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miércoles, 6 de julio de 2011

Sintamos que el Reino de Dios está entre nosotros y despertemos esperanza en los corazones


Gén. 41, 55-57;
42, 5-7.17-24;

Sal. 32;

Mt. 10, 1-7

‘Llamó a sus doce discípulos… estos son los nombres de los doce Apóstoles… y a estos doce los envió… id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca…’

En otro momento del evangelio hablará san Lucas del envío de setenta y dos discípulos, ahora serán doce los escogidos pero a los que llamará Apóstoles. Y nos da el evangelista con todo detalle el nombre de los doce apóstoles. El nombre indica su misión, enviados. Y el número de doce, a la manera de las doce tribus de Israel, como la base y el fundamento de la Iglesia que se va a constituir por nuestra fe y comunión con Jesús.

Ahora son enviados a los más cercanos. ‘No vayáis a tierra de paganos, sino a las ovejas descarriadas de Israel’, les dice. Cuando sea el envío al final del evangelio antes de la Ascensión será ya a toda la creación. Cuando promete el Espíritu y les indica que esperen en Jerusalén a recibirlo les dirá Jesús que han de ser sus testigos en Jerusalén, en Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra.

Y la misión con que Jesús los envía es la misma obra que El ha ido realizando. Ha anunciado el Reino de Dios invitando a la conversión – fue su primer anuncio al salir a predicar – y ha ido realizando signos y señales de esa cercanía del Reino de Dios curando a los enfermos, librando de todo mal. Lo mismo que ahora les dice: ‘Y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia… Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca’.

El Reino de Dios, el reino de los cielos, como es la expresión de san Mateo, está cerca. Es el anuncio que tienen que hacer. Es lo que se tiene que hacer presente. Es a lo que tenemos que convertirnos, volver nuestro corazón. El Reino de Dios está cerca porque se está acogiendo la Palabra de Dios, que no sólo es la enseñanza de Jesús, sino Jesús mismo, Verbo de Dios encarnado para nuestra salvación. Es una señal, esa acogida, esa escucha. Es el primer paso que luego tendrá que prolongarse en las nuevas actitudes, en la nueva forma de vivir según el estilo y el sentido del Evangelio. Esa disposición de nuestro espíritu, de nuestro corazón significa ya esa cercanía del Reino de Dios.

Pero serán más los signos y señales por donde hemos de conocer esa cercanía. Son las señales del amor. Jesús manda curar enfermos, expulsar al maligno de nuestro corazón. Es el Señor que viene y nos sana y nos salva. Es el Señor que viene con su amor y nos enseña a vivir nosotros también esas actitudes del amor sanando y curando todo sufrimiento y dolencia que encontremos en el corazón de los demás.

Cuando ponemos el bálsamo del amor en nuestro trato, en nuestras relaciones con los demás estamos dando señal de que estamos queriendo vivir el Reino de Dios. Es lo que tenemos que seguir haciendo, sembrar amor que es sembrar salud y salvación, que es sembrar vida y que es sembrar paz. No nos pide Jesús ahora ir lejos a construir el Reino de Dios, sino que sepamos hacerlo presente ahí donde estamos y con aquellos que están a nuestro lado.

Cuántas dolencias de ese tipo tenemos que curar; en cuantos corazones doloridos tenemos que poner el bálsamo del amor con nuestro cariño, con nuestra acogida, con nuestro buen talante, con nuestra sonrisa y con nuestra alegría; cuánto tenemos que despertar de esperanza en los corazones atormentados que lo ven todo negro y se encierran en su dolor. Cuando lo vamos haciendo estamos sintiendo que el Reino de Dios está entre nosotros, estamos sintiendo la cercanía del Reino de Dios.

Os confieso que cuando veo brillar vuestros ojos con una sonrisa me siento confortado interiormente porque estoy viendo el Reino de Dios que brilla también en vuestros corazones. Vayamos siempre con una sonrisa en nuestros labios, con el fulgor de una esperanza en nuestros ojos para que levantemos el ánimo abatido de quienes están a nuestro lado. Hagamos presente de verdad el Reino de Dios entre nosotros.

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