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lunes, 4 de julio de 2011

En este lugar está el Señor que es casa de Dios y puerta del cielo


Gén. 28, 10-22;

Sal. 90;

Mt. 9, 18-26

‘Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía’, exclama Jacob tras la visión que en sueños tiene de la presencia del Señor en aquel lugar. ‘Qué terrible es este lugar, no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo’.

Los hombres en su orgullo habían querido llegar hasta el cielo para estar por encima de Dios y de su poder. Después del diluvio se quisieron construir una torre con la que llegando al cielo pudieran sentirse seguros contra el poder y la presencia de Dios. Fue la torre de Babel, la torre de la confusión.

Contra Dios no podemos actuar con esas pretensiones orgullosas, sino más desde la humildad saber descubrir su presencia que siempre es una presencia de amor que nos está pidiendo fidelidad. Y cuando somos fieles y ante El nos ponemos con humildad podremos descubrir y admirar su presencia amorosa porque Dios quiere llegar hasta nosotros para así manifestarnos su amor.

Es la visión de Jacob tiene en sueños. Hemos ido viendo el recorrido de los patriarcas del Antiguo Testamento. Largamente hemos contemplado la historia de Abrahán y de Isaac; hoy se nos habla de Jacob que tiene un sueño en el que contempla esa escala con los pies en la tierra y con la cima en los cielos y a los ángeles de Dios subiendo y bajando por ella hasta el trono de Dios. El Dios que le repite la promesa hecha a Abrahán. Porque es el Dios fiel que siempre cumple sus promesas. ‘No te abandonaré hasta que cumpla lo que te he prometido’.

Es entonces cuando exclama como recordamos al principio ‘esta es la casa de Dios y la puerta del cielo’. Y levanta allí una estela recordatoria convirtiendo aquel lugar en ‘casa de Dios’, Betel, un santuario que tanta importancia tendría luego en la historia de Israel.

‘El Señor está en este lugar’. Dios en su inmensidad infinita lo llena todo y en todo lugar en que estemos allí podemos decir igualmente ‘el Señor está en este lugar’. No necesita Dios lugares especiales para manifestarse y hacerse presente porque en El vivimos, somos y existimos. Dios nos envuelve con su presencia. La gran presencia de Dios en medio nuestro es Jesús. Es la presencia de Dios en medio de los hombres, Emmanuel, Dios con nosotros, con su palabra, su gracia y su salvación. Presencia certera de Jesús que por la fuerza de su Espíritu tenemos en los sacramentos, en todos y cada uno de los sacramentos, verdaderos signos de gracia, verdaderos signos de la presencia de Jesús en nosotros, en nuestra vida.

Pero sí nos ha dejado signos y señales especiales de su presencia cuando somos capaces de verlo en los hermanos, porque ya nos dice Jesús que todo lo que le hagamos al otro a El se lo estamos haciendo. Pero en este hecho de la escala de Jacob que hemos hoy escuchado y estamos comentando la Iglesia siempre ha visto también una imagen de sí misma, una imagen del misterio de la Iglesia, verdadera ‘casa de Dios y puerta del cielo’.

Aunque podríamos referirnos a la Iglesia como lugar sagrado, el templo santo donde nos reunimos para nuestras celebraciones y en el que tenemos la presencia de Jesús sacramentado en el Sagrario, cuando hablamos ahora de Iglesia hablamos de algo más, del misterio profundo de la comunión de los creyentes en Jesús que nos sentimos convocados en el Espíritu para formar la comunidad eclesial. ¿No decimos que formamos un cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo? Sepamos, pues, descubrir ese misterio de la presencia de Dios en su Iglesia que nos hace presente al Señor en la Palabra que nos proclama, en los sacramentos con los que alimenta nuestra vida cristiana.

Que el Señor nos de fe, una fe grande como la de aquel personaje del que nos habla hoy el evangelio que confiaba plenamente en la presencia salvadora de Jesús capaz de dar vida a su hija que acababa de morir; o como aquella mujer que se atreve a tocar el manto de Jesús porque sabe que con solo tocarlo la gracia de la salud y de la vida llegará a ella sanándola de su enfermedad. Que descubramos en todo momento esa presencia de vida y de salvación de Dios junto a nosotros.

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