Gén. 46, 1-7.28-30;
Sal. 36;
Mt. 10, 16-23
Hemos venido escuchando estos días el envío que Jesús hace de los doce apóstoles con la misión de anunciar que el Reino de los cielos está cerca y las diversas instrucciones y mandatos que les da. Cuando escuchamos esta palabra de Jesús, Palabra de Dios para nosotros, vamos tratando de sentirnos iluminados por esa Palabra que el Señor nos dice. No son palabras de otro tiempo o para otras gentes sino que son Palabra que el Señor hoy, ahora, nos dirige a nosotros iluminando nuestra vida en las situaciones concretas que vivimos.
En el texto hoy escuchado nos anuncia Jesús que no siempre será fácil hacer ese anuncio del Reino.dar ese testimonio de Jesús. Habra persecusiones y cárceles, ‘os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa’. Pero nos da la seguridad también de su presencia junto a nosotros con la fuerza del Espíritu. ‘No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de mi Padre hablará por vosotros’.
Podríamos quizá sentirnos retraídos ante estos anuncios de Jesús. Saber que encontramos dificultades no nos es agradable humanamente hablando. Pero empapados de evangelio como hemos de estar tendríamos que recordar, por ejemplo las bienaventuranzas. Allí ya Jesús nos lo anunció y nos llamó dichosos, felices, bienaventurados por padecer por su nombre. ‘Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos’, nos decía Jesús entonces.
Lo que hoy nos ha anunciado Jesús lo hemos visto palpablemente reflejado en los Hechos de los Apóstoles, que fuimos leyendo en el tiempo pascual. Y ya veíamos entonces cómo los apóstoles salían contentos de la presencia del Sanedrín por haber sufrido por causa del nombre de Jesús. Y recordamos la valentía de los apóstoles para enfrentarse a quienes les prohibían hablar del nombre de Jesús, señal de esa fuerza del Espíritu que animaba sus corazones y sus vidas.
Pero es la historia de la Iglesia de todos los tiempos. Con frecuencia en nuestras celebraciones hacemos memoria y celebramos a diversos mártires que han dado su vida por el testimonio de Jesús. ‘La sangre de los gloriosos mártires, derramada como la de Cristo para confesar tu nombre, manifiesta la maravillas de tu poder; pues en su martirio has sacado fuerza de lo débil haciendo de la fragilidad tu propio testimonio’, como reconocemos y cantamos en los prefacios de las misas de los mártires.
Pero el martirio no es cosa de otros tiempos, porque esa persecusión de los cristianos se sigue sufriendo también en nuestro tiempo. Si estuviéramos más al tanto de noticias de la Iglesia que no salen habitualmente en los medios de comunicación escucharíamos cómo en muchos sitios hoy sigue habiendo cristianos que son perseguidos y martirizados. Lugares donde no se puede hacer pública manifestación de fe cristiana; lugares donde el fanatismo de muchos lleva a esa persecusión y muerte. Bien sabemos que en muchos paises de un islamismo fanático siguen muriendo muchos cristianos hoy, o son expulsados de sus pueblos, y no se les permite una manifestación pública de la fe cristiana.
Aunque quizá en otros lugares de una forma más sutil se quiera desterrar todo signo religioso y sobre todo los signos cristianos, porque pareciera que una cruz molesta o una expresión religiosa que ha estado desde siglos en nuestras tradiciones incluso culturales ahora se quieren hacer desaparecer. Indiferencia religiosa, acoso en ocasiones, situaciones difíciles porque pareciera que lo que se quiere imponer hoy a nuestra sociedad es todo lo contrario a un sentido cristiano.
Muchas y diversas situaciones que sin embargo no tendrían que hacernos perder la esperanza ni la fuerza de nuestra fe. Confiemos en la palabra de Jesús y sintamos cómo tenemos la fuerza del Espíritu del Señor con nosotros. perseveremos en nuestra fe y en nuestro testimonio cristiano porque es una luz que no se puede apagar. Como nos dice hoy Jesús ‘el que persevere hasta el final, se salvará’.
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