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sábado, 9 de julio de 2011

No tengáis miedo

Gén. 49, 29-33; 50, 15-25; Sal. 104; Mt. 10, 24-33

‘No tengáis miedo’, nos dice por tres veces hoy Jesús en el texto proclamado. Pero es una palabra repetida a lo largo del evangelio. Siempre que hay una manifestación maravillosa del Señor hay una invitación a la paz y a confiar. Siempre que nos quiere confiar una misión nos invita a la paz, alejando de nosotros todo temor.
‘No temas’, le dice el ángel a Zacarías, a María en Nazaret, a los pastores de Belén… y lo mismo a las mujeres o a Magdalena cuando van al sepulcro en la mañana de la resurrección. ‘No temas’, le dice a Pedro cuando se siente sobrecogido por la grandeza del Señor y le va a confiar la misión de ser pescador de hombres.
Con el Señor no cabe el temor, sino que siempre hemos de llenarnos de paz. Y despues de todo encuentro con el Señor que nos manifiesta su amor, su gracia, o su perdón, nos dirá que vayamos en paz, como a los enfermos curados de sus males o los pecadores perdonados. Ahora tras el envío de los apóstoles a anunciar el Reino y todo los anuncios que realiza Jesús dice lo mismo: ‘No tengáis miedo’.
Nos podemos sentir desbordados por la misión que se nos confía, por el testimonio valeroso que hemos de dar, pero no hemos de temer, no estamos solos porque su Espíritu está con nosotros. En ocasiones podemos sentirnos acobardados y llenos de temor porque nos damos cuenta que seguir al Señor tiene sus exigencias y nos podemos sentir débiles. Los problemas, la enfermedad y el sufrimiento nos angustian y puede ser que no veamos claro nuestro futuro, nuestra fidelidad en esos momentos difíciles, pero hemos de sentir esa palabra del Señor en nuestro corazón: ‘no tengáis miedo’.
No nos podemos esconder como no podemos enterrar el tesoro que se nos ha confiado porque hemos de comunicarlo, trasmitirlo a los demás. La riqueza de gracia que es la salvación no nos la podemos quedar solo para nosotros. Somos también enviados, aunque nos sintamos niños y que no sabemos hablar, como decían algunos profetas.
Lo que Dios nos ha ido revelando en nuestro corazón tenemos que gritarlo para que todos conozcan también las maravillas de Dios. Como nos dice hoy ‘nada hay escondido, que no llegue a saberse; lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea’.
¿Qué no nos entienden o nos rechazan? No importa; tenemos un gozo en el corazón desde la fe que tenemos en el Señor desde que nos sabemos amados por El que se tiene que desbordar y tenemos que compartirlo con los demás. ¿Por qué los demás también no han de conocer que son amados del Señor?
Nos recuerda Jesús lo que nosotros valemos. Nos recuerda aquello que ya nos había dicho de la confianza en la providencia de Dios. Valemos más que unos gorriones que Dios cuida y alimenta. Somos tan importantes para Dios que nada de nuestra vida le es ajeno como nos dice que ‘hasta los cabellos de la cabeza tenemos contados’. Por eso podemos confiarnos en el Padre que nos ama y valientemente hemos de dar testimonio de El.
‘Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo’. Tenemos un grandioso abogado, Jesús que se ha entregado por nosotros y está a la derecha de Dios Padre intercediendo por nosotros. Es el Mediador único y universal de nuestra salvación.
Que nuestro encuentro con el Señor sea siempre para llenarnos de su paz y que eso nosotros también sepamos trasmitirlo a los demás.

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