andamos demasiado agobiados por los mismos problemas de la vida de cada día o por las ansiedades que nos buscamos cuando no sabemos descubrir lo que de verdad merece la pena y pueda dar mayor sentido y plenitud a la vida y nos apegamos a cosas que terminarán esclavizándonos y quitándonos la paz y la felicidad que tanto buscamos.

Un mundo que necesita luz que ilumine y que guíe por los senderos de la verdadera libertad y felicidad. Se camina muchas veces como ovejas sin pastor, como nos dice hoy el evangelio. Hacen falta esos pastores, esos guías espirituales, esos testigos de la luz, esos testigos de Jesús y de su evangelio. ‘La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos’, como decía Jesús. Querríamos llevar la luz del evangelio a todos los hombres. No nos falta inquietud en el corazón, deseos de que el nombre de Jesús sea anunciado como el único y verdadero Salvador. La Iglesia quiere cumplir con la misión que Cristo le encomendó, pero sabemos como nos sentimos desbordados.

Esta invitación que nos hace Jesús hoy a orar al Señor para que envíe trabajadores a su mies no la podemos echar en saco roto. Orar por las vocaciones no es cosa de un día o de unas campañas que hagamos en determinados momentos a través del año. Tiene que ser una oración que esté muy presente en nuestro corazón. Hacen falta muchos sacerdotes, muchos testigos, muchas personas que se consagren a Dios para el anuncio del evangelio en los diferentes carismas que el Espíritu suscita en la Iglesia. La mies es abundante, los obreros pocos. Tenemos que orar con insistencia.

La obra de Jesús tiene que seguirse realizando hoy en nuestro mundo. La salvación es para todos y a todos ha de llegar. Y todos los cristianos tenemos que sentirnos comprometidos en ello. Por eso tenemos que, por una parte crear el espacio y el clima más apropiado en nuestras familias y comunidades, para que haya quienes se interroguen por dentro y les surja esa inquietud y al mismo tiempo orar al Señor para que llame a muchos para trabajar en su viña, en su mies.

Y es que nuestros jóvenes necesitan también testigos que les estimulen para seguir a Jesús y darse cuenta que merece bien la pena darlo todo por seguirle. Estas próximas jornadas mundiales de la juventud son una oportunidad muy bonita y seguro que el Señor llamará a muchos, pero eso tenemos que tenerlo en cuenta siempre, en todo momento. Por eso rezamos también por el fruto de estas Jornadas Mundiales de la Juventud a tener en Madrid el próximo mes. Son también una gracia del Señor.

Oremos, pues, al Señor para que sean muchos los llamados que respondan a esa invitación del Señor.

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